1. Jaemin

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Na Jaemin encontró a Yangju cuando buscó en Google a Lee Jeno. No diría que estuvo enamorado de Jeno durante la mayor parte de su infancia. Sí, estaba enamorado; simplemente no le gustaba decirlo. No es por eso que buscó a Jeno, en absoluto; simplemente nunca antes había oído hablar de Yangju. Por otro lado, no sabía mucho sobre la vida fuera del enclave. El temporizador del horno se apagó, el molesto zumbido lo distrajo de pensar en Jeno; algo que había estado haciendo con demasiada frecuencia.

Cerró su libro de recetas, donde había dibujado un mapa tosco de dónde estaba Yangju, los Ancestros solo sabían por qué, examinó la pequeña cocina de la manada en busca de dónde había dejado los guantes para horno. Menos mal que la cocina apenas era lo suficientemente grande para cocinar las comidas de la manada. De lo contrario, Jaemin sospechaba que pasaría mucho tiempo buscando cosas que hubiese perdido.

Jeno era siete años mayor que él. Había sido fuerte, hermoso y el heredero alfa de la manada Lee. Francamente, todos en el enclave que encontraban atractivos a los hombres estaban enamorados de Jeno. Jaemin dudaba que Jeno siquiera lo recordara específicamente. Estaba bastante seguro de que él no sería capaz de distinguirlo en una multitud. A Jaemin le gustaba pensar que había cambiado al menos un poco en los últimos ocho años.

Era uno de una docena de omegas en la manada Lee, solo tenía doce años cuando Jeno se fue. Cuando había vivido allí, lo había seguido incesantemente hasta que uno de los ejecutores beta de la manada notó el enamoramiento poco saludable de Jaemin y lo reasignó al servicio de la cocina por... bueno, básicamente por siempre. Gracias a su indecoroso enamoramiento por Lee Jeno, Jaemin había pasado la mayor parte de los últimos ocho años en la cocina.

Afortunadamente, le encantaba la cocina. Le había encantado aún más cuando el deber de fregar los platos y el suelo se había convertido en otras tareas de cocina y finalmente, en cocinar en sí, pero amaba la cocina de cualquier manera que pudiera estar allí. Lavar los platos era una actividad agradable y tranquila, podía dejar que su mente se desviara hacia otras cosas mientras lo hacía. Pero se había vuelto lo suficientemente bueno cocinando por lo que ya casi no se le pedía lavar los platos. Se encargaba de la mayor parte de las comidas para toda la manada, más de doscientos integrantes, y no tenía tiempo para hacer mucho más.

Sacó la última bandeja de galletas del horno y las dejó a un lado para que se enfriaran. Eran una receta que él había recibido de su mentora, que
ella había recibido del suyo, y un regalo inusual para la manada. Pero había tenido suficiente dinero en el presupuesto de alimentos para comprar chispas de chocolate, así que derrochó. Al alfa no le importaba, siempre y cuando no
lo convirtiera en un hábito. Así fue como encontró los recursos para buscar a Jeno. Como él cocinaba, también era el que ordenaba las compras. El enclave había adoptado rápidamente los servicios de entrega de comestibles, porque les permitía mantener aún más a sus miembros dentro del recinto. Solo tenían que encontrarse con los repartidores humanos en la  carretera fuera del complejo y llevar las compras al interior.

La única forma en que afectaba a Jaemin fue que ahora se le permitía unas pocas horas a la semana en la única computadora del enclave, por lo tanto, dado que sabía de memoria el pedido de comestibles para el domingo por la mañana cada semana, a veces rompía las reglas y buscaba cosas que le interesaban. La primera cosa de este tipo había sido investigar lo que le había sucedido a Jeno después de dejar la manada. Jaemin no sabía, nadie más que el alfa y sus pocos leales ejecutores parecían saber, por qué Jeno los había dejado. Había estado allí un día, al siguiente, se había ido.

Durante casi una semana, había sido de lo único de lo que se había oído hablar. Jeno había sido el único posible heredero del alfa, ya que había sido el único nacido en la manada en décadas. Una noche durante la cena, el alfa había anunciado que Jeno se había ido, que no volvería y que nadie más hablaría de él. Todavía lo hacían. Todavía aun casi diez años después, aunque solo fuera en voz baja en las habitaciones privadas. Todos seguían preocupados.

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