Ya no necesito consejos

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La última carrera de la temporada tenía una tensión palpable en el aire. Sabía que todo estaba en juego: el campeonato, la gloria, y, lo más importante, el legado de Checo. Era su última carrera antes de retirarse, y no había nada que deseaba más que verlo ganar una última vez.

La bandera verde ondeó, y desde el inicio, Checo y yo luchamos codo a codo, adelantando y defendiéndonos mutuamente. La carrera fue intensa, con adelantamientos milimétricos y estrategias impecables. A medida que nos acercábamos a las últimas vueltas, estábamos en las primeras posiciones, Checo liderando y yo justo detrás de él.

La radio crepitó en mi oído.

—Max, tienes que pasar a Checo. Necesitamos esa victoria para asegurar el campeonato.

Miré el alerón trasero de Checo, sus movimientos precisos y su determinación evidente. Sabía lo mucho que significaba para él esta carrera. En ese momento, una decisión clara surgió en mi mente.

—Esta victoria es de él —respondí con firmeza.

—Max, perderás el campeonato —insistió mi ingeniero de carrera.

—Ya tengo seis de ellos. Esto significa más para él que para mí.

El silencio en la radio duró solo un segundo, pero se sintió como una eternidad.

—Max... —la voz del ingeniero se suavizó—. ¿Estás seguro?

—Sí, estoy seguro.

Con cada vuelta que pasaba, mantuve mi posición detrás de Checo, protegiendo su liderazgo de los ataques de los otros pilotos. Sabía que cualquier movimiento imprudente podría costarle la victoria, y eso era algo que no podía permitir.

En la última vuelta, la presión aumentó. Los otros pilotos estaban acercándose, pero mantuve mi defensa, bloqueando cada intento de adelantamiento. Cuando cruzamos la línea de meta, Checo primero y yo segundo, una ola de emoción y alivio me inundó. Había logrado lo que me había propuesto.

Al detener los coches y salir, vi la mirada de incredulidad y gratitud en los ojos de Checo. Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza, lágrimas de felicidad rodando por sus mejillas.

La euforia de la victoria aún flotaba en el aire cuando Checo me apartó un momento, su rostro una mezcla de gratitud y confusión.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, aún incrédulo.

Lo miré a los ojos, tratando de transmitir toda la sinceridad que sentía.

—¿Recuerdas Brasil? —le dije, viendo cómo su expresión cambiaba a una mezcla de incomodidad y melancolía mientras asentía—. En esa ocasión, debí dejarte pasar. No debí pensar solo en mí.

Tomé sus manos entre las mías, sintiendo la calidez y la fuerza que siempre había admirado en él.

—Sé que eres un gran piloto, Checo. No quería que te fueras sin haber tenido la oportunidad de estar en lo más alto del podio. Quería que tu última carrera fuera memorable, que salieras con la victoria que tanto mereces.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero también de una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Pero... ¿y tu campeonato? —preguntó, su voz un susurro.

—Ya me diste muchas victorias —respondí sin dudarlo, acercándome para abrazarlo con fuerza. Sentí cómo su cuerpo se relajaba contra el mío, compartiendo ese momento de pura conexión y comprensión mutua.

Mientras estábamos allí, abrazados en medio de la algarabía y el bullicio del equipo, escuchamos la voz de Chris resonar por encima del ruido.

—¡Enamorados al podio! —gritó, arrancando risas y aplausos de todos los presentes.

Guía para enamorar a Checo Pérez || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora