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Los días pasaron rápidamente para Luna, cada uno trayendo pequeños descubrimientos sobre sí misma y sobre su vida con Gabito. Estaba disfrutando de la rutina tranquila que habían construido juntos, con momentos de lectura, largas caminatas y conversaciones profundas que parecían sanar las cicatrices de su pasado. Sin embargo, aunque se sentía en paz, había algo en el fondo de su mente que no la dejaba descansar del todo: la relación con sus hermanos.

Una mañana, mientras estaba sentada en el pequeño balcón del departamento, su teléfono sonó inesperadamente. Miró la pantalla y, para su sorpresa, vio el nombre de César. No habían hablado desde que se fue de la casa, y la última vez que lo vio, apenas habían intercambiado palabras. Dudó por un momento antes de contestar.

—Hola, César —dijo con una voz tranquila, tratando de sonar natural.

—Luna… —la voz de César sonaba algo nerviosa, como si no supiera por dónde empezar—. No quiero molestarte, pero necesitamos hablar. Sé que has estado bien, pero las cosas en casa están… complicadas. Cristhian está peor.

Luna apretó los labios. Sabía que Cristhian no lo estaba tomando bien, pero escuchar que las cosas se habían puesto peor la preocupó.

—¿Peor cómo? —preguntó, sintiendo un nudo en el estómago.

—Está más distante, más irritable. Apenas habla con nosotros y, cuando lo hace, es para quejarse de que dejaste la casa —César suspiró, con una mezcla de frustración y tristeza en su voz—. Sé que no es justo que te lo diga así, pero me preocupa lo que está pasando con él. Creo que necesita hablar contigo, aunque no quiera admitirlo.

Luna se quedó en silencio unos segundos, procesando lo que su hermano le decía. Sabía que Cristhian tenía problemas para lidiar con las emociones, pero nunca había pensado que su partida lo afectaría tanto. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, no podía ignorar el hecho de que Cristhian era su hermano, y que, en el fondo, le importaba.

—No sé si estoy lista para eso —admitió finalmente—. No sé si pueda manejar otra confrontación con él.

—No te estoy pidiendo que hagas nada ahora mismo —respondió César rápidamente—. Solo quería que supieras lo que está pasando. Tal vez en algún momento puedas hablar con él. Aunque solo sea para cerrar algunas heridas.

Luna asintió, aunque sabía que César no podía verla. Después de algunos intercambios más de palabras, colgó el teléfono y se quedó en el balcón, mirando la calle abajo. Cristhian siempre había sido la figura dominante en su vida, y ahora, lejos de él, sentía la libertad de ser quien era. Pero la realidad de la situación seguía ahí: Cristhian no estaba bien, y eso la afectaba más de lo que quería admitir.

Esa noche, durante la cena, Luna decidió contarle a Gabito lo que había pasado. Él escuchó atentamente, como siempre hacía, sin interrumpirla.

—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Gabito, después de que Luna terminara de relatar la conversación.

—No lo sé —respondió ella, moviendo la comida en su plato sin mucho apetito—. Parte de mí quiere llamarlo, intentar hablar con él. Pero otra parte de mí tiene miedo de que termine igual que siempre: con él gritándome, diciendo que estoy equivocada.

Gabito se inclinó hacia ella y tomó su mano.

—Lo que hagas, será porque lo quieres hacer, no porque sientas que es tu responsabilidad —dijo con calma—. Si crees que hablar con él te va a ayudar a cerrar ese capítulo, entonces hazlo. Pero si no te sientes lista, no tienes que forzarte.

Luna asintió, agradecida por su comprensión. Sabía que no tenía que tomar una decisión de inmediato, pero la conversación con César había removido algo dentro de ella. Había dejado la casa, pero no había cerrado completamente la puerta a lo que significaban sus hermanos en su vida. Y ahora, parecía que esa puerta aún tenía algo que decir.

Al día siguiente, mientras Luna organizaba su tiempo libre, tomó una decisión impulsiva. Agarró su teléfono y marcó el número de César. No estaba segura de lo que iba a decir, pero sabía que tenía que hacer algo.

—Hola, César. He estado pensando en lo que me dijiste —empezó, sintiendo el nerviosismo apoderarse de su voz—. ¿Crees que Cristhian estaría dispuesto a hablar conmigo?

Hubo una pausa al otro lado de la línea antes de que César respondiera.

—No estoy seguro, Luna, pero creo que vale la pena intentarlo. ¿Quieres que lo hable con él? Puedo prepararlo un poco, para que no sea tan repentino.

Luna respiró hondo.

—Sí, por favor. No quiero que sea una confrontación, solo una conversación. Algo tranquilo.

Después de colgar, Luna se quedó mirando su teléfono, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad. No sabía cómo reaccionaría Cristhian, pero sabía que había llegado el momento de enfrentarse a la realidad de su relación. Ya no podía escapar de su pasado; si quería seguir adelante, tenía que lidiar con él.

Mientras la tarde avanzaba, Luna se preparó mentalmente para lo que venía. Sabía que, sin importar lo que sucediera, esta conversación sería un paso importante hacia su propio crecimiento. Y aunque el futuro con Cristhian era incierto, Luna estaba lista para enfrentarlo, sin miedo, porque ahora, más que nunca, sabía quién era y lo que quería.

El Lado Oscuro De EllosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora