El aroma húmedo de la mañana ya entrada se mezclaba con la neblina difusa, pintando de gris aquel domingo en la vieja Nusquam.
«¿Con quién mierda he estado viviendo?», se repetía Belén mientras, sin saber con certeza dónde diablos estaba el ruso, se apuraba a preparar a Mila para dejarla en casa de su madre antes de lanzarse a su búsqueda.
En su afán por encontrar alguna pista que arrojara luz sobre la identidad del padre de Svetlana, o el posible paradero de Zverev, Bel había revuelto cada rincón de la casa. Pero en lugar de respuestas, lo que halló fue un cúmulo oculto de secretos oscuros.
Adherido con cinta bajo un falso fondo en la cajonera del vestidor de Alexey, se ocultaba un pequeño arsenal de armas automáticas, cada una con su correspondiente dosis de munición. Un teléfono satelital, tres pasaportes con la imagen del ruso y nombres diferentes, y un mapa de Nusquam con varias rutas de escape al aeropuerto completaban el rompecabezas.
¡Vaya mierda!
Su móvil sonó. Eran más de las nueve para entonces. «Foncho» rezaba la pantalla iluminada. Bel blanqueó los ojos, no estaba segura de poder lidiar con él en un momento como ese.
—Espérame aquí, estrellita —le dijo a la niña, que estaba sentada en su cama, un tanto asustada por no entender qué ocurría, y con Capitán Meón en su regazo—. Termina de ponerte los zapatos, saldremos pronto —instruyó y salió de la habitación—. ¿Qué pasa? —le escupió al auricular tras tomar la llamada.
—¡Bel! —dijo Alfonso del otro lado, su voz sonaba inquieta—. ¡Gracias a Dios que respondes! Sé que parezco un maldito loco obsesivo, no te culpo por pensarlo —se disculpó de antemano—, pero te juro que necesitas ver esto, estoy afuera de la casa del ruso.
En un primer momento, Belén consideró cortar la llamada.
—¡No tengo tiempo ahora! —refunfuñó, pero pensó de inmediato en el arsenal en el vestidor de Alexey, y en toda la documentación sospechosa, y cambió de idea en el acto. Decidida, caminó entonces hasta la puerta principal, ajustó la manija, exhaló profuso y abrió de golpe. El coche de Navarro estaba aparcado a pocos metros. El hombre, enfundado en un soberbio abrigo azul, se apoyaba tenso sobre el capó y tenía el móvil en la oreja—. ¡Entra! —le dijo Bel y cortó la comunicación con un gesto agrio.
El frío de la mañana les calaba los huesos y el viento soplaba con un silbido etéreo y caprichoso prometiendo malos augurios.
—¿El ruso no está? —se aseguró Alfonso ya de entrada y, tras dar un vistazo rápido al entorno, tomó asiento en el sillón del salón. Bel negó en respuesta—. Veo que estuviste remodelando —bromeó con las cejas en arco tras percatarse del desorden, un toque de sarcasmo en su voz.
—¡Oh!, sí. Reemplacé las alfombras por minas terrestres —punzó Belén cínica, Alfonso rio—. ¿Qué tienes para mí? —preguntó después con los brazos cruzados y se plantó de pie frente al tipo. Navarro exhaló y extrajo un sobre de su abrigo. Dos fotografías salieron a la luz, mostrando a una Martha Sokolova en condiciones horripilantes. Bel no pudo evitar una expresión de repulsión ante la brutalidad de las imágenes, pero aun así les echó un vistazo—. ¡Noticias viejas! —desvirtuó, sin embargo, al devolverlas—. Necesito algo más.
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REDEMPTIO © (Pronto en Papel)
RomanceBelén y Alexey, una ex agente de las Fuerzas Especiales y un subjefe de la mafia rusa, intentan superar sus conflictos internos, y entender lo que sienten el uno por el otro, mientras, para salvar sus vidas, se ven obligados a unirse y enfrentar a l...