10

179 13 6
                                    

Los días pasaron rápidos y agitados dentro de un vertiginoso proceso de adaptación que, más de una vez, casi acaba por colapsar, pero que salía adelante poco a poco

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los días pasaron rápidos y agitados dentro de un vertiginoso proceso de adaptación que, más de una vez, casi acaba por colapsar, pero que salía adelante poco a poco.

Belén, acostumbrada desde El Ejército al orden más impoluto, se encontró de pronto conviviendo con una niña de cuatro, cuyos pasatiempos favoritos consistían en fabricar lluvias de papeles de colores para dejarlas caer por el descanso de la escalera mientras algún incauto subía, hacer fortines con almohadas en el piso del salón para sus muñecos y dibujar con crayones sobre los azulejos del baño.

No se quejaba, Mila era, por mucho, su persona favorita en el mundo, y Bel estaba aprendiendo a disfrutar con ella de sus aventuras y juegos, mientras procuraba, como su terapeuta había recomendado, que su necesidad compulsiva de organización perdiese un poco el protagonismo en su vida.

Alexey, sin embargo, era un asunto diferente. Belén no podía negar que el ruso era un hombre atractivo, y lo era de una forma peligrosa, como surfear una Teahupo'o en la Polinesia Francesa o anotarse un salto base desde la cima del Burj Khalifa. Sus tatuajes, que cada día descubría más extensos conforme el tipo entraba en confianza, eran una clara bandera roja que apuntaba a que algo escondía. Un crucifijo en el pecho, o siete estrellas sobre el hombro izquierdo, en Rusia, no siempre significan solo «arte en la piel», y la experiencia de Belén se lo gritaba, pero ella parecía empeñada en ignorarlo.

Y es que, además de atractivo, Alexey tenía una extraña forma de ser dulce y amenazante a la vez. Era tierno por las mañanas, con el pelo revuelto y el sueño dibujado en los ojos, mientras saludaba a Mila con un beso paterno y probaba su primer sorbo de café, casi con la misma naturalidad con la que se mostraba fiero y al asecho cuando algún extraño se les acercaba demasiado o si un coche «sospechoso» rondaba el vecindario.

Bel quería atribuir aquello a su infancia en las calles, al pandillaje confeso de su primera juventud, a su pasado trabajo como jefe de seguridad, ¡a lo que fuere menos a lo que temía! Después de todo, ella estaba ahí para corroborar que Mila estuviese a salvo con su padre, y así parecía ser, en especial ahora que su presencia proporcionaba un apoyo extra para su cuidado.

El trigésimo quinto cumpleaños de Alexey llegó la mañana de un viernes, ocho semanas después, durante las vacaciones de medio año en el colegio. Aunque el ruso no alteró su rutina matutina habitual debido a la fecha, y Bel fingió ignorancia al respecto, los planes que Lombardo y Mila tenían para darle a Zverev una cena sorpresa se pusieron en marcha en la cocina tan pronto como el mayor se hubo ido.

Belén no estaba segura de por qué lo hacía. Ella no era una mujer de detalles, ni siquiera con Alfonso, pero sumarle algunos buenos recuerdos a la vida familiar de la niña tenía que ser correcto.

¡Sí!, de eso se trataba, lo estaba haciendo por Mila, se quería convencer.

—Creo que ocho serán suficientes, estrellita —dijo mientras, con ayuda de la pequeña, alternaba las finas capas de masa de miel que habían horneado juntas para la tarta, con una mezcla a base de nata montada y leche condensada—. ¿Dices que le gustan las nueces? —quiso asegurarse después, traía un gran tazón de estas picadas entre las manos y estaba dispuesta a decorar con ellas la cubierta.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora