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Rogelio estaba en el salón de la suite; junto a él una mujer esbelta y morena llevaba un moño de oficina en la cabeza, unos anteojos gruesos que magnificaban sus ojos y una bata blanca con una tarjeta de identificación en la solapa

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Rogelio estaba en el salón de la suite; junto a él una mujer esbelta y morena llevaba un moño de oficina en la cabeza, unos anteojos gruesos que magnificaban sus ojos y una bata blanca con una tarjeta de identificación en la solapa. Un hombre pequeño y alegre, vestido de forma similar, la acompañaba. Alfonso, acomodado en silencio en un sillón junto a la ventana, tenía un cigarro en los labios.

—Buenas noches —dijo la extraña con más entusiasmo del esperado para la ocasión—. Mi nombre es Miranda Araníbar, especialista en tecnología forense y vigilancia técnica de Protek Global, este es Ramírez, mi asistente —se presentó.

El ruso se apuró a estrechar las manos que le ofrecían, seguido de Belén que hizo lo propio.

—Estamos aquí para asegurarnos de que entiendan todos los aspectos tecnológicos de la operación de rescate que llevaremos a cabo, y para proceder con la implantación de las cámaras corporales y rastreadores que serán necesarios para ejecutarla. ¿Es usted Aleksandr Ivanov, alias Sokol? —añadió Ramírez, consultando el formulario en sus manos.

—¡Es el único ruso enorme aquí, ¿no?! ¿Acaso ves algún otro? —escupió Alfonso amargo desde su rincón—. Y ella es Belén Lombardo, ¡tu jefa! —aclaró—, pero no la conoces —no tardó en incordiar—. ¿Cómo podrías?, si, a diferencia de quienes trabajamos veinticuatro siete para ella, Bel apenas y recordó su Consorcio de Servicios de Seguridad Gubernamental ahora que necesita sacar a su nuevo «amigo especial» de un lío gordo.

—¡Alfonso, contrólate! —exigió enérgico Rogelio.

Alexey ajustó los puños y avanzó unos pasos envalentonados hacia el tipo. Bel le puso una mano en el pecho para retenerlo, lo vio a los ojos y negó. El ruso soltó un rugido bajo, pero se contuvo.

—No seas patético, Foncho —arguyó Belén sin mirarlo y aplicó una presión suave sobre los trapecios de Alexey para ayudarlo a recuperar el control—. Señorita Araníbar, señor Ramírez, ¡este es su hombre! —indicó con una sonrisa política—. Lo dejo en sus manos expertas —confió y se dirigió parsimoniosa hasta el rincón oscuro en el que su exnovio fumaba.

—Buenas noches, señor Ivanov —escuchó a la mujer decir a la distancia—, procederemos a colocarle una funda dental con un micrófono y un audífono incorporados, una lentilla de contacto con una cámara capaz de transmitir en vivo a nuestros servidores y un rastreador subcutáneo a la altura del hombro, ¿podría quitarse la camiseta, por favor?

—¿Qué pasa contigo? —preguntó Bel ya junto a Alfonso y se acomodó en el sillón a su lado—. Actúas como si tuvieras dieciséis; incluso creo que eras más maduro entonces —observó.

Él rio sardónico y, sin mirarla, le dio una calada al cigarro.

—Dice la que dejó todo atrás porque se enamoró de un fugitivo con una alerta roja en la Interpol, como en las novelas rosas que lee su madre —observó—, pero que ella no sabe que lee, porque nunca intima con la familia más que para pedir favores que nos ponen en la mira de mafiosos desalmados.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora