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«Voy a regresar a vivir con Alfonso», había dicho Belén antes de irse a dormir, poco después de que pasaran juntos una fabulosa tarde en el club con Mila

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«Voy a regresar a vivir con Alfonso», había dicho Belén antes de irse a dormir, poco después de que pasaran juntos una fabulosa tarde en el club con Mila.

Alexey sintió que el piso bajo sus pies se desmoronaba al oírlo, pero disimuló eficiente y mantuvo su orgullo intacto. Alfonso y Belén tenían muchos años de relación, según había entendido por la forma en que ella refunfuñaba en el coche de camino a comprar el traje de baño. Eran personas parecidas, de idénticos estratos y costumbres similares, y la madre de Bel lo adoraba, hasta el punto en que él la llamaba «tía».

¿Cómo podría esperar Alexey que Belén prefiriese quedarse a su lado, teniendo él tan poco que ofrecerle en comparación? Era absurdo.

Siempre supo que aquello sería así. Bel se había mudado a su casa solo mientras «arreglaba las cosas con su novio» y, al parecer, «las cosas» no necesitaron para «arreglarse» de más tiempo que el breve instante en que Mila usó el baño. Lo que nunca imaginó fue que, llegado el momento, la partida de Belén fuese a dolerle tanto.

Alexey quería pensar que su angustia obedecía a perder el dinero del alquiler de la habitación de huéspedes, pero se engañaba. Belén había prometido ayudarlo a conseguir un nuevo inquilino confiable que asumiera su parte de los gastos y, no queriendo perder familiaridad con la niña, se había comprometido a continuar llevándola y trayéndola del preescolar para que Alexey pudiese trabajar tranquilo, y hasta a sacarla a almorzar al centro comercial un par de sábados al mes.

Sí, esa mudanza sabía a divorcio amistoso, y eso tenía al ruso rodando en la cama a las dos de la madrugada y sin conciliar el sueño. Estaba visto que no conseguiría dormir esa noche.

Se levantó con la intención de ir a la cocina por un vaso con agua. Se puso la camiseta y avanzó unos pasos fuera de su habitación. La puerta de Bel, como la mayoría de las veces, se veía entreabierta del otro lado del pasillo, pero el interior estaba alumbrado por la lámpara de bajo voltaje sobre la mesa de noche.

Lo primero que Zverev pensó fue en que, seguramente, ella estaría empacando y, aunque la angustia lo golpeaba, y el dolor lo partía en dos al pensar en su partida, prefirió no interrumpirla, hasta que un murmullo siniestro se oyó desde dentro y lo obligó a acercarse.

«¡Todos están muertos!», serpenteó bajo una voz trémula.

Como siempre, Alexey tocó un par de veces antes de tentar entrar, no recibió respuesta. Miró por la ranura, entonces, y notó que Belén estaba sentada en el centro de la cama abrazando sus rodillas. Solo unas bragas y una camiseta cubrían su cuerpo sudado y tenía la vista escalofriantemente fija en algún punto incierto de la pared.

—¿Bel? —titubeó el ruso tentativo desde el umbral. Nada—. Belén, ¿está todo en orden? —insistió y avanzó un poco, lo necesario como para tener un mejor ángulo de visión.

Bel se movió, pero no en atención al llamado, sino como el reflejo esquivo a una amenaza invisible que parecía atacarla desde el techo, fue cuando él notó que estaba dormida.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora