Capítulo 13

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Actualidad

Desperté con los primeros cánticos infantiles y risas que ingresaban por el balcón. La luz del sol se colaba por la ventana y estiré mi cuerpo en la cama, no había rastro de Jackeline y su padre.

Seguro se encuentran en la huerta.

Aquel pensamiento me hizo sonreír al tiempo que me sentaba en la cama. El ruido de los niños seguía inundando mi habitación y una revisión fugaz a mi alrededor me hizo levantar de un salto de la cama.

Las imágenes del arresto de Jake bombardean mi cabeza y aceleran mi corazón. La opresión en mi pecho aumenta al ver el espacio vacío en el costado de mi cama con signos de la figura de mi hija aún en la almohada.

—¡Jackie!

En un intento inútil de hallar lo que no estará allí, avanzo al balcón de la lujosa edificación. Antes de abrir las cortinas, sé que no estarán allí. La figura de padre e hija en la huerta, ni la huerta, ni el espacio de cielo despejado.

Jaken no estará allí, desconozco el motivo por los cuales está siendo culpado, lo estoy segura es de su inocencia. El conocimiento que tengo de él y todos los años compartidos me dan esa certeza.

Abro las cortinas guiadas por el ruido infantil y con el corazón latiendo a millón. La diversidad de niños que corretean el jardín de la familia Borch Edevane, alegran el hermoso paisaje. Dos niñas y dos niños, tres de ellos rubios, la única diferente es una niña de cabello negro.

Sonrío ante la imagen de mi hija en vaqueros desteñidos, tenis y polo rosa. Un outfit diferente al que suele usar con sus padres. A Jaken ama verla en vestidos de encaje, zapatos delicados y coletas.

Con todo, agradezco a la señora Ana Lucia, por rescatarla de su llanto y hacerle un ambiente agradable. Me imagino que fue ella la encargada de bañarla y vestirla para la ocasión.

La noche anterior fuimos recibidas por ella y su pequeño Ilya, un hermoso niño rubio, demasiado grande para su edad y quien desde ya daba muestras de que sería tan o más alto que su padre.

El miedo inicial es que ella no estaba acostumbrada a convivir con niños de su edad, con Ilya no tuvo problemas. Hizo buena química con el pequeño, quien la llevó a su habitación, le enseñó su cuarto repleto de juguetes y le obsequió un peluche tan enorme como ella en forma de gato.

Ese que no ha soltado, ni siquiera para dormir.

Una diversidad de juguetes de todo tipo dispersos por el césped, mientras ellos corretean en el jardín. Me centro en las dos niñas que juegan con la mía, las muñecas que rodean al trío y las que mi hija acaricia con admiración.

Ahogo un sollozo al ver sus ojos brillar mientras acaricia el cabello y las ropas de los juguetes. Un acto tan sencillo, que ninguno de sus padres tuvo en cuenta durante el tiempo que estuvimos lejos. Llenamos nuestro hogar de miedos, recelos y olvidamos lo más importante.

La infancia de nuestra hija.

Un par de manos en mis hombros me hacen sobresaltar y al girar la cabeza, me encuentro con la señora Ana Lucia, viéndome apenada.

—Lo lamento —se excusa —llamé a la puerta antes de ingresar.

—Estaba distraída —le respondo volviendo la mirada al jardín —gracias por lo que ha hecho por nosotras, no tengo palabras de agradecimiento.

—Si supiera lo que su cuñado hizo por mí, sabría que esto no lo compensa.

Se instala a mi lado y sonríe señalando a cada uno de los niños, junto con sus nombres y sus padres. Son hijos de los hermanos de su esposo, sobre el porqué de sus edades tan parecidas, dijo que era un secreto de familia.

Un príncipe BastardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora