Capitulo 20

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Rick Versack;

Corté la llamada con un movimiento brusco y me quedé mirando hacia la ventana, apretando los labios para contener la frustración. Negué lentamente, dejando que la sensación de impotencia se asentara. No había asistido de nuevo a su terapia. Lo sabía, y esa constante evasión suya me estaba sacando de quicio.

Suspiré con fuerza y me pasé la mano por la cara, tratando de calmarme, pero el enojo crecía dentro de mí como una olla a presión. El sonido de un golpe en la puerta me devolvió al presente, interrumpiendo mis pensamientos.

-Adelante -dije, la voz cargada de impaciencia y sin disimular el tono seco.

La puerta se abrió con lentitud, y mi hermano entró con esa maldita sonrisa cínica que sabía usar tan bien para exasperarme.

-¿Me llamabas, hermanito? -dijo con un tono que destilaba arrogancia, disfrutando de mi incomodidad.

Me crucé de brazos y lo miré con dureza. Tenía que ir al grano.

-¿Por qué no has ido? -solté sin preámbulos, mis palabras afiladas como cuchillos.

El rubio de gafas, quien se había plantado frente a mí con su habitual aire despreocupado, borró de inmediato la sonrisa y bufó con desdén.

-Ah, eso... -murmuró, rodando los ojos-. Ya no lo necesito, Rick. Estoy bien -dijo, enfatizando cada palabra como si hablar conmigo fuera una pérdida de tiempo-. Y tú deberías preocuparte más por tu propia vida, en lugar de estar siempre metido en la mía. ¿No te cansas de controlarlo todo?

Su tono subió de volumen con cada palabra, su irritación haciéndose más evidente.

-¡No es control, es preocupación! -repliqué alzando la voz, dando un paso hacia él-. ¡Te estás hundiendo y ni siquiera te das cuenta!

Él soltó una carcajada amarga, claramente exasperado.

-¿Hundiendo? Por favor... -dijo, mirándome con desprecio-. Lo que te molesta es que no estoy jugando según tus reglas. Siempre has querido que haga lo que tú crees que es correcto, pero ¿sabes qué? ¡No soy tú, Rick! ¡No voy a vivir mi vida como si fuera un experimento tuyo!

Di otro paso hacia él, mi frustración convirtiéndose en ira pura.

-Esto no es un maldito experimento -gruñí entre dientes-. Es tu salud mental. ¡Necesitas esa terapia!

Él dio un paso hacia atrás, señalándome con un dedo tembloroso por la furia.

-¡Ya basta! Estoy harto de que actúes como si fueras mi salvador -escupió, su voz llena de resentimiento-. ¡Déjame en paz, maldita sea! No te necesito para decirme cómo vivir.

-¿De verdad? -pregunté, sin retroceder ni un milímetro-. Porque hasta ahora lo único que has hecho es huir. Huir de tus problemas, de tu responsabilidad... de ti mismo.

Mis palabras lo golpearon como una bofetada, y lo vi tensarse, sus ojos ardiendo de furia.

-Tú no sabes nada -dijo en voz baja, casi temblando-. No tienes ni idea de lo que está pasando por mi cabeza.

-¡Entonces háblame! -exclamé, mi desesperación rompiendo cualquier barrera que quedaba entre nosotros-. ¡Deja de cerrarte, maldita sea! No soy tu enemigo, soy tu hermano quiero lo mejor para ti.

Hubo un momento de silencio entre ambos, un espacio lleno de emociones contenidas. Luego, él negó con la cabeza, soltando un suspiro pesado.

-Quizá ese sea el problema -dijo en voz baja, casi como si hablara consigo mismo-. Quizá es que siempre has sido más mi guardián que mi hermano.

Con eso, se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando un aire de tensión y dolor flotando en el ambiente.

Profesor VersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora