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Luna no había sentido tanta tensión en el ambiente desde que había regresado a casa. Cada conversación con Cristhian era una cuerda floja que ambos caminaban, sabiendo que en cualquier momento todo podía colapsar. Sabía que él estaba enfadado, resentido por la manera en que ella había decidido vivir su vida, pero nunca imaginó hasta dónde podría llegar esa tensión.

Era una tarde calurosa, y la incomodidad del ambiente parecía reflejarse en cada rincón de la casa. Luna había pasado la mañana fuera, trabajando en algunos proyectos personales y buscando una excusa para no estar cerca de Cristhian. Sabía que lo encontraría tarde o temprano, y ese día, no fue una excepción.
Cuando entró en la cocina, lo vio de pie, con los brazos cruzados y una expresión que la hizo detenerse en seco. No necesitaba decir nada para que Luna supiera que algo no andaba bien.

-¿Dónde estuviste hoy? -preguntó Cristhian, sin siquiera saludarla.

Luna suspiró. Estaba cansada de esa pregunta, de la constante vigilancia.

-Ya te lo dije esta mañana- respondió, intentando mantener la calma, -Estuve trabajando en mis cosas. No tienes por qué preguntarme eso cada vez que salgo-.

Cristhian frunció el ceño, su voz baja y peligrosa.
-No tienes derecho a actuar como si pudieras hacer lo que quieras sin consecuencias. Estás viviendo en esta casa, y mientras lo hagas, sigues mis reglas-.

Luna sintió cómo la ira comenzaba a hervir en su interior. Había tratado de mantener la paz, de no confrontarlo, pero ya no podía más. No podía seguir soportando esa prisión.

-¡No soy una niña, Cristhian! ¡Deja de tratarme como si lo fuera!- gritó, incapaz de contenerse más, -¡Tienes que entender que no puedes controlarme para siempre!-.

La respuesta de Cristhian fue inmediata. Dio un paso hacia ella, su rostro contorsionado por la furia.
-¡Te estoy cuidando! ¡Si no fuera por mí, estarías completamente perdida-, rugió, su voz llenando la cocina -¡No sabes lo que estás haciendo! ¡Estás siendo egoísta y estúpida!-.

Luna sintió cómo el calor subía por su cuerpo, la frustración mezclándose con una rabia profunda que había estado acumulando durante años.

-¡No, Cristhian, el que está siendo egoísta eres tú! ¡No quieres cuidarme, quieres controlarme porque no soportas que pueda vivir mi vida sin ti!- le gritó, sin medir las palabras, -¡Estoy harta de que creas que sabes lo que es mejor para mí! ¡No sabes nada de lo que necesito!-.

Fue en ese instante cuando todo cambió.
Antes de que pudiera reaccionar, Cristhian levantó la mano y, en un movimiento rápido y furioso, la abofeteó con fuerza.

El sonido de la cachetada resonó en la cocina, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Luna quedó congelada, sintiendo el ardor en su mejilla, el shock corriendo por su cuerpo. Nunca, en todos los años que había vivido con Cristhian, imaginó que él sería capaz de hacer algo así.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, no tanto por el dolor físico, sino por la traición. Cristhian, su hermano mayor, la persona que siempre había dicho que la protegía, la había golpeado.
Cristhian también pareció darse cuenta de lo que había hecho. Su mano temblaba ligeramente, pero en su rostro aún se veía la ira, como si no pudiera aceptar lo que acababa de suceder.

-Luna... -comenzó a decir, pero su voz era áspera, carente de verdadero arrepentimiento.

Luna dio un paso atrás, alejándose de él. Sus ojos se llenaron de furia, de dolor, y de una decisión que ya no podía evitar.

-No me toques -dijo con voz quebrada, levantando la mano para detener cualquier intento de acercamiento por parte de su hermano, - No me vuelvas a tocar nunca más-.

Cristhian intentó hablar de nuevo, pero Luna ya no quería escuchar. Salió corriendo de la cocina, las lágrimas rodando por su rostro. Subió las escaleras y se encerró en su habitación, temblando de rabia y dolor.

Apoyada contra la puerta, respiró profundamente, tratando de calmarse. Sabía que algo se había roto entre ellos, algo que nunca podría repararse. El golpe no había sido solo físico; había sido la culminación de años de control, de manipulación, de una relación tóxica que la había mantenido prisionera.

Ya no podía seguir viviendo allí. Sabía que su vida con Cristhian nunca volvería a ser la misma, que él no cambiaría. Y ahora, más que nunca, entendía que tenía que alejarse para siempre.

Su teléfono vibró, y vio un mensaje de Gabito:
"¿Cómo estás? ¿Todo bien?"

Luna se quedó mirando la pantalla durante unos segundos, sus dedos temblando. Sabía que no podía ocultar más lo que estaba pasando, ni a Gabito ni a nadie. Con lágrimas en los ojos, le respondió:

"No, no estoy bien. Tengo que irme de aquí."

Guardó el teléfono y se dejó caer en la cama, mirando el techo. El dolor en su mejilla seguía presente, pero era el dolor en su corazón lo que más le pesaba.

Sabía que no podía quedarse más en esa casa.

El Lado Oscuro De EllosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora