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—¿Señor? —llamó Boris Kozlov desde la puerta del despacho

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—¿Señor? —llamó Boris Kozlov desde la puerta del despacho.

El pakhan estaba inmerso en su lectura.

—¡Adelante, hijo! —soltó, sin embargo, tan pronto como se percató de ser requerido—. No he tenido tiempo de felicitarte por tan exitosa incursión. ¿Vienes a traerme noticias de mi nieta? —inquirió después.

Estaba ansioso por estar de vuelta en San Petersburgo con Ludmila, recuperar el tiempo perdido y enseñarle a ser una verdadera mujer de la Pauk. No se equivocaría esta vez como le pasó con Svetlana.

—Gracias, señor. La niña está bien —respondió Boris y, tras una seña de invitación del mayor, tomó asiento en uno de los sillones confidentes frente al escritorio—. Aunque no para de llorar, tampoco quiere soltar al gato.

—¡Ya se le pasará! —desestimó el pakhan despreocupado—. A esa edad todo es olvidable. En unos años, ni siquiera recordará su primera infancia —auguró.

—Estoy seguro de que así será —estuvo Kozlov de acuerdo con una sonrisa política—, pero yo venía a hablarle de un problema —agregó acomedido.

—¿Un problema? —dudó Novikov, lo miró de frente y cruzó los brazos sobre el escritorio.

—Son los hombres, señor —respondió Boris, atento a la reacción de su jefe.

—¿Qué con ellos? —inquirió el pakhan.

Kozlov esbozó una mueca de desagrado.

—Son cobardes, supersticiosos —dijo—. Temen enfrentar a Sokol. Algunos aseguran que lleva al Diablo por dentro —argumentó—. Les advertí que la Pauk no admite cobardes, pero conocen al Halcón, ninguno de ellos pudo vencerlo cuando estaba a cargo, y se preguntan qué tan feroz será ahora como enemigo.

Novikov carraspeó y miró la máscara en el rostro de su subordinado.

—¿Tú le temes a Sokol? —preguntó escarbando en su mirada de un solo ojo.

—No, señor —aseguró el menor.

—¿Por qué no? —preguntó el pakhan curioso y lo miró de arriba abajo—. ¿No te preocupa volver a caer en sus manos?

—No, señor —insistió Boris seguro, miró al frente y reafirmó su postura—. No hay lugar para el miedo cuando el odio lo ocupa todo. Quiero matarlo.

Novikov rio de lado.

—¿Quieres matarlo? —dijo incrédulo.

—¡Sí! —confirmó el más joven.

—¿Y cómo harás eso, si no consigues ni controlar a tus hombres? —tentó el viejo ácido—. Sé que eres solo un muchacho —se mostró empático después—, pero ¿acaso crees que ellos se atreverían a revelarse así ante Sokol?

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora