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Luna terminó de cerrar su maleta y respiró hondo. Cada cosa que había empacado representaba un pequeño paso hacia su libertad, pero también un adiós a la vida que había conocido durante tantos años. El silencio de la casa la envolvía, casi palpable. Sabía que sus hermanos estarían en la sala, esperando, y que tendría que enfrentarlos antes de salir por la puerta. Pero esta vez, ya no tenía miedo.

Antes de bajar, miró por última vez su cuarto. El espacio que había sido su refugio, su único lugar seguro, ahora parecía vacío, como si lo que había hecho que fuera suyo se hubiera evaporado en el momento en que decidió irse. Se permitió un momento de nostalgia antes de abrir la puerta y bajar las escaleras.

Al llegar al pie de las escaleras, los vio. Cristhian, César y Carlos estaban sentados en el sofá, como si esperaran un veredicto, como si algo se pudiera arreglar con solo una conversación más. Cristhian, con los brazos cruzados, no había dejado de mostrar esa expresión de enfado contenido, mientras que César y Carlos la miraban con preocupación, pero sin intervenir.

—¿Ya te vas? —preguntó Carlos, rompiendo el silencio.

Luna asintió, sin titubear.

—Sí. Ya tomé mi decisión. Es lo mejor para todos.

César suspiró, sin apartar la mirada de su hermana.

—Sabes que no será fácil, ¿verdad? —dijo con tono grave—. Allá afuera… es complicado. Siempre lo es, y más cuando intentas hacerlo sola.

Luna asintió de nuevo, reconociendo la verdad en sus palabras.

—Lo sé, César. Pero no estoy sola. Tengo a Gabito, y él me apoya en esto. Además, necesito hacer esto por mí. Necesito aprender a vivir mi propia vida.

Cristhian, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se levantó de golpe, visiblemente molesto.

—¡Esto es un error, Luna! —dijo, alzando la voz—. ¡No tienes ni idea de lo que te espera ahí afuera! Piensas que Gabito puede protegerte de todo, pero la vida no es tan sencilla. No eres consciente de lo que estás haciendo.

Luna lo miró con firmeza. Sentía una mezcla de tristeza y rabia al ver a Cristhian tan aferrado a su idea de control. Pero esta vez, ya no iba a dejar que sus palabras la afectaran.

—Tienes que dejar de pensar que soy una niña que necesita ser salvada, Cristhian —dijo con calma, aunque su voz temblaba ligeramente—. Lo que hiciste anoche… ya no hay vuelta atrás. No puedes seguir tomando decisiones por mí. Tengo que vivir mi vida, aunque eso signifique cometer errores.

Cristhian se acercó a ella, con la mandíbula apretada.

—¿Y qué vas a hacer cuando todo salga mal? —preguntó, su voz cargada de frustración—. Porque lo hará, Luna. No tienes la menor idea de lo que es enfrentarse a la vida real.

Antes de que Luna pudiera responder, una voz familiar la interrumpió.

—Ella sabrá qué hacer cuando llegue el momento.

Gabito apareció en la puerta de la casa, con una expresión serena pero decidida. Se acercó a Luna, colocándose a su lado y mirando directamente a Cristhian.

—Luna es más fuerte de lo que crees, Cristhian —continuó Gabito—. Y si las cosas se complican, la apoyaré, como siempre lo he hecho. No está sola, y tú tampoco deberías hacerla sentir que lo está.

Cristhian lo miró con dureza, pero no respondió. Había algo en la manera en que Gabito hablaba que lo desconcertaba, como si no supiera cómo responder a alguien que no se dejaba intimidar por él.

César se levantó y dio un paso hacia Luna, tratando de suavizar la tensión.

—Sabes que siempre tendrás un lugar aquí, Luna —dijo en un tono más conciliador—. Si alguna vez decides que necesitas regresar, esta es tu casa.

Carlos asintió desde el sofá, su expresión menos tensa que la de Cristhian.

—No te estamos echando, Luna —agregó—. Queremos que estés bien, donde sea que decidas estar.

Luna sintió un nudo en la garganta, pero esta vez no era de duda ni miedo. Era por el amor que, a pesar de todo, seguía sintiendo por sus hermanos. Sabía que, a su manera, todos querían lo mejor para ella, pero su concepto de “lo mejor” ya no coincidía con el suyo.

—Gracias —dijo, mirando a cada uno de ellos—. Sé que están preocupados por mí, y lo aprecio. Pero esta es una decisión que tengo que tomar por mí misma. Es mi vida, y tengo que aprender a vivirla.

Cristhian la miró por un momento más, luego apartó la vista, visiblemente enfadado pero sin más que decir. Sabía que había perdido esta batalla, al menos por ahora.

Gabito tomó la mano de Luna con suavidad y asintió.

—Vámonos —dijo en voz baja.

Luna se despidió de sus hermanos con una leve sonrisa. César y Carlos la abrazaron brevemente, y aunque no dijeron más, ella supo que entendían su decisión, aunque les costara aceptarla. Cristhian se quedó apartado, observando todo en silencio, sin moverse.

Al salir de la casa, Luna sintió una mezcla de emociones. Había vivido tantos años allí, y a pesar de todo lo que había pasado, ese lugar siempre sería parte de ella. Pero ahora, por primera vez, sentía que estaba dando un paso hacia su propia libertad.

Gabito le apretó la mano mientras caminaban hacia el coche.

—¿Estás lista? —le preguntó, mirándola con ternura.

Luna asintió, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.

—Sí. Estoy lista.

Subieron al coche, y mientras Gabito arrancaba, Luna miró por última vez la casa de su infancia, sabiendo que, aunque siempre sería su hogar, ya no era el lugar donde tenía que estar.

Era el momento de construir algo nuevo, algo suyo. Y esta vez, sabía que no estaba sola en el camino.

El Lado Oscuro De EllosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora