Capitulo 21

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Sábado 16pm

Valery

La cita con Aaron fue más que un torbellino de emociones; fue una intriga latente desde el momento en que llegué a la pequeña cafetería que él había elegido. Cuando crucé la puerta, el mundo exterior pareció desvanecerse. El lugar tenía un encanto indudable, como si cada detalle hubiera sido cuidadosamente seleccionado para crear una atmósfera cálida y acogedora. Las luces tenues, el aroma del café recién molido, y las mesas de madera oscura desgastadas por el tiempo... Todo conspiraba para relajarme. Aunque, si soy honesta, había algo de mí que nunca se relajaba por completo.

Me senté en una de las mesas junto a la ventana, fingiendo observar el tráfico de la calle mientras lo esperaba. No quería parecer demasiado ansiosa. Pero, cuando Aaron entró, me costó mantener la fachada. Tenía esa sonrisa pícara que parecía capaz de desarmar cualquier tensión. Se movía con una seguridad contenida, sin ostentación, pero sabiendo que podía llenar una habitación. Lo noté de inmediato.

—Hola, Valery —dijo al llegar a la mesa, su voz profunda y cercana, como si compartiera un secreto. Se inclinó para darme un abrazo ligero, cálido, lo suficiente para sentir su perfume, pero no tanto como para invadir mi espacio personal.

—Me alegra que no te hayas arrepentido de invitarme —respondí, sonriendo con un toque de ironía, sin perder la compostura. Quería mantener el control, al menos al principio.

—¿Arrepentirme? —preguntó, acomodándose frente a mí. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un instante, noté algo más allá de su típica confianza. Había genuino interés.

El camarero nos trajo los menús, pero, honestamente, en ese momento, el café era lo último que me importaba. La conversación comenzó a fluir con una facilidad sorprendente. Era como si ambos supiéramos exactamente cómo llevar el ritmo, con el tono justo de interés y curiosidad. A cada comentario suyo, yo le respondía con una mezcla de coquetería sutil y aguda inteligencia, dos armas que nunca fallaban.

—Adivina —dijo de repente, rompiendo un silencio momentáneo mientras observaba el menú—. Mi color favorito.

Lo miré con una ceja levantada, divertida. —¿De verdad? Vamos a empezar con clichés... Está bien. Te diré que azul. Es lo que la mayoría elige para impresionar. Tranquilo, profundo... Como si eso dijera algo.

Aaron soltó una risa genuina. —Wow, ¿tan predecible me ves?

Me encogí de hombros, jugueteando con la servilleta. —No te lo tomes como un insulto. Solo es estadística.

—Pues te sorprenderá saber que es verde —replicó, y lo dijo como si estuviera revelando un gran misterio.

—Verde, ¿eh? —dije, entrecerrando los ojos. —Sospechoso. El color de la calma, de la naturaleza. Pero también del veneno. Interesante combinación.

Aaron sonrió con esa expresión que indicaba que no se tomaba nada demasiado en serio. —No había pensado en lo del veneno, pero me gusta cómo piensas.

Incliné la cabeza, evaluándolo. —Yo también lo prefiero. Aunque el rojo... siempre me ha fascinado más.

—El rojo. Ahora tiene sentido. Apasionada, imposible de ignorar... y siempre con un toque peligroso —dijo, sin perder la mirada fija en la mía.

—Tienes que aprender a no dejarte llevar por las primeras impresiones, Aaron —respondí, aunque sabiendo perfectamente que me estaba describiendo con bastante precisión.

Nos quedamos en un silencio cómodo por unos segundos, disfrutando del tira y afloja verbal. Sin embargo, no tardamos en dejar atrás las conversaciones triviales. Hablamos de música, películas y, poco a poco, nos fuimos adentrando en temas más personales. No era el tipo de conversación que se tiene en una primera cita común, y lo supe desde que empezamos a compartir más de nuestras vidas.

—La verdad es que acabo de salir de una relación larga —me confesó mientras revolvía su café con aire distraído. Por primera vez, su tono cambió, mostrándose un poco más vulnerable—. Tres años, ella se mudó a otra ciudad y las cosas... simplemente, no funcionaron.

Lo miré atentamente, sin mostrar demasiada emoción. No quería hacerle sentir que estaba siendo juzgado, pero tampoco iba a permitir que el tema se volviera demasiado sombrío.

—La distancia suele ser la excusa fácil, ¿no crees? —comenté, con una sonrisa ligera—. Al final, las relaciones no se desgastan solo por la distancia física.

Él pareció apreciarlo, asintiendo lentamente. —Tienes razón. Creo que, al final, fue más una cuestión de que ya no éramos las mismas personas.

Lo entendía demasiado bien. Sin querer, mi mente divagó hacia mi propia experiencia. Sabía lo que era estar atrapada en una relación que te consume lentamente, hasta que un día despiertas y ya no te reconoces.

—¿Y tú? —preguntó, ahora con más interés—. ¿Has tenido alguna relación reciente?

Me apoyé ligeramente en la silla, tomando aire antes de responder. —Tuve una el año pasado. Fue... complicada. Aprendí mucho, sobre todo lo que no volvería a tolerar.

Sus ojos me analizaron durante un segundo más largo de lo necesario. Sentí que estaba viendo más allá de mis palabras.

—Es curioso, ¿no? Cómo las relaciones más difíciles son las que más nos enseñan —dijo él, con una leve sonrisa.

Asentí, mirándolo directamente. —Sí, pero también te dejan cicatrices. Y algunas tardan más en sanar que otras.

La conversación fluyó de vuelta a algo más ligero, mientras compartíamos nuestros gustos musicales y, de repente, nos encontramos hablando de lo que nos gustaría hacer con nuestras vidas. Aaron tenía ese tipo de ambición tranquila, como si supiera lo que quería pero sin alardear. Era refrescante. La conexión creció a lo largo de la tarde, y en un arranque de espontaneidad, decidimos caminar por Central Park.

El parque estaba lleno de vida. Las hojas de otoño crujían bajo nuestros pies y el aire fresco traía consigo el murmullo de las risas de quienes disfrutaban del día. Mientras caminábamos, noté cómo Aaron se relajaba aún más. Empezó a contarme anécdotas de su infancia, historias ridículas que me hacían reír más de lo que hubiera esperado.

—¡Mira esto! —exclamó de repente, agachándose para recoger una hoja inmensa del suelo. Con una sonrisa tonta, se la puso en la cabeza—. ¿Qué tal? ¿Rey del parque o qué?

Me reí, incapaz de contenerme. —Aaron, sinceramente, creo que acabas de crear una tendencia horrible.

—¡Lo sé! —dijo, riendo también, pero justo cuando intentaba hacer una reverencia dramática, tropezó con una raíz expuesta y cayó de espaldas al suelo.

El sonido del impacto fue lo suficientemente fuerte como para hacerme retroceder un paso, pero cuando vi su expresión de desconcierto, no pude evitarlo; rompí en carcajadas.

—¡Aaron! —exclamé, intentando entre risas ayudarlo a levantarse—. No sé si admirarte por tu entrega a la moda o reírme más fuerte.

Él se sentó, sacudiéndose las hojas de la ropa mientras se reía también. —Supongo que eso significa que no tengo futuro en el mundo de la alta costura, ¿verdad?

—Bueno, con ese "sombrero" definitivamente no. Aunque te daría puntos por originalidad —respondí, ayudándole a ponerse en pie.

Seguimos caminando, pero la ligereza de la conversación hizo que todo fuera más divertido. Terminamos creando toda una historia absurda de cómo él sería el "Rey de los Sombreros Naturales" y yo su "Consultora de Estilo". El sol comenzó a ponerse, y nos detuvimos en un mirador que daba al parque bañado por la luz dorada del atardecer.

Aaron se quedó en silencio por un momento, mirándome con esa misma intensidad con la que había comenzado la tarde.

—Gracias por este día, Valery. De verdad —dijo, y su tono fue más sincero de lo que esperaba.

Lo miré a los ojos y, por un segundo, bajé la guardia. —Yo también lo disfruté. Más de lo que pensé.

Nos despedimos con un abrazo, uno que duró un poco más de lo necesario, pero no me importó. Sabía que había algo más entre nosotros. Mientras me alejaba, sentí que esta era solo la primera de muchas citas. Y aunque no lo admitiría en voz alta, esperaba con ansias la próxima vez.

Profesor VersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora