Le doy una mirada viejo diván y a su precaria apariencia ¿Cuántas personas han narrado sus miedos y desventuras acostadas en su regazo? ¿A cuántas de ellas se les ha logrado solucionar o hacer justicia? Interrogantes de los que no tendré respuesta de parte del viejo objeto o su dueño.
Una parte de mí desea pensar que la cifra supera los tres dígitos.
Con el psicólogo tomando a notaciones de nuestra consulta y yo sumergida en los pensamientos sobre el objeto en cuestión, espero a que se acabe la hora. No recuerdo cuál fue la última pregunta, menos si llegué a responderla, tampoco importa si lo hice. Ya el psicólogo tiene su verdad y se ceñirá a ella.
Sin importar el daño que cause en mi familia. Uno las cejas y aprieto los labios con fuerza cuando esa verdad me golpea e impide respirar con facilidad.
—¿Le molesta algo, señora Giles? Espero que el diván no la haya ofendido.
La pregunta y comentario del psicólogo con un tinte de humor no logra retirar mi mirada del diván. En cuero marrón con espaldar reclinado y la parte inferior en una curvatura en forma de media luna. En cinco sesiones nunca lo he usado, por considerar, no necesitarlo.
—¿Quiere compartir su odio? —insiste con el mismo humor.
—El odio es un sentimiento que no me he permitido tener. —respondo sin verle.
—¿Se lo prohíben?
—Supongo que espera que diga que sí —le doy una mirada fugaz antes de regresar la vista al diván —Hizo su dictamen mucho antes de que llegara a este consultorio.
—¿Es lo cree?
—¿Miento? —le enfrento con una sonrisa en los labios —¿Negará que la conclusión a la que ha llegado está viciada? —cuestiono—o que leyó el informe de las autoridades, las acusaciones a mi esposo en Nuevo México y bajo esas premisas está actuando.
—Estoy haciendo mi trabajo.
—Busca encajar la investigación oficial con un dictamen que les favorezca —corrijo —harán todo para encarcelar a Jake, no es por mí, es por ustedes y el buen nombre de la jefatura.
—El dictamen es real, señora.
—Y yo soy de marte —le interrumpo —¿Síndrome de Estocolmo? ¿Codependencia? —bufo —Ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático —enumero —una tontería tras otra.
—Cuánto más rápido lo acepte, podemos tratarlo —continúa ajeno a mi rostro enojado.
—¿Sabe que me molesta? —abre las manos y enarca una ceja, divertido.
—Lo he preguntado en tres ocasiones —sonríe —Soy un aliado, no un enemigo.
—La cantidad de mujeres que experimentan esos trastornos psicológicos causados por la Violencia Doméstica, no tiene la asistencia que deseen. —afirma con una sonrisa en los labios enarcando una ceja en el proceso.
—Poseen el mismo problema que usted —me señala —se niegan a acusar a su maltratador o aceptar ayuda.
—¿Es tan difícil entender que amo a mi esposo? —abro mis manos señalando a mi alrededor — ¡Aquí están ustedes! Ayudando a una mujer que no requiere atención e intentando a encarcelar a un inocente.
—¿Qué pasa si la investigación arroja que es culpable? —me pregunta —¿Seguiría amándolo?
—¡Jaken es inocente! —abra la palma de su mano derecha, mientras la izquierda la lleva a sus labios.
—Hipotéticamente —me hace un guiño —deshilemos lo hallado. —inclina su cuerpo hacia mí antes de seguir —La secuestró el día de la boda, llevándose a la niña, al parecer sin saber que era su hija.
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Un príncipe Bastardo
RomanceJaken nunca imaginó lo que su curiosidad sobre su pasado pudiera traer a su vida, ciertamente Gisella, tampoco. Ninguno de los dos estaba preparado para lo que el destino les tenía deparado, ni los enemigos que surgieron con esas revelaciones. Él hu...