Capítulo 23

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Andrés Domingo Hernández Figueroa, coronel retirado de la armada de los Estados Unidos, con más de veinte condecoraciones durante su servicio. Una de ellas medalla de honor, "Recompensa la valentía e intrepidez con riesgo de la propia vida, más allá de la llamada del deber." Sirvió más de treinta años a su país y fue retirado con honores por parte de sus superiores y subalternos.

¿Qué lleva a alguien tan exitoso a caer en las garras del vicio? Una perdida, pero no de cualquiera. Diez meses después de su retiro, el coronel Hernández perdió a su familia en un trágico accidente de auto. En el siniestro murieron, su esposa, dos nietos, su único hijo y esposa.

La noche anterior, luego de conocer a mi familia y las acusaciones en mi contra, domingo recomendó visitar al abogado y entregarle a él las pruebas. Una llamada a su móvil nos ayudó con su paradero.

David Rogers era un trabajador incansable o un hombre responsable. Promediaban casi las once de la noche y aún estaba en su empresa, a donde nos pidió acudir. Recibió nuestra visita con algo de suspicacia, mezclada con humor.

Que no se quitó luego de saber el motivo o presentarle las pruebas. Mismas con las que se quedó, para poder estudiarlas y verificar que podía usar como defensa. Esperaba saber de él, al medio día o en las horas de la tarde, me preparé para acudir a la estación con mi familia y sin él.

Nada más lejos de la realidad, David Rogers, llegó a la recepción del edificio a las siete de la mañana anunciando su presencia. Y no solo eso, llegó preparado para desvirtuar los cargos de secuestros, intento de asesinato y hasta el de homicidio de Adrián Montgomery.

Trajo, además, toda la historia de vida de domingo. Es probable que no durmiera en toda la noche, aquello me dejaba la enseñanza que su éxito no cayó del cielo. Se lo ganó con esfuerzo y trabajo.

—Solo piénsalo, tienes todo para ser feliz y en un parpadeo lo pierdes. —menciona Rogers cuando estamos a un par de kilómetros de la estación —Hay quienes lo señalan como cobarde, para mí es un héroe —continúa —en su lugar yo me hubiera suicidado.

—Acepto tener un problema y necesitar ayuda.

Me aclaro la garganta disipando el nudo que se ha instalado luego de conocer los motivos por los cuales domingo ama el alcohol. La última vez que lo vi estaba ebrio, pidió perdón por no ser fuerte y me dio un consejo.

"No siempre fui alcohólico, al igual que ustedes, tuve un hogar. No lo arruines."

—Es el primer paso dentro de muchos —la voz de Rogers me trae de vuelta a la realidad —el camino a transitar es oscuro y peligroso, no solo para él, también para quienes le rodean.

—No lo vamos a dejar solo —le aclaro fijando los ojos en las patrullas —nos necesita, mi hija y esposa lo estiman.

Rogers no hace comentario alguno, limitándose a asentir en silencio al tiempo que detiene el auto frente a la estación. Recomendó a Gisella y a mi familia no acompañarme asegurando no necesitar de barristas universitarios para hacer su labor. Un comentario que causó gracia en todos, menos en Patrick, aunque aceptó quedarse.

El descenso del auto e ingreso a la estación es en un denso silencio. Recibimos un par de miradas cargadas de desdén de parte de varios oficiales, sostengo la mirada a nuestro paso. No hay forma de que su comportamiento me intimide, estoy lejos de ser el criminal que me han señalado.

—Ignóralos, muchacho. —aconseja Rogers —La gran mayoría son imbéciles, con uniforme, que se acobardan ante un verdadero criminal.

Lo dice en voz alta, mentón elevado y un brillo extraño en sus ojos grises. Una figura conocida en vaqueros gastados, remera negra y aspecto desaliñado sale de una de las oficinas alcanzando a escuchar lo que ha dicho el abogado.

Un príncipe BastardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora