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Ciudad de Nusquam, capital de Nueva Roma, dos meses después

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Ciudad de Nusquam, capital de Nueva Roma, dos meses después.

Bel estaba aparcada afuera del cementerio. Las manos le temblaban aferradas al volante, no creía tener el valor para enfrentar el momento que se acercaba.

Todo había sido tan rápido y duro en los últimos meses que apenas y pudo procesarlo. La convulsión de Alexey en el helicóptero tras su segunda resucitación, el coma profundo en el que cayó después de la cirugía, las horribles proyecciones de los médicos, el llanto de Mila, el miedo, el dolor. ¡Estaba agotada!

Sacudió la cabeza para despabilarse y abrió la guantera. La carta de su padre, que su madre no había encontrado mejor momento para entregarle que en el Hospital mientras el ruso agonizaba, justo cuando Bel tenía la guardia más baja, estaba todavía ahí sin abrir, y procrastinar leyéndola se le hacía más fácil que enfrentar la realidad que la esperaba del otro lado del portón, en donde parte de su familia aguardaba para brindarle consuelo.

Dudó un segundo, pero finalmente rasgó el papel del sobre sellado y desdobló la hoja que se dejó ver poblada de la caligrafía familiar, aunque venida a menos por la enfermedad y la pena.

«Amada hija:

Soy consciente de que no querrás leer esta carta. No te culpo, yo tampoco querría viniendo de un padre como el que he sido contigo, pero también sé que, tarde o temprano, terminarás por hacerlo, porque eres noble, aunque intentes fingir lo contrario». —Comenzaba la misiva.

Bel tragó grueso y rio amarga, ¿sería capaz de perdonar a su padre alguna vez?, ¿podría perdonarse ella siquiera?; tenía sus dudas al respecto.

«Ser padre no es fácil, quizá lo descubras algún día. Uno quiere lo mejor para sus hijos, los ama profundamente, pero, al igual que ellos, está aprendiendo también y no está exento de cometer errores, algunos más grandes que otros, como los míos.

No me excuso, ¿cómo sería eso posible? Fue un error imperdonable culparte por la muerte fortuita de tu pobre hermana, uno que me llevaré a la tumba cuando este trance llegue a su fin. Sin embargo, tú no tienes por qué cargar con ese peso por el resto de tus días. No mataste a Nicol, Belén, fui yo quien lo hizo. La maté con mi presión constante, con mi perfeccionismo y mi paternidad fallida, y enmascaré la culpa, y el dolor, acusándote y empujándote a ir a una guerra que no era tuya. Te pido perdón por eso, aunque sé que no soy digno» —seguía.

Bel enjugó una lágrima que rodó por su rostro, esnifó y sonrió evocadora. Su padre, ese que escribió esa carta, el que la cuidó de niña y le enseñó a conducir a los doce, le hacía tanta falta ahora.

«Estoy orgulloso de ti, siempre lo he estado, aunque nunca lo haya dicho. Eres una mujer íntegra, Belén, una dispuesta a seguir a su corazón y a ayudar al prójimo por encima de sus propios intereses, ojalá yo hubiese sido solo un poco como tú alguna vez.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora