Capítulo 39

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Heng salió del embarcadero con una calma inquietante, dejando atrás a Rebecca y sus gritos ahogados. Sabía que el final se acercaba, y esa certeza lo llenaba de una extraña satisfacción. Al llegar a su casa, encontró a Freen en el sofá, con los ojos rojos de tanto llorar, mirando las noticias, esperando una señal de Rebecca, cualquier cosa. Pero no había nada, solo silencio.

—No llores más —dijo Heng con frialdad, apagando el televisor—. Mañana a mediodía nos casamos. Todo está listo. Ya no tienes que preocuparte por ella.

Freen lo miró con los ojos llenos de dolor y desesperación. Quería gritar, quería correr, pero su cuerpo estaba agotado. Ya no tenía fuerzas para luchar. No había esperanza.

—Mañana te tengo una sorpresa —continuó Heng, sonriendo con malicia—. Nos iremos lejos, a un lugar donde nadie pueda encontrarnos. Donde nadie pueda separarnos.

Freen, derrotada, solo lo miro, se levanto y en un intento desesperado lo atacó a golpes, golpes inútiles pues ya estaba agotada así que después de ser azotada en el piso, Heng la tomo del cabello y  la encerró en su cuarto, esta se dejó caer al piso trás la puerta y comenzó a llorar.  Pues ya no le importaba lo que Heng hiciera con ella.

En otra parte de la ciudad, en el oscuro embarcadero, la capitana Lara, Nam y Nop fueron los primeros en llegar en una camioneta. Lara se movía con precisión y rapidez, sacando chalecos antibalas.

—Pónganselos y quédense aquí —ordenó mientras cargaba su arma—. Yo me encargaré de esto.

Lara avanzó hacia el muelle, observando cómo los lancheros intentaban subir a Rebecca, amarrada, a una de las embarcaciones. El corazón de Lara latía con fuerza. No podía fallar. Los disparos comenzaron a sonar, y uno de los hombres agarró a Rebecca, sumergiéndola en el agua mientras intentaba ahogarla.

Rebecca luchaba con todas sus fuerzas, desesperada por aire, tratando de cortar las cuerdas que la mantenían atrapada con el borde de un tubo oxidado. Lara disparaba desde la cubierta, avanzando entre las sombras, cubriéndose detrás de cajas y barriles, cada disparo más preciso que el anterior.

—¡Detente! —gritó Lara, apuntando al hombre que sostenía a Rebecca bajo el agua. Él sacó su arma y la apuntó de vuelta.

—¡Baja el arma! —ordenó Lara, pero el hombre no cedió.

Dos disparos resonaron al mismo tiempo. Por un momento, el mundo pareció detenerse. El hombre soltó a Rebecca, dejando caer su arma al agua. Pero cuando cayó, fue Rebecca quien gimió de dolor, con una herida en su abdomen. Lara, sin pensarlo dos veces, disparó al hombre, eliminando la amenaza.

Rebecca empezó a hundirse, su cuerpo debilitado por el disparo. Lara corrió hacia el borde del muelle, preparándose para lanzarse tras ella, pero los oficiales la detuvieron. En ese momento, Rebecca emergió, su rostro pálido, jadeando desesperada.

—¡Ayuda! —gimió, sus labios temblando mientras el agua fría la envolvía.

Lara se soltó de los oficiales y se lanzó al agua, alcanzando a Rebecca justo a tiempo, sosteniéndola mientras ambas emergían a la superficie, luchando por cada respiro.

—Ya te tengo —susurró Lara—. Estás a salvo.

Lara metió a Rebecca en la camioneta con cuidado, asegurándose de que estuviera cómoda, aunque su respiración seguía siendo agitada. Los reporteros comenzaron a aparecer por todos lados, cámaras y micrófonos listos para capturar cualquier detalle. Un helicóptero descendía, trayendo un comando especial que rápidamente se desplegó, asegurando la zona.

—¡Acordonen el área! —ordenó Lara a los oficiales, su voz firme cortando el caos—. Nadie entra ni sale sin autorización.

Mientras tanto, Lara se volvió hacia Steven, el agente del FBI.

—Habla con la prensa, inventa algo —dijo en tono bajo pero decidido—. Diles que Rebecca está en estado crítico. Heng tiene que creerlo, no podemos arriesgarnos.

Steven asintió y se dirigió hacia los periodistas. Mientras tanto, Nam se apartó un poco y sacó su teléfono.

—Sí, estoy bien, amor. Iré con Rebecca al hospital —le dijo a su esposo con voz tranquila, aunque sus ojos revelaban la tensión del momento. A su lado, Nop miraba en silencio,  y movia su celular haciendo alusión a que el estaba recibiendo llamadas. Nam lo notó y, en un gesto típico de ella, le dio un leve zape en la cabeza.

—¡Cálmate! —le dijo en tono burlón, intentando aligerar la tensión.

Rebecca, con una expresión de dolor pero decidida, fue trasladada rápidamente al hospital. Al llegar, los doctores la recibieron de inmediato, tratándola como una emergencia. Después de unos momentos de angustia, la doctora la examinó y le informó:

—Tuviste mucha suerte. La bala solo rozó tu abdomen, no perforó. Te haré un curetaje para evitar infecciones, pero estarás bien.

Rebecca soltó un suspiro de alivio. Mientras Lara se acercaba a su cama

—Así que tenemos Armstrong para más rato—. Lara exclamó sonriente

—Si, eso creo—.Rebecca sonrió

—Sabes aún tenemos que detener a Heng —dijo Rebecca, su voz cargada de determinación—. Se casa mañana al mediodía, no podemos dejar que siga con esto, y siga haciéndole más daño a Freen.

Lara asintió, observándola con una mezcla de respeto y preocupación.

—Ahora entiendo por qué amas tanto a Freen —dijo Lara suavemente—. Ella realmente te hace una mejor persona, ¿verdad?

Rebecca asintió, sin dudarlo.

—Es mi destino. Freen es quien me da fuerza, quien me hace querer ser alguien mejor.

Lara sonrió levemente antes de volverse seria nuevamente.

—Prepararé todo para detener a Heng mañana. No te preocupes, lo detendremos antes de que haga más daño, por ahora tu descansa.

—Quiero estar ahí Lara, no puedo permitir que toque más a Freen

—Lo sé pero si sabe que estás a salvo podría atentar contra la vida de Freen. Deja que me haga cargo Armstrong, eso te lo debo.

—Espero que tu plan funcione Lara

Unos minutos después, los padres de Rebecca llegaron apresurados. Su madre la abrazó con fuerza, con lágrimas en los ojos.

—Pensamos lo peor —dijo su madre, temblando mientras la mantenía entre sus brazos.

—Ouch Ouch mamá, es bueno verte o bueno quizás no, mejor me hubiera muerto—.Rebecca se quejaba con algo de risa

la mamá de Rebecca dio un leve zape en la cabeza.

—¡Cálmate quieres! tu no vas a entender hasta el día que seas madre — la señora Armstrong sostenía su mano en la cintura. 

—Mi vida, ¿Cómo te encuentras?— decía el señor Armstrong

—Bien padre

—¿Y ya saben quienes fueron los que te secuestraron?—Espetó el señor Armstrong

—"Marcus", obvio fue Heng, el hijo de tu mejor amigo—Exclamó con amargura la mamá de Rebecca

—¡¡Ese maldito!! me escuchara ahora— Marcus tomó su teléfono pero la mamá de Rebecca lo detuvo 

—Querido calma, la oficial Lara ya se está haciendo cargo de todo, pero si tengo ganas de darle unas buenas cachetadas a ese, estupido, desde niño era un bueno para nada—Espetó la mamá de Becky

—Ve por un café viejito, y tranquilizate—Exclamó más calmada la señora Armstrong


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