Hace un año, Santiago mordía el lápiz distraídamente, sin prestar realmente atención a la clase. Todo parecía ir lento aquel día, como si el tiempo se hubiera detenido en una rutina monótona y aburrida. Los días se sucedían unos a otros, tan previsibles que Santiago apenas encontraba en ellos algo que captara su interés.
Miró a su lado a su mejor amiga, Patricia, quien escribía con rapidez todo lo que el profesor anotaba en el pizarrón. Su lápiz de tinta rosa se deslizaba con precisión sobre el papel, resistiéndose a agotarse, al igual que la paciencia de Santiago, quien sentía que cada minuto en esa aula era una eternidad.
Santiago desvió la mirada hacia la ventana, donde el patio de la academia ofrecía una vista más animada. Allí, el equipo de baloncesto pasaba en fila tras un entrenamiento. Santiago observó a cada uno de los jugadores, buscando en sus rostros algo diferente, algo que rompiera con la monotonía. Sus ojos se detuvieron en el capitán del equipo: Bruno Molina. Un chico guapo, popular, que parecía tenerlo todo en aquella sociedad estudiantil.
—Oye, Patito —murmuró Santiago, con una voz que parecía cargada de una energía contenida—, ¿todavía no tienes una idea para tu novela?
—No, nada. ¿Por qué preguntas? —respondió Patricia, sin levantar la mirada de su cuaderno.
—Por nada —replicó Santiago, su vista fija en el capitán del equipo. Después de un momento, una sonrisa juguetona asomó en su rostro mientras giraba hacia su amiga—. Pero yo tengo una idea.
Patricia levantó la vista, curiosa, notando ese brillo en los ojos de Santiago, un brillo que siempre aparecía cuando estaba a punto de decir o hacer algo fuera de lo común.
—¿De qué trata? —preguntó Patricia.
Santiago hizo una pausa, disfrutando del suspenso que él mismo creaba, como si estuviera probando un sabor antes de compartirlo.
—¿Conoces a Bruno Molina? —preguntó finalmente, como quien deja caer una pieza de un rompecabezas que nadie más había notado.
Patricia negó con la cabeza. El nombre le sonaba vagamente, pero no era alguien relevante en su vida. Santiago, sin embargo, apuntó por la ventana hacia el patio.
—Ese de ahí, el que gira el balón en su dedo. Ese es Bruno Molina, capitán del equipo de baloncesto —dijo Santiago, observando de reojo a su amiga.
Patricia arregló sus lentes y frunció el ceño, tratando de enfocar su vista en la figura que Santiago le señalaba. Bruno, con su camiseta deportiva y una actitud despreocupada, giraba el balón en su dedo con la habilidad de quien está acostumbrado a que todo le salga bien.
—¿Y qué pasa con él? —preguntó Patricia, volviendo la mirada hacia Santiago, quien seguía sonriendo, como si estuviera viendo algo que los demás no podían.
—Tengo una muy buena idea para tu nueva novela, Patricia —respondió Santiago, con un tono que sugería que había estado esperando este momento.
—¿Con él? —Patricia no podía evitar sentirse un poco desconcertada—. ¿No crees que sería muy... raro?
—Oh, créeme, ya lo pensé muy bien —dijo Santiago, con una seguridad que no dejaba espacio para la duda—. Este chico tiene todo lo que necesitas para crear un personaje interesante. Además, su vida social en la academia es justo el tipo de drama que le daría vida a tu historia.
Patricia lo miró con escepticismo, pero también con curiosidad. Santiago tenía una manera de hacer que las ideas más improbables parecieran posibles, de encontrar potencial en lo que otros pasarían por alto.
—No estoy segura, Santiago... —dudó, aunque la chispa de creatividad ya comenzaba a encenderse en su mente.
—Piensa en ello, Patito. Un personaje como él podría darle un giro emocionante a tu novela. ¿Qué tal si el chico popular no es lo que parece? —Santiago dejó caer la idea con una naturalidad que ocultaba el cuidado con el que la había elegido—. Podría ser interesante, ¿no crees?
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Cheerleader
FanfictionEn la monótona atmósfera de la Academia Privada Aurora, Patricia Castro, una escritora apasionada anónima en busca de la esencia de la vida estudiantil, se sumerge en un camino de intrigas y romances inesperados. Cuando la monotonía se desvanece, el...