8

172 15 4
                                    

Ciudad de Nusquam, capital de Nueva Roma, tiempo presente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ciudad de Nusquam, capital de Nueva Roma, tiempo presente.

Después de ver a su hija, Alexey se dirigió a la primera planta y un olor delicioso lo asaltó apenas pasar por el umbral de la cocina. No recordaba que su casa hubiese olido de esa forma nunca, no desde que su abuela murió siendo él un niño. No se comía muy bien en los orfanatos después de eso, mucho menos en las calles, y, ya en casa de Novikov, era más un asunto de alta cocina que de guisos caseros.

A Alexey nunca le gustó mucho la alta cocina.

Cerró los ojos y olfateó el aire como un sabueso hasta dar con el origen. La nariz lo condujo hasta debajo de la tapa de una cacerola en la estufa, en donde descubrió un potaje oscuro, espeso y brillante, que tenía aspecto de ser ternera, salpicado por algunas patatas doradas.

¡Spezzatino con patate alla toscana! —escuchó a Belén decir ya de regreso.

Ella estaba descalza, traía puesto un pantalón deportivo, una camiseta de algodón ceñía su torso y una toalla en la cabeza contenía el goteo de su pelo mojado.

—¿Qué? —inquirió él, distraído de repente con una gota de agua que bajó por el lóbulo de la oreja de Bel, corrió por su cuello y se perdió entre su escote.

No podía negar que la mujer, además de astuta e impredecible, era también muy bella, una combinación peligrosa por partida doble. Se apresuró a desviar la mirada. Lo último que le hacía falta mientras su capacidad paterna estaba en tela de juicio era parecer un pervertido.

¿Y de dónde había sacado ese cambio de ropa?

—Un guiso con patatas que preparaba mi abuela —soltó Belén, trayéndolo de vuelta a la realidad, y se puso manos a la obra para servir la cena—. Era italiana. Espero que no seas vegano —dijo.

—¿Vegano?, niet —negó Alexey todavía aturdido por sus pensamientos—. ¿También cocinas? —preguntó lo obvio y arqueó una ceja.

—Un poco —respondió ella—. Mi psicoanalista me mandó a explorar actividades diferentes cuando volví de la guerra. «Doña perfecta» sabe hacer algunas cosas —siguió, lo miró de soslayo y esbozó media sonrisa cínica. Zverev tardó un segundo en recibir la indirecta; cerró los ojos, abochornado, rio para sí y se llevó una mano a la frente—. ¡Sabes reírte! ¡Eso es bueno! —lo alentó Belén sarcástica.

—Lo lamento —dijo él puesto en evidencia y rio amargo—. Ya lo has visto, mi vida es basura, tenía que descargar el estrés de alguna forma o acabaría por matar a alguien —bromeó, pero no mentía—. La «siempre perfecta maestra Bel» estaba a la mano. No es personal. ¿Mila me delató?

Para entonces, Belén ya tenía listos dos cuencos con guiso que acomodó sobre un par de mantelillos en la isla de la cocina.

—¡Los niños repiten todo lo que escuchan! —dijo divertida.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora