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Vladimir Novikov era un hombre cuya presencia eclipsaba cualquier recinto

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Vladimir Novikov era un hombre cuya presencia eclipsaba cualquier recinto. Su vestir distinguido, de tonos oscuros, armonizaba con el pelo gris y la piel clara, semioculta detrás de un estilo clásico de patillas y barba completa, y sus ojos, de un azul frío como el hielo, eran capaces de intimidar al más feroz de los adversarios.

Ahora, en su nueva casa de Nusquam, un refugio contrastante con la oscuridad de su alma, el pakhan caminaba con la confianza inquebrantable de un depredador en su hábitat, recorriendo una sala recién instalada que resguardaba una parte de su colección más macabra: urnas de cristal alineadas en estantes iluminados con esmero, cada una conteniendo una visión grotesca de desprecio y venganza.

Cada vez que alguien osaba desafiar su autoridad, o la de su imperio criminal, Novikov aplicaba su retorcida justicia. El rito era invariable: antes de extinguir la vida del enemigo, la mano derecha de la víctima debía ser mutilada y conservada. Cada una, sometida por él mismo a un meticuloso proceso de taxidermia, era una joya que contaba la historia de un incauto que había intentado sin éxito socavar su dominio. Vladimir no veía la hora de ostentar la mano de Sokol en su colección, en especial ahora que estaba tan cerca de encontrarlo al fin.

Había considerado a Ivanov un hijo desde el día en que lo halló en las calles de San Petersburgo. El mocoso acababa de cumplir dieciocho entonces y ya tenía un nombre ganado dentro del mundo del hampa en el que se movía. Una combinación única de ferocidad y astucia adornaba su carácter a la espera de ser pulida bajo el comando correcto.

Novikov aceptó el reto como propio entonces, formando al muchacho a su imagen y semejanza, y complaciéndose en el resultado hasta el punto de hacerlo parte de su familia, dándole a su única hija como esposa, y de poner su propia seguridad en sus manos. Pero Sokol, aunque fiero, inteligente e implacable, terminó por traicionarlo anteponiendo sus propios intereses a los de la Pauk.

Tal vez había sido un error de su parte casar al Halcón con Svetlana. Novikov, entonces, estuvo seguro de que aquel gesto consolidaría el lazo que los unía, que haría a Sokol legalmente acreedor del cariño y el respeto de familia que ya existía entre ambos desde hacía tiempo atrás. Pero esa zorra, ¡su propia sangre!, resultó ser el peor de los elementos de su organización, envenenando en su contra los oídos de su hijo favorito con sus lloriqueos tontos de mujer estúpida y frágil.

Tuvo además la desfachatez de abordarlo un día, de vanagloriarse amenazando con que Aleksandr preferiría complacerla a ella, en lugar de obedecer a su pakhan, y que ambos partirían lejos junto con Ludmila, despojándolo así de quien él había elegido heredero de su rango y de la continuidad de su estirpe.

Por eso, mientras Svetlana armaba un espectáculo sangriento en su propio cuarto de baño, incluso antes de que los cortes en las muñecas hiciesen su trabajo, hundió su rostro traidor en aquella agua ensangrentada hasta que la maldita dejó al fin de respirar. Pero no fue suficiente, porque la desgraciada no mentía y, tan pronto como se supo de su «suicidio» en la residencia, se vio obligado a enfrentar también la traición de Sokol que, afanado en cumplir la última voluntad de su esposa, ya urdía un plan a sus espaldas para escapar lejos y arrebatarle a su nieta; obligándolo así a ponerle precio a la cabeza de quien más había amado y a convertirlo en su enemigo; porque Sokol se enamoró más de ella que del mundo que él había puesto a sus pies, y de la Pauk.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora