Desde que tengo memoria, la Fórmula 1 es un escenario donde las etiquetas se adhieren rápidamente, y la mía siempre fue la del chico problemático, el agresivo, el que no retrocede. No me importaba mucho lo que pensaran, al menos, eso creía. Hasta que apareció Checo.
La primera vez que vi a Sergio Pérez, fue en una conferencia de prensa. Había algo en su manera de ser, en su mirada tranquila y sonrisa sincera, que me descolocó. No estaba actuando, no estaba jugando un papel. Era simplemente él, y esa autenticidad me golpeó como un rayo. En la pista, era un rival formidable, pero fuera de ella, había algo en él que me atraía, algo que me hacía querer conocerlo más allá de los cascos y los trajes ignífugos.
Carrera tras carrera, empezamos a compartir más momentos. No buscados, no planeados, solo encuentros fortuitos que parecían estar marcados por el destino. Un día en el paddock, una charla rápida antes de una carrera, un cruce de miradas durante una rueda de prensa. Había una conexión, una corriente subterránea que nos unía, aunque ninguno de los dos lo mencionara.
El punto de inflexión llegó una noche en Mónaco, después de una carrera agotadora. La lluvia caía sobre las calles empedradas y la ciudad parecía dormida bajo un manto de agua. Había decidido caminar solo, alejándome del ruido y las luces, buscando un momento de paz. Lo vi allí, de pie en el muelle, observando el mar. La imagen de Checo, solitario bajo la lluvia, me atrapó. Había algo tan puro, tan real en esa escena que no pude evitar acercarme.
No hablamos mucho al principio. Solo estuvimos allí, juntos, compartiendo el sonido de las olas y el suave tamborileo de la lluvia. Finalmente, rompimos el silencio. Hablamos de la carrera, de nuestras vidas, de nuestros sueños y miedos. Descubrí un Checo diferente esa noche, uno que no se mostraba a menudo al mundo. Era vulnerable, honesto, y más humano de lo que jamás hubiera imaginado.
Esa noche, algo cambió dentro de mí. Sentí una calidez que no había sentido antes, un deseo de proteger esa vulnerabilidad que Checo había compartido conmigo. Me di cuenta de que me estaba enamorando de él. No era solo admiración o camaradería, era algo mucho más profundo. Sentía que, con él, podía ser yo mismo, sin las máscaras y las armaduras que me había acostumbrado a llevar.
Desde aquella noche en Mónaco, todo cambió. Había algo nuevo, una chispa que encendía mis pensamientos y hacía que mis emociones se arremolinaran como una tormenta en alta mar. Sentía una calidez indescriptible al pensar en Checo, pero también un miedo paralizante. Así que hice lo que mejor sabía hacer: me cerré. En lugar de hablarle como solía hacerlo, empecé a evitarlo. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, desviaba la vista, y cada vez que se acercaba, encontraba una excusa para alejarme.
Lo evitaba en los pasillos del paddock, me escabullía de las conversaciones y, cuando inevitablemente nos encontrábamos, mantenía la interacción al mínimo, siempre profesional, siempre distante.
Una tarde, mientras estaba en mi habitación del hotel, sumido en mis pensamientos, Charles y Lando irrumpieron sin previo aviso.
─Max, tenemos que hablar ─dijo Charles, cerrando la puerta tras de sí.
─Sí, últimamente has estado muy raro ─añadió Lando, frunciendo el ceño mientras se dejaba caer en una silla.
─¿Qué pasa? ─pregunté, aunque ya sabía hacia dónde iba la conversación.
─Queremos saber qué te pasa con Checo ─dijo Charles, directo al grano.
Sentí que el calor subía a mi rostro. No era fácil admitir lo que sentía, especialmente porque me había estado comportando de manera tan errática.
─Me gusta─, solté y cerré los ojos nervioso por sus reacciones.
Quizás ya lo habían notado y por eso venían. Trague seco y abrí los ojos para ver sus caras, pero no fue lo que esperaba. Sus caras estaban desencajadas y fruncidas.
─¿Te gusta? ─preguntó Lando, con una mueca que mostraba tanto incredulidad como curiosidad.
─¿En serio? ─Charles frunció el ceño, esperando una respuesta.
─¿No es obvio? ─murmuré, quitándome la gorra y mirando al suelo, avergonzado.
─No, para nada ─rió Lando, claramente disfrutando del momento.
─Max, pareciera que lo odias ─dijo Charles, riendo mientras se tumbaba en mi cama, como si aquello fuera lo más obvio del mundo.
─¿Qué? ─dije, sorprendido. No podía creer lo que estaba escuchando.
─Todos lo piensan y no dudo que Checo también ─agregó Lando, burlándose un poco.
─No quería ser obvio, pero tampoco quiero que piense que lo odio ─bufé, girando en mi silla, frustrado. Había intentado mantener las cosas en equilibrio, pero aparentemente había fracasado por completo.
Charles y Lando compartieron una mirada antes de volver su atención hacia mí.
─Max, si realmente te importa, tienes que decírselo. No puedes seguir así ─dijo Charles, en un raro momento de seriedad.
─Sí, tienes que hacer algo al respecto ─añadió Lando─. No puedes dejar que siga pensando que lo odias.
Sabía que tenían razón, pero el miedo seguía ahí, palpitante. ¿Y si lo arruinaba? ¿Y si Checo me rechazaba? Pero también sabía que no podía seguir evitando mis sentimientos. Tenía que encontrar una manera de mostrarle a Checo lo que realmente sentía, antes de que fuera demasiado tarde.
Así que, esa noche, mientras el silencio llenaba la habitación, tomé una decisión. Iba a hablar con Checo, a decirle todo lo que sentía, sin importar las consecuencias. Porque, en el fondo, sabía que valía la pena arriesgarse por él.
Pero la verdadera pregunta era: ¿Como lo iba a enamorar?
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Guía para enamorar a Checo Pérez || Chestappen
FanficDónde el tímido neerlandés intenta de todo para conquistar a Sergio Pérez con los consejos de sus amigos.