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Ese lugar era enorme y extraño

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Ese lugar era enorme y extraño. Había hombres grandes y molestos por todas partes y nadie parecía en verdad muy interesado en hablar con ella. La habitación era bonita, llena de sus juguetes favoritos, y la comida sabrosa, casi toda rusa, a excepción de las galletas, pero Mila extrañaba mucho a su papochka y a la tía Bel, y temía no volver a verlos nunca, lo que la hacía llorar casi todo el tiempo, abrazada de Capitán Meón, lo único que le quedaba de su casa, de su familia.

¿Por qué los bomberos la habrían llevado ahí y dónde estaría la mamá de la tía Bel?

La puerta se abrió, a pesar de que, por el color del cielo, ya era hora de ir a la cama, y el hombre de la barba, el mismo que la había recibido de llegada a ese lugar, entró con un vaso de leche en las manos y la clase de sonrisa que Mila usaba para las fotos cuando no tenía ganas de reír.

—¿Cómo estás, Ludmila? —preguntó el viejo con una expresión que a la niña le recordó a Jafar, el hombre malo de Aladdín, y se sentó junto a ella y Capitán Meón sobre el borde de la cama—. Tu madre solía dormir más tranquila después de beber un vaso de leche —sugirió, con un marcado acento ruso, y trató de entregarle el vaso a la pequeña, que se cruzó de brazos y contrajo el ceño en respuesta, obligándolo a colocarlo sobre la mesilla de noche.

—¡Tú no sabes nada de mi mamá! —recriminó Mila y dibujó un puchero furibundo—. ¡¿Dónde está mi papochka?! ¡Quiero a mi tía Bel! —exigió.

—Esas personas ya no son parte de tu vida, pequeña. Yo soy tu abuelo, cuidaré de ti desde ahora, puedes llamarme dyedushka —sugirió el pakhan y pretendió acariciar con una mano los rizos deshilados de Mila, pero la niña lo evadió bravía y se aferró a su gato.

—¡La tía Bel dice que los extraños no deben tocarme! —advirtió amarga, y Novikov retrocedió en su intención—. ¡Eres un mentiroso! ¡Tú no eres mi dyedushka! Mi papochka no me dejaría y mi tía Bel vendrá por mí. ¡Ella prometió que me encontraría si un villano como el príncipe Hans me encerraba!

El pakhan no entendió a qué se refería la niña en su última frase, pero no pasó por alto que él era el «villano» en ese escenario, y tal vez así era. Ser un «villano» le había resultado en la vida mucho más productivo que el corto tiempo en que intentó ser un «buen hombre». Tendría que enseñarle a Ludmila cómo ser una «villana» también, la ventaja era que la niña parecía haber heredado el carácter de su padre.

Da, «nenita», eres obstinada —concluyó analítico, satisfecho—, serás un buen elemento una vez que termine de formarte. —Rio—. Domarlo a él fue difícil, como apaciguar a una fiera herida, pero tú eres la amalgama perfecta entre su ferocidad y la envergadura de mi casta, una mejor versión.

Mila se levantó de la cama, tomó en los brazos a Capitán Meón y, con los piececitos desnudos, retrocedió hasta que su espalda chocó con la ventana. Su mirada desconfiada se cernía sobre Novikov desde unos ojos idénticos a los de su padre. Un camisón blanco, vaporoso, cubría su cuerpo menudo desde el cuello hasta los tobillos.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora