Capítulo 7

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Meses después...

Gracias al hermano de un colega amigo, encontramos un refugio. Un sitio calmado rodeado de naturaleza, libre de contaminación y pocos vecinos. Lo mejor de todo es que contaba con huerta a su alrededor.

Arar, sembrar y cuidar nuestras hortalizas o frutas nos divertía, alejaba de las preocupaciones y nos reunía como familia. Lo mejor de todo es que no tuvimos que mentir con nuestros nombres o datos personales.

Nuestros vecinos no eran nada populares.

Éramos felices, aunque de vez en cuando nos invadía la nostalgia de aquello que dejamos atrás. Cuando ocurría, los ojos de Gisella se opacaban y lágrimas bañaban su rostro. Si estaba cerca ocultaba su rostro en algún libro o se escabullía a la huerta con algún pretexto.

El nombre de Holman Valley, regresaba al tintero, aún teníamos esa puerta abierta. Debía buscar a su padre con ese nombre y preguntarle si podíamos volver. No lo hacía por mí, estaba dispuesto a ser feliz en cualquier sitio, siempre y cuando las tuviera a ella. Me preocupaba que mi presencia no fuera suficiente para hacerla feliz.

Gisella seguía molesta con su familia negándose a volver o dar señales de vida. Su respuesta era la misma "—Si deseas volver puedes hacerlo, no voy a juzgarte."

De esa manera daba punto final a esa conversación.

No voy a negar que extraño a mi padre y de vez en cuando me veo tentado a llamarle. Me detiene el recuerdo del rostro cargado de miedo del anciano cuando me hizo prometer que alejaría a las chicas.

Además, le dejé a mi padre una nota comentándole lo sucedido, el sitio en que pretendía casarme y un correo en el que podía hablarme. Seis meses después, no había recibido noticias.

—¿Dónde están tus ojos tan profundos? —escucho cantar a Gisella a todo pulmón —Y aquel fuego de tus labios que era mio...

Y aquel fuego de tus labios que era mio—la segunda voz me hace alzar el rostro y sonreír.

Las voces altas de madre e hija se escuchan a metros de distancia. Mi labor en la huerta se ve truncado por el canto de mis chicas. Corto una calabaza intentando ignoran la contagiosa melodía, pero me es imposible.

—El licor me abre las heridas, me emborracha y más te quiero todavía

Gisella y Jaki (como pactamos llamarla) han encontrado en la música su mejor método de distracción. En el fondo, lo que Gisella busca un medio para acercarse a nuestra hija.

Lo entiendo y aplaudo, contribuyendo al darle espacio para pasar juntas.

—Y aquel fuego de tus labios que era mio —mi sonrisa se amplía al escuchar la voz de nuestra bebé, intentando cuadrar la melodía con su precario español.

Se le dificulta mencionar la «r» y la «g» suena como «b», varios vocablos no logra decirlos, pero no se rinde. Tampoco se queda en silencio cuando su madre empieza a cantar, si no se sabe la canción, ella la tararea.

Puedo imaginarlas, su madre con la cuchara de palo usándolo como un improvisado micrófono y ella con su cepillo de cabello rosa de Barbie.

—Lo peor que pude hacer fue inscribirla en clases de español. —me quejo lanzando la tercera calabaza junto a las demás en la carreta. —dentro de seis meses su español será mejor y mi tortura apenas inicia.

He creado a dos monstruos.

Ella necesitaba salir de casa y la niña aires nuevos, conocer personas y jugar con chicos de su edad. Gisella se inscribió en clases diarias de lunes a viernes en las tardes, yo acudía los fines de semana. En algunos momentos me acompañaban y se quedaban en algún bazar del pueblo o decidían quedarse en casa en su karaoke.

Un príncipe BastardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora