Con cinco días en cuidados intensivos, sin avances de salud, pero tampoco retroceso. Esperábamos por la mejoría de Jaken y Landon, mientras eso ocurría, las autoridades no perdían el tiempo e insistían en acusarlo. Tal cual se sospechaba, fui enviada al psicólogo. El día de ayer había tenido una sesión, la primera de no sé cuántas, posiblemente muchas hasta que ellos obtengan lo que desean.
Su estandarte es encarcelar a Jaken, a quien señalan como el culpable de la muerte de papá y el asalto a Landon. Dos ataques que no mostraban semejanzas, solo en las autoridades. ¿En qué momento se unían?
Lo anterior me llevó a tomar la decisión de poner en orden mi vida. Del baúl de los sentimientos, saqué el coraje. Desempolvé sus capas, retiré el polvo dejado por los años de exilio y me cubrí con él.
La última vez que fue usado, lo hice el día en que abandoné el yugo de la mansión Montgomery. Esperaba obtener los mismos resultados, confiaba en que así sería.
Jaken necesitaba limpiar su nombre, mi bebé de un padre. Me negaba a quedarme en el hospital a esperar que despertara o llorar sobre su cuerpo inconsciente.
En pie, en la cama, Jackie me ha permitido vestirla sumergida, en mis pensamientos. Ha regresado a los trajes infantiles, cortesía del señor Malcolm y su abuela, quienes salieron con ella, aparecieron horas después con varias bolsas, vestidos para ella y para mí.
Nada de eso resultó tan emotivo para ella como la muñeca que le fue obsequió en esa salida. De cabello rubio y rasgos casi reales, perturbadores a la vista, pero que ella amaba.
Aún conservaba el gato, usado para dormir. La muñeca era su compañera durante el día, en algunas ocasiones la he sorprendido charlando con ella.
—Listo, ahora los zapatos —le digo haciendo el último lazo a su coleta.
Se sienta en la cama, yo en el piso para calzar los sus tenis. Seguimos viviendo con el Borch, una decisión que me costó que la familia de Jaken entendieran. Jackie salió del entorno de Mariana y Hunter a nuestros brazos. Si bien, somos sus padres, en su inocente cabeza, éramos extraños.
Pasó de la comodidad de las Sullivan a vivir en una casa humilde. Y se estaba adaptando, cuando presenció el arresto de su padre, de los dos con el que mejor se llevaba. Ha tenido que verlo inconsciente y en un estado que estoy segura Jaken no le agradaría que ella lo viera.
No había un solo día en que no preguntara cuando íbamos a volver o cuando abriría los ojos su padre. Insistía en regresar, e ir a la huerta. A sus ojos esta casa eran unas vacaciones, sacarla de aquí a otro lugar era confundirla.
—¿Y papá?
La pregunta me saca de mi letargo y parpadeo varias veces. Mi bebé inclina la cabeza buscando mi rostro exigiendo atención.
—Papá abrirá los ojos y nos iremos a casa —siento mis ojos cristalizados al ver los suyos iluminados y sonrientes —domingo nos espera.
—Hay que esperar que papá despierte —afirma con solemnidad y sonríe.
—Hoy, el abuelo lo dijo—insiste y no puedo más que sonreír.
—Antes de ir al hospital, haremos una parada —le digo y afirma con la duda cruzando sus ojos —te mostraré un lugar muy importante para mí.
—Ajá.
No hace más comentarios, toma la muñeca en sus brazos y salta de la cama una vez está lista. Hace lo mismo que siempre, se asoma en la ventana y mira hacia la calle.
—¿Nos vamos?
Cierra la cortina y avanza hacia la puerta en silencio, con la misma quietud cruza el elegante pasillo y baja las escaleras. Al pie de ellas, esperando por nosotros, se encuentra mi padrino.
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Un príncipe Bastardo
RomanceJaken nunca imaginó lo que su curiosidad sobre su pasado pudiera traer a su vida, ciertamente Gisella, tampoco. Ninguno de los dos estaba preparado para lo que el destino les tenía deparado, ni los enemigos que surgieron con esas revelaciones. Él hu...