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—¿Por qué dormiste en tu coche? —quiso saber Alexey a la mañana siguiente, cuando Bel se presentó en su puerta poco después de la seis como quedaron para cuidar de Mila en su segundo día de licencia médica

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—¿Por qué dormiste en tu coche? —quiso saber Alexey a la mañana siguiente, cuando Bel se presentó en su puerta poco después de la seis como quedaron para cuidar de Mila en su segundo día de licencia médica.

Ella entró sin responder y puso sobre la mesa del comedor un paquete con pan recién horneado. «Porque no tengo dónde quedarme» no era una explicación que quisiera dar.

—¿Acaso me espiabas, amigo ruso? —soltó sin mirarlo—. ¿Sabías que hay una excelente panadería artesanal a pocas calles de aquí? —dijo—. ¡Me encanta el vecindario! ¿Le diste a Mila el medicamento de la mañana?

Niet... ¡da! —dijo Zverev y sacudió la cabeza. Siempre se había ufanado del excelente manejo del español que su abuela bilingüe le inculcó desde niño, incluso estando en Rusia todavía, pero las palabras se le enredaban en la lengua cada que Belén buscaba atarantarlo—. Anoche, por la ventana del salón, te vi subir a tu coche después de que te fuiste —explicó—. Vi por la de mi habitación antes de acostarme y seguías ahí, igual que a las tres de la mañana, cuando me levanté para ir al baño.

Bel tomó el pan de sobre la mesa y enrumbó a la cocina, Alexey, obstinado, la siguió.

—Así que, «al baño de madrugada», ¿eh? ¡Hay que hacerse revisar esa próstata! —soltó la menor—. Yogurt con frutas frescas, un poco de pan y algunos embutidos para el desayuno. ¿Qué dices? ¡Voy a tener que quemar todas esas calorías extra después!

Alexey, consciente de sus evasivas, y tan grande como era, se le plantó por delante, cruzó los brazos sobre el pecho y le cerró el paso. Algo le ocultaba esa extraña mezcla entre Fallon Carrington y la versión femenina de Max Steel, y pensaba averiguarlo en ese instante.

—Anoche hablamos mucho, ¿por qué hoy evades las preguntas? —inquirió incómodo—. Pareces buena, y necesito de tu ayuda, pero no te dejaré sola con mi hija otra vez si me escondes cosas —advirtió.

Bel se dio cuenta de que el ruso no se daría por vencido, resopló resignada, empujó el pan hacia él para que lo tomase y dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo.

—Tuve una pelea con mi novio, ¿sí? —escupió blanqueando los ojos—. ¡Bueno! Más bien terminamos. ¡¿Eso querías oír?! El maldito me echó de su departamento y, intentando llegar a un hotel, choqué mi coche y terminé el en Hospital.

»¡Detesto estar sola!, porque mientras servía en Medio Oriente me quedé «sola» y hundida en muertos por treinta horas en una jodida trinchera, lo que me dejó un caso grave de terrores nocturnos que no me dejan en paz, y estando afuera de tu casa me sentía... ¡no sé!, ¿acompañada? ¡Ahí lo tienes! —resolvió insidiosa—. ¿Hay alguna otra de mis secuelas de guerra en la que quieras escarbar antes de irte, amigo? —preguntó cortante después.

Alexey se sintió un idiota, suavizó la expresión y carraspeó.

—Mis disculpas —dijo—. Sé que no es asunto mío, pero no puedes culparme. ¿Qué pensarías si yo durmiese en un coche en la puerta de tu casa y me negase a dar explicaciones?

—¡Sí!, ¡ya sé!, se ve sospechoso —tuvo Belén que admitir—. Solo quería ahorrarme la humillación de contarte que vivo en un coche de remplazo de la aseguradora, porque soy incapaz de estar a solas con mis propios miedos. Puedes llamarme cobarde si quieres —soltó orgullosa.

—¿Cobarde? —inquirió el ruso extrañado—. No cobarde, hace falta valor para lidiar con la guerra y sus secuelas —aseguró y le puso una mano sobre el hombro incitándola a mirarlo—. ¿Dijiste que tu novio te echó de casa? —siguió después—. ¡Es un imbécil! ¿Le rompo la cara?

—¡¿Qué?! ¡No! —escupió a la defensiva—. Quiero decir, ¡sí!, ¡es un imbécil!, pero yo soy perfectamente capaz de romper las caras de mis imbéciles sola, si así lo quiero —aseguró—. ¿Acaso te parezco una damisela en apuros?, ¡porque tienes todo el aspecto de un idiota machista!

Alexey arrugó el entrecejo, parecía ofendido.

¡Niet! ¡Yo no machista! ¡Tú prejuiciosa! —se apresuró a aclarar—. Tuve una amiga cuando vivía en las calles, «Alyona» —murmuró después, amargo, con los ojos sobre los azulejos del piso de la cocina—. Ella era fuerte, ¡una guerrera!, como tú, mucho más valiente que yo, pero eso no impidió que amaneciera muerta un día. Su novio la mató a golpes después de violarla, yo la encontré. La ley no lo castigó, porque eres «nadie» cuando vives en las calles, y más «nadie» aún si eres mujer.

»¡Detesto a los novios abusivos! —dijo.

No obstante, omitió contarle que había buscado al tipo un par de meses después para encargarse de que no pudiese repetir su hazaña. Aquel hombre fue la primera persona que mató.

Lombardo retrocedió unos pasos, resopló y bajó la mirada.

—Lamento lo de tu amiga —estuvo de acuerdo—. Tal vez no seas un «idiota machista» en ese caso —espabiló—, pero prefería que dejes a mi ex en paz. Ahora, métete en la ducha y déjame servir el jodido desayuno, Mila no tarda en despertarse.

—Puedes quedarte aquí... si te apetece —propuso el de Rusia ignorando la instrucción y sin saber a qué impulso loco obedecía. Meter a Belén en su casa era un error si lo pensaba fríamente, pero no la quería en las calles, no podía explicar por qué.

Ella, incrédula, volteó a mirarlo.

—¡¿Aquí?! —interrogó.

Alexey, como si tal cosa, se encogió de hombros.

—La habitación de huéspedes nunca ha sido ocupada, pero está lista. Podemos hacerte compañía hasta que tu novio y tú se pongan de acuerdo. No siempre eres agradable —aclaró—, pero eres buena con Mila, no dejaré que vivas en un coche.

Bel se tomó un momento para pensarlo. No estaba muy segura de hasta qué punto aquello funcionaria. El ruso tenía razón, ella no se consideraba una persona agradable, y definitivamente él tampoco lo era. Además, la convivencia saca siempre lo peor de la gente, pero, por otro lado, qué mejor forma de vigilar la interacción entre Mila y su padre tendría que viviendo ahí con ellos.

—Te diré qué —soltó resuelta—. Me rentarás la habitación de huéspedes a... ¿mil quinientos al mes?, con un anticipo incluido —tentó. Alexey frunció el ceño tras escuchar la cifra—. Me sentiré más cómoda pagándote, hay espacio en el garaje para mi coche y el dinero extra te irá bien. Puedo llevarme a Mila al colegio por las mañanas y traerla de vuelta a casa por las tardes, eso hará que dejes de reportar tardanzas en el trabajo y te permitirá hacer horas extras sin angustias. ¿Qué dices?

Zverev negó.

—Digo que mil quinientos es mucho para solo una habitación de huéspedes —aseveró incómodo—. ¡No recibo limosnas! Setecientos estarán bien —negoció—. Debes considerar el combustible que gastarás llevando a Mila.

Belén suspiró impaciente.

—¡Por favor! Gastaré ese combustible de cualquier forma, ¡yo trabajo ahí!, ¿recuerdas? —rebatió—. ¿Qué tal mil?, y colaboro con la mitad de la compra, así podré comer aquí. ¿Hecho? —preguntó y le ofreció la diestra.

—¡Hecho! —repitió Alexey tras pensarlo y estrechó la mano que le ofrecían.

—¡Hecho! —repitió Alexey tras pensarlo y estrechó la mano que le ofrecían

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REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora