Capítulo 10

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Lira

Sábado

El camino a la universidad fue tranquilo, y agradecí que Valery no hiciera preguntas sobre la exposición que tendría que dar hoy. Sabía que si lo hacía, mis nervios se dispararían, así que preferí disfrutar de esa calma momentánea. Al contrario, me sentía confiada de que todo saldría bien.

Al llegar, sentí una mano en mi hombro. Me giré y, como de costumbre, ahí estaba Ted, con su característica sonrisa.

—¿No me vas a saludar? —preguntó con una expresión tan tierna que no pude evitar sonreír. Joder, qué tonta me tenía este chico. Valery, por su parte, siguió de largo, haciéndome señas de que me esperaría en el salón. Lo odiaba.

—Hola, Ted. ¿Cómo estás? —respondí, tratando de mantener la charla breve, aunque no podía evitar sentir cierta simpatía por él.

—Bien, ¿y tú? —contestó, con esa sonrisa que parecía permanente en su rostro.

—Bien también.

—Este fin de semana, me gustaría que saliéramos, ¿qué tal si...?

Lo interrumpí antes de que pudiera terminar la frase.

—¿Para qué? ¿Para que luego de la cita desaparezcas por días y vuelvas como si nada, pretendiendo que todo está bien? —le pregunté, conteniendo las ganas de llorar—. No, Ted. No quiero salir nunca más contigo.

Dije esto con firmeza mientras me acomodaba la mochila y salía de allí con pasos decididos, aunque un poco torpes.

Nuestra historia era reciente. Nos conocimos hace no mas de 4 meses, cuando coincidimos en la fila para anotarnos en una beca. Su grupo y el mío intercambiaron comentarios divertidos y, de manera natural, comenzamos a hablar. Aunque me llevé bien con todos, fue Ted quien realmente captó mi atención. Desde el primer momento en que cruzamos miradas, algo cambió entre nosotros, y ambos lo notamos.

Lo seguí en Instagram poco después de conocernos, y no tardó en escribirme. Las cosas fluyeron rápido, y pronto tuvimos varios encuentros casuales donde la amistad y el sexo se entrelazaron de una manera que, al principio, me parecía natural.

Pero Ted empezó a cambiar. Se volvió más insistente, queriendo salir todo el tiempo y reclamándome por cosas insignificantes que me hacían sentir incómoda. Me di cuenta de que, por mucho que nos lleváramos bien en ciertos aspectos, nunca podríamos tener algo serio.

Ese día, durante la clase, sentí una urgencia de ir al baño. Me levanté sin pensarlo dos veces, ignorando que la profesora seguía explicando. Al regresar, mientras me dirigía a mi asiento, noté una mirada fija sobre mí. Era el profesor Versack, quien desde el otro extremo del salón me observaba con una expresión tranquila, casi apacible, siguiendo cada uno de mis movimientos.

Me senté, pero no tardé en verlo incorporarse con su vaso de café en la mano. Su imponente figura destacaba entre el resto, y no pude evitar seguirlo con la mirada. Se posicionó frente a mí, a cierta distancia, y nuestras miradas se cruzaron. Mi corazón dio un vuelco al ver una pequeña sonrisa formarse en su rostro, pero tan rápido como apareció, se desvaneció y fue reemplazada por una expresión seria.

El profesor interrumpió a la profesora para añadir un comentario, y mientras hablaba, nuestras miradas se cruzaron varias veces. Traté de disimular, fingiendo que miraba a otro lado, pero Valery, sentada a mi lado, me susurró que no dejaba de observarme. Decidí ignorarla.

[...]

Cuando llegó la hora de mi exposición, sentía que conocía cada detalle, cada cita, cada maldito párrafo de memoria. Estaba preparada para cerrarle la boca al malhumorado del profesor, que siempre parecía disfrutar humillándome con sus interminables discursos.

Estaba emocionada por demostrarle que, aunque no quisiera admitirlo, yo era más que capaz de enfrentar sus expectativas. Mi corazón latía con fuerza, pero esta vez no era por miedo, sino por la emoción de demostrarle que estaba equivocado.

Nos sentamos en primera fila, como de costumbre. A mi alrededor, todo el mundo parecía tranquilo, como si fuera un día cualquiera. Para ellos, lo era. Solo yo estaba en el centro del huracán, con el profesor maldito listo para juzgar cada palabra que saliera de mi boca. Traté de mantener la calma mientras lo veía entrar al aula con su típica expresión impasible, escaneando la clase hasta que sus ojos se posaron en mí.

Respiré hondo. Esta era mi oportunidad, y no iba a dejar que me la arrebatara tan fácilmente.

Sus intensos ojos celestes se quedaron fijos en los míos durante varios segundos. Intentaba intimidarme, pero no lo conseguía. Le mantuve la mirada firme, y vi cómo una pequeña sonrisa se asomaba en la comisura de sus labios antes de que la ocultara rápidamente.

Se sentó en su silla, organizando unos papeles en su escritorio. Justo entonces, el practicante entró para pasar asistencia, pero el profesor lo interrumpió.

—Hoy, una alumna va a exponer algo breve para la clase —anunció, refiriéndose a mí.

Su mirada me decía claramente: "Levántate y empieza". Parecía disfrutar del espectáculo que estaba por presenciar, como si esto fuera un juego en el que esperaba que tropezara. Pero no iba a darle ese placer. Respiré hondo y me levanté, decidida a demostrarle que estaba lista para cualquier desafío.

—Hoy hablaré sobre la influencia de la literatura romana en el pensamiento occidental, enfocándome en autores clave como Virgilio y Ovidio —comencé, proyectando mi voz para asegurarme de que todos me escucharan—. Virgilio, con su Eneida, no solo estableció el modelo épico para Roma, sino que también influyó en la construcción de la identidad romana, mientras que Ovidio, con sus Metamorfosis, exploró los mitos y las transformaciones del alma humana.

A medida que hablaba, me fui soltando. Había memorizado cada punto, cada cita, y me sentía segura de lo que decía. Notaba que el profesor me observaba atentamente, con sus ojos celestes fijos en mí, escrutando cada palabra que salía de mi boca.

Justo cuando detallaba cómo Ovidio jugaba con los conceptos de cambio y metamorfosis en su obra, el profesor levantó la mano, interrumpiéndome.

—Seyers, ¿podrías explicar brevemente la importancia de la Eneida en el contexto histórico romano? —preguntó con su tono neutral, aunque pude detectar un matiz de desafío en su voz.

Asentí, manteniendo la calma. —Por supuesto, profesor. La Eneida de Virgilio no solo fue un intento de glorificar a Roma, sino que también sirvió como un texto fundacional que unía los orígenes mitológicos de la ciudad con el destino divino de los emperadores. Virgilio buscaba vincular el pasado heroico de Troya con la grandeza del Imperio Romano, dándole a Roma una legitimidad mítica y divina.

El profesor inclinó la cabeza ligeramente, aparentemente satisfecho, pero no del todo. Era evidente que estaba buscando cualquier oportunidad para pillarme en un error, pero me mantuve firme y continué con la exposición.

—Además, tanto Virgilio como Ovidio retratan en sus obras la relación entre los mortales y los dioses, reflejando la visión romana del destino y del poder divino sobre la vida humana —añadí.

Cuando terminé mi exposición, el profesor me miró con una intensidad implacable. Su mirada fija en la mía no era del todo agradable, pero me mantuve firme. Finalmente, asintió con aprobación, aunque su expresión seguía siendo severa.

Me senté, sintiendo cómo el rubor se apoderaba de mi rostro. Había conseguido su reconocimiento, aunque fuera mínimo, y eso, en cierta forma, era una victoria.

El profesor se dirigió a la clase. —Demos un aplauso a la alumna por su excelente exposición. Así es como se presenta un tema de esta envergadura.

El aula estalló en aplausos, y aunque me aliviaba, también me sonrojé aún más. El profesor hizo una breve pausa, y luego me indicó con un gesto que me sentara.

—Ahora continuemos con el resto de la clase —dijo, volviendo a su tono crítico habitual.

Mientras me sentaba, Valery se giró hacia mí con una sonrisa de satisfacción.

—Devoraste, amiga —me dijo, viéndome con orgullo.

Profesor VersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora