Capítulo 11

18 1 0
                                    

Cuando la clase terminó, el aula se llenó de murmullos apagados y el sonido de sillas arrastrándose contra el suelo. Los alumnos comenzaron a recoger sus cosas y a salir con rapidez, como si intentaran escapar de la opresiva atmósfera que el profesor Versack había dejado tras de sí. Yo no fui la excepción; metí mis cuadernos en la mochila con prisa, evitando cualquier mirada, queriendo ser invisible. El recuerdo de cómo me había señalado para exponer la última vez me recorría la mente, y un miedo irracional de que volviera a hacerlo me invadía.

Pero entonces, como si hubiese leído mis pensamientos, su voz resonó desde el otro lado del aula, firme y clara:

—Señorita Seyers, un momento.

Me congelé. La adrenalina subió de golpe, acelerando mi pulso. No quería girarme, pero algo en su tono me obligó a hacerlo. Cuando finalmente reuní el valor para voltearme, vi al profesor Versack caminando hacia mí, sus ojos fijos en los míos, penetrantes y fríos, como si pudiera ver a través de mi piel.

—Me ha impresionado su exposición —dijo mientras se detenía a escasos pasos de distancia, su voz suave pero cargada de una extraña intensidad.

El aire parecía volverse pesado entre nosotros, y sentí un nudo apretarse en mi estómago. No era un elogio cualquiera. Había algo oscuro, algo calculado en la forma en que sus palabras se deslizaban, como si estuviera jugando con mis emociones. Mi boca se secó de repente.

—Gracias, profesor —murmuré, tratando de mantenerme firme, aunque mi voz temblaba ligeramente. Intentaba ignorar la sensación de incomodidad que su mirada provocaba.

Versack esbozó una pequeña sonrisa, casi imperceptible, pero sus ojos no dejaban de taladrarme. Había una frialdad en ellos, una especie de análisis constante, como si estuviera probándome. Un segundo más y sentí que no podría soportar más esa mirada. Entonces, él finalmente apartó la vista.

—Espero ver más de ese entusiasmo en el futuro, señorita Seyers —dijo, sus palabras flotando en el aire como una amenaza disfrazada de cumplido.

Me giré rápidamente, con las manos sudorosas aferrando las correas de mi mochila, y me dirigí hacia la puerta sin mirar atrás. El pasillo fuera del aula parecía un escape, pero mi mente seguía girando, atrapada en lo que acababa de suceder. El profesor Versack se había vuelto aún más enigmático, y con ello, más aterrador.

—Ey. —Una voz masculina detrás de mí me hizo detenerme.

Al voltear, me encontré con un chico rubio de rostro familiar, llevando gafas y una sonrisa que intentaba ser amigable. Fruncí el ceño, tratando de recordar de dónde lo conocía.

—Lo hiciste genial... me refiero a la exposición. Creo que impresionaste hasta al profesor —me dijo con un tono admirativo.

Sonreí, todavía desconcertada, pero con el ceño fruncido.

—Oh... gracias —respondí, esperando que dijera su nombre.

—Valter —dijo, extendiéndome la mano con una sonrisa que, inexplicablemente, me produjo un escalofrío. Algo en su mirada me inquietaba, pero no tenía más opción que aceptar el gesto y estrechar su mano.

Justo entonces, Valery apareció, cortando el momento. Tan rápido como Valter soltó mi mano, su expresión cambió, como si una capa de indiferencia se hubiera deslizado sobre él. Lo miró con una expresión que no supe descifrar, y por un instante, el aire entre los tres se volvió tenso.

—¿Por qué tardas tanto? —preguntó Valery, su tono usualmente impaciente. Sin embargo, al ver a Valter, su mirada se endureció levemente—. Hola.

Su saludo fue educado, pero frío. Era típico de Valery ser directa, sin rodeos, pero en esta ocasión sentí una extraña incomodidad. Valter la miró fijamente, tanto que la situación se volvió aún más incómoda. Algo en sus ojos, en cómo la observaba, me pareció perturbador.

—Un gusto, soy Valter —dijo al fin, pero su sonrisa no mostraba los dientes, y seguía sin apartar la mirada de Valery, lo que sólo hizo que ella tensara la mandíbula.

La tensión entre ambos era palpable, y aunque mi instinto fue reír ante lo incómoda que estaba Valery, la sonrisa desapareció de mi rostro al ver de reojo algo que me congeló. A lo lejos, el profesor Versack .

Desde el inicio de sus clases, nunca he podido mantenerle la mirada. Al principio, era por miedo a que me bombardeara con preguntas. Ahora, es porque despierta en mí algo que me hace ceder completamente.

Pero esta vez, algo fue diferente.

Él evitó mirarme en todo momento. Al contrario, parecía eludir cualquier contacto visual conmigo.

Al ver al profesor Versack caminando con una sonrisa junto a la profesora de literatura, sentí un nudo en el estómago. No entendía por qué esa escena me afectaba tanto. ¿Por qué me importaba? Era como si un fuego lento se encendiera en mi interior, un fuego alimentado por los celos.

Intenté apartar la vista, concentrándome en mi camino por el pasillo. Valery seguía a mi lado, hablando sobre con Valter, pero sus palabras eran solo un murmullo distante en mis oídos. Lo único en lo que podía pensar era en la expresión relajada del profesor y en la forma en que sus ojos brillaban mientras hablaba con la otra mujer.

Justo cuando estaba a punto de pasar por nuestro lado, sentí su mirada sobre mí. Durante un segundo que pareció una eternidad, nuestros ojos se encontraron. Su atención se centró en mí, sus labios se curvaron en una leve sonrisa, como si disfrutara de mi incomodidad. Me giré rápidamente, fingiendo no haberle visto, pero el calor subía por mi cuello, coloreando mis mejillas.

Pero lo peor vino después. Justo cuando estaba por alejarme, escuché su voz elevarse deliberadamente:
—¿Te gustaría ir a almorzar? —le preguntó a la profesora de literatura con una entonación demasiado casual, pero lo suficientemente alta como para que yo pudiera escucharla claramente.

Me congelé. ¿Lo estaba haciendo a propósito? ¿Intentaba provocarme? No quise darle la satisfacción de verme afectada. Seguí caminando, más rápido esta vez, mi rostro ardiendo de rabia. A mi lado, Valery frunció el ceño, notando mi cambio de humor.

—¿Estás bien? —preguntó, con una nota de preocupación en su voz.

Asentí bruscamente, intentando mantener la compostura.
—Sí, estoy bien —mentí, aunque por dentro sentía una mezcla de enfado y vergüenza.
¿Por qué me importaba tanto lo que hacía él


Profesor VersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora