Capítulo 36

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Heidi avanzaba con pasos decididos por el pasillo de mármol, el eco de sus tacones resonando en cada rincón. Frente a la puerta de la oficina de Rebecca,  Estaba decidida. 

Tocó la puerta suavemente, siendo una "Heidi" diferente. Cuando Rebecca abrió, sus ojos, usualmente fríos y calculadores, se cruzaron con los de Heidi. Hubo un breve destello de sorpresa antes de que Rebecca volviera a su habitual expresión indiferente.

—¿Qué haces aquí, Heidi? —preguntó Rebecca, su voz áspera, pero contenida.

Heidi tragó saliva y dio un paso adelante, cerrando la puerta tras de sí.

—He venido a hablar. A pedirte... que me escuches —dijo, su tono más suave de lo que había planeado—. Sé que cometí muchos errores. Lo sé, Rebecca. Y sé que nunca te di la impresión de que me importabas más que el dinero o la comodidad que tu vida me ofrecía. Pero he cambiado. Lo que me importa ahora... eres tú.

Rebecca se cruzó de brazos, mirando a Heidi con escepticismo. No dijo nada, dejando que el silencio hablara por ella.

—Ya no me interesa el dinero, ni la vida fácil —continuó Heidi, dando un paso más cerca—. Me di cuenta de que lo único que realmente valía era estar contigo. He aprendido a valorarte, Rebecca. Te amo.

Antes de que Rebecca pudiera responder, la puerta de la oficina se abrió bruscamente, y Nam, apareció con una carpeta en mano.

—Rebecca, necesito hablar contigo sobre los documentos que... —empezó Nam, deteniéndose al ver la escena tensa frente a ella.

—No ahora, Nam —respondió Heidi, interrumpiéndola sin miramientos, con un tono imperioso—. Esto es importante. No nos interrumpas.

Heidi, decidida, se acercó a Rebecca y acarició sus hombros con delicadeza, intentando un gesto que podría haber sido íntimo en otro momento, en otro contexto. Pero Rebecca no se inmutó, su cuerpo rígido bajo el contacto de Heidi.

—No —dijo Rebecca, con una voz gélida que cortó el aire. Dio un paso hacia atrás, liberándose de la caricia—. No me toques. No vengas ahora con palabras bonitas cuando nunca estuviste y solo te importaba el dinero. Cuando tuve ese accidente y perdí la memoria, ¿dónde estabas, Heidi? Ni siquiera te molestaste en estar ahí. Y ahora, ¿quieres que te crea? Solo te importaba el dinero. Siempre fue el dinero.

—Tu terminaste conmigo en el loft, me dijiste que nos tomaramos un tiempo, que ya no te interesaba como mujer—Heidi señaló a Rebecca, sacando su verdadero ser.

—Sé lo que hice mal, Rebecca. Lo sé, pero si tu me sacaste de tu vida bebe. Pero esto no es sobre el pasado. Sé lo que Heng planea hacer contigo, y...

—No me interesa Heng —interrumpió Rebecca, con los ojos ardiendo de ira contenida.

—¿Te importa un demonio, entonces, que se vaya a comer tu empresa? ¡Y a Freen! ¿Esa mosca muerta que?, solo busco un mejor postor, no es mejor que yo, es una zorra cualquiera que al igual que yo busca un mejor postor —espetó Heidi, desesperada.

Rebecca se tensó ante la mención de Freen. Su rostro palideció, pero la rabia creció en sus ojos.

—No vuelvas a referirte a Freen de esa forma. Si vuelvo a escuchar que mencionas algo sobre Freen, juro que perderé lo poco que me queda de ser humano contigo—gruñó, su voz temblando mientras agarraba a Heidi por el brazo y la empujaba hacia la puerta—. ¡Lárgate de mi oficina ahora!

Heidi tropezó un poco, sorprendida por la fuerza y la rabia de Rebecca, pero antes de poder decir algo, Rebecca cerró la puerta de golpe detrás de ella, el sonido resonando por la sala.

Rebecca, alterada, respiraba agitadamente, intentando contener el torrente de emociones que la invadía.Nam se acercó a ella con cautela, tocando suavemente su hombro.

—Rebecca... calma. No dejes que esto te consuma —susurró, su voz suave y tranquilizadora.

Rebecca cerró los ojos y exhaló profundamente, intentando encontrar el control perdido en esa tormenta de recuerdos y emociones. 

—No vuelvas a hablar así de Freen —murmuró Rebecca, más para sí misma que para Heidi.

Freen terminó de preparar la comida, sus manos temblaban ligeramente mientras ponía el plato en la bandeja. Sabía que cualquier error podría desatar el temperamento de Heng, y el miedo la invadía. Se comportaba con sumisión, como si cada uno de sus movimientos debiera estar calculado para evitar problemas. Con la bandeja lista, se dirigió hacia la oficina de Heng.

Al llegar, extendió la mano para tocar la puerta, pero se detuvo en seco al escuchar su voz al otro lado. Heng hablaba por teléfono, su tono serio y controlado.

—Heidi, ¿Matarla? —decía Heng—. Sí así como oyes, fui a verla hoy a su oficina, pero la maldita de Rebecca me corrió como si no valiera nada, así que matala Heng.

Freen sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. ¿Estaban hablando de Rebecca?

—Tienes que adelantar los planes tu boda con Freen —respondió Heidi con una voz fría y calculadora—. Rebecca es lista, demasiado. Es posible que haya captado algo de lo que estamos planeando. No podemos correr riesgos. Debes acabar con su vida antes de que haga algo. Y casarte con esa zorra lo antes posible, así mantenemos el control.

—No te preocupes, soy más inteligente que Rebecca, ¡Heidi!, ya tiene fecha de muerte—exclamó Heng

Freen sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Se llevó una mano a la boca, temblando de incredulidad y terror. ¿Estaban planeando matar a Rebecca? ¡No podía dejar que eso ocurriera!

Con el corazón acelerado, dejó caer la bandeja sin hacer ruido y se giró, saliendo corriendo por el pasillo. No importaba la lluvia que empezaba a caer en grandes gotas contra las ventanas. Tenía que encontrar a Rebecca.

Freen entró al elevador, sintiendo el peso del agua en su ropa mojada, el cabello empapado pegándosele a la frente. Mientras el ascensor subía lentamente, su mente corría mucho más rápido. ¿Qué le iba a decir a Rebecca después de casi un año sin verla? ¿La recordaría?

El último encuentro en aquel restaurante volvió a su memoria como un torbellino. Rebecca, elegante y serena, había levantado la mirada y sus ojos se encontraron por unos breves segundos. El mundo había dejado de girar en ese instante. Pero la forma en que Rebecca había reaccionado... una mezcla de confusión y sorpresa, como si Freen fuera una extraña. ¿Y si ella no la recordaba? ¿Si todo lo que alguna vez tuvieron ya no existía en la mente de Rebecca?

Freen cerró los ojos por un momento. ¿Será que aún me ama?

El "ding" del elevador la sacó de sus pensamientos. Las puertas se abrieron y, al dar un paso fuera, se topó de frente con Nam. El impacto fue repentino, casi derribándola.

—¡Freen! —exclamó Nam, sorprendida al verla en ese estado, empapada, jadeando—. ¿Estás bien?

Freen intentó hablar, pero sus palabras salían entrecortadas, mezcladas con su respiración acelerada. Solo había una cosa que importaba.

—¿Dónde... dónde está Rebecca? —preguntó Freen, desesperada, sin más fuerza para ocultar el caos que reinaba en su interior.

Nam levantó la vista, alarmada por la urgencia en la voz de Freen.

—Salió a una reunión de trabajo —dijo con calma—. ¿Qué pasa?

—¡Dime dónde es la reunión! —insistió Freen, con los ojos vidriosos de miedo.

Nam se detuvo por un momento, dudando, pero al ver la desesperación en Freen, le dio la dirección. Freen corrió hacia la salida, mientras afuera la tormenta estallaba en un diluvio. La lluvia empapaba su ropa mientras intentaba llegar al lugar de la reunión, sabiendo que cada segundo contaba. No podía perder más tiempo. Rebecca estaba en peligro, y Freen debía salvarla, aunque le costara todo.

La lluvia caía con furia, pero nada podía detener el torbellino de emociones que impulsaba a Freen a seguir adelante.





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