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La boda se llevó a cabo una tarde de verano seis meses más tarde y, aunque Belén y Alexey hubiesen preferido una ceremonia íntima, no tardó en quedar claro que Aurora Lombardo no desperdiciaría la ocasión de celebrar por todo lo alto la unión de s...

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La boda se llevó a cabo una tarde de verano seis meses más tarde y, aunque Belén y Alexey hubiesen preferido una ceremonia íntima, no tardó en quedar claro que Aurora Lombardo no desperdiciaría la ocasión de celebrar por todo lo alto la unión de su única hija con el que, lejos de la imagen de ese ruso aterrador que se sentó a su mesa un día, ahora podía presumir como «el asesor de la Interpol para Nueva Roma que más capturas había ayudado a concretar en los últimos meses». ¡Toda una promesa!

La misa, sin importar la identidad religiosa de Alexey, de la que hasta entonces carecía formalmente, fue oficiada en la Catedral de Nusquam por el siempre atento padre Pablo, que en realidad era ahora el «obispo Pablo», pero no por ello había dejado de ser el consejero espiritual personal de Aurora.

Tras la ceremonia, el suntuoso festín se celebró en los salones del Club Hípico de Nusquam, del que Benjamín Lombardo I, hacía más de cien años, había sido miembro fundador. Decorado con una combinación de luces tenues, amarillas, y flores blancas, el lugar hacía gala de un ambiente íntimo, pero elegante.

La música flotaba suave en el aire, mientras los camareros circulaban con bandejas de champán, y los invitados brindaban por la felicidad de los novios.

—A Belén y Alexey les digo que he visto en primera línea el fuego que arde en sus corazones —dijo Rogelio Navarro, levantando su copa, antes de iniciar el banquete—, por lo que no tengo duda de que su amor será inquebrantable como los Montes Urales.

Los platos comenzaron a llegar: caviar, salmón ahumado, blinis, y otros tantos manjares rusos que Aurora Lombardo había encargado para deleite de su nuevo hijo consentido. La mesa de postres estaba repleta de tortas de miel, pastelillos de frambuesa y macarons. Alexey comenzaba a hacerse una idea sobre de dónde nacía la incansable pasión de Belén por la gastronomía internacional, y por atiborrarlo de comida.

Las luces disminuyeron en intensidad poco después, y las suaves notas de un tango precedieron a la pareja en la pista de baile. El deslumbrante vestido blanco de Belén, y sus detalles en encaje, aguardaban por Alexey, que, con una sonrisa en los labios, se acercaba embutido en un impecable traje negro a medida, hacia el centro del salón.

Se miraron cómplices y el mundo a su alrededor pareció desvanecerse detrás del lenguaje secreto del baile. La forma en la que él la guiaba, con movimientos fluidos, no era sino la prueba latente de su poderosa comunicación sin palabras. La mano izquierda de Alexey estaba poco después en la espalda baja de Belén, y la de ella en su hombro.

Un paso adelante del ruso, y otro de Bel hacia atrás, en perfecta sincronía. Dos más adelante y dos atrás después, la conexión era palpable. Belén giró elegante a la derecha y Alexey, sin perder el contacto visual, la atrapó en un abrazo firme y la elevó con un giro propio; ambos dejándose llevar por la música, entrelazando las piernas; cada paso una promesa, un compromiso sellado de giros y abrazos.

Los movimientos escalaron cada vez más atrevidos. Corte y quebrada, barrida, medialuna, más apasionados ante un público absorto que contenía el aliento viéndolos fundirse en una sola entidad.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora