Capítulo 28

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Heidi se encontraba en un callejón oscuro, observando cómo el hombre al que había citado llegaba con pasos apresurados. Su rostro mostraba signos de nerviosismo; las gotas de sudor en su frente eran evidentes incluso bajo la tenue luz del farol. El sonido lejano de la ciudad los envolvía, pero en aquel rincón parecía que estaban completamente aislados del mundo.

—Aquí tienes lo acordado —dijo Heidi mientras le entregaba un sobre abultado al conductor del tráiler.

El hombre lo tomó con manos temblorosas, revisando rápidamente el contenido antes de mirarla.

—Esto no es suficiente. Si la policía empieza a hacer preguntas...

—No te pagué para que hicieras preguntas, te pagué para que desaparezcas. Si no lo haces, te aseguro que alguien se encargará de que lo hagas —lo interrumpió Heidi con voz fría, sus ojos clavados en los de él. No había espacio para el miedo en su semblante, solo una determinación calculada.

El conductor tragó saliva y asintió lentamente.

—¿Y qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó, mirando hacia los costados como si esperara ver a alguien espiándolos.

Heidi sonrió, pero no era una sonrisa reconfortante. Era más una advertencia. Se acercó un poco más, su voz bajando a un susurro cortante.

—Toma el dinero, desaparece, y asegúrate de que nadie te encuentre. Si sigues por aquí, créeme, será lo último que hagas.

El conductor asintió una vez más, tragando el miedo que lo invadía. Tomó el sobre, lo metió en su chaqueta y, sin decir una palabra más, se alejó rápidamente. Heidi lo observó hasta que desapareció en la esquina, y luego sacó su teléfono, enviando un mensaje rápido a Heng: "El problema está resuelto".

Heng estaba sentado en su oficina, mirando por la ventana cuando el teléfono comenzó a sonar. El nombre de Heidi apareció en la pantalla, y una sonrisa astuta se dibujó en su rostro. Decidió marcar con calma, como si nada en el mundo lo perturbara.

—¿Ya lo resolviste? —preguntó directamente, sin ningún tipo de saludo.

—Por supuesto —respondió Heidi desde el otro lado de la línea—. El conductor se largó, no hará preguntas. Está en camino a desaparecer como lo planeamos.

—Bien. —La voz de Heng sonó satisfecha—. Asegúrate de que no vuelva a aparecer, ¿entiendes?

—Voy a tomar un avión en unas horas. Estaré lejos por un tiempo, hasta que todo esto se enfríe.

Heng asintió para sí mismo, aunque sabía que Heidi no podía verlo. Sus planes se estaban alineando a la perfección. Sin embargo, había un cabo suelto que aún no estaba listo para atar.

—Antes de que te vayas —dijo con tono casual, pero cargado de intención—, yo también tengo un pequeño asunto pendiente que resolver.

—¿Con Freen? —preguntó Heidi, entendiendo de inmediato.

—Exacto. Voy a hablar con ella. Es hora de que ponga las cosas en su lugar, y si no lo hace... —dejó la frase en el aire, pero ambos sabían exactamente a qué se refería.

Heidi sonrió, aunque Heng no pudiera verla. —¿Vas a secuestrarla?

—Si no quiere venir por su propio pie, sí. —La respuesta de Heng fue clara y fría—. No me dejaré humillar otra vez.

—Haz lo que tengas que hacer, pero asegúrate de no dejar rastro —dijo Heidi con un tono que reflejaba el mismo desapego con el que había manejado al conductor.

La llamada terminó, y Heidi se relajó en su asiento, como si nada importante hubiera ocurrido, mientras el tablero anunciaba el próximo vuelo.

En la habitación del hospital, el ambiente era diferente. Freen y Rebecca habían regresado del paseo y ahora el silencio entre ellas estaba cargado de algo más que incomodidad. Freen observaba a Rebecca con una mezcla de ternura y preocupación, mientras Rebecca la miraba fijamente, como si estuviera tratando de recordar algo más.

—¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó Rebecca, su tono era más suave que de costumbre.

—No lo sé... —respondió Freen, con una sonrisa débil, desviando la mirada.

Rebecca se acercó un poco más, sus ojos explorando el rostro de Freen, buscando respuestas en la cercanía de sus cuerpos. El latido de su corazón aceleraba cada vez que estaba tan cerca de ella, como si su cuerpo lo recordara antes que su mente.

Antes de que el momento pudiera evolucionar, la puerta se abrió de golpe y Heng entró en la habitación. Su sonrisa falsa no engañó a Rebecca, aunque su mente no pudiera recordar todos los detalles de su relación con él. Sin embargo, una ola de incomodidad la recorrió.

—¿Cómo estás, Becca? —preguntó Heng, acercándose a la cama como si realmente le importara.

Rebecca lo miró con una mezcla de confusión y frialdad. —Estoy... mejor. No sé quién eres exactamente, pero... gracias por venir —dijo, algo cortante.

Pero lo que más irritaba a Rebecca no era la presencia de Heng. Era cómo él miraba a Freen, y cómo Freen parecía dudar.

—Freen, ¿podemos hablar un momento? —dijo Heng, ignorando a Rebecca y dirigiendo su atención a su exnovia.

Freen miró a Rebecca, su rostro lleno de duda y nerviosismo.

—No sé si debería...

—Por favor, solo será un momento. Afuera, en el pasillo —insistió Heng, su tono aparentemente tranquilo, pero Freen podía sentir la presión.

Rebecca, sintiendo un golpe de celos, no dijo nada, pero miró a Freen con preocupación. Finalmente, Freen accedió, levantándose lentamente.

En el pasillo, Heng cambió el tono. Su voz se volvió más fría, más calculadora.

—Si no vienes conmigo, Freen, le haré daño a Rebecca. No estoy jugando. Sabes de lo que soy capaz —susurró Heng al oído de Freen, cada palabra envuelta en amenaza.

Freen sintió su cuerpo congelarse, sus manos temblando. Sabía que Heng no estaba bromeando. Con un nudo en el estómago, asintió, sabiendo que no tenía otra opción.

—Está bien, iré contigo... solo no le hagas daño —dijo en un susurro tembloroso.

Me RecuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora