Capítulo Cuatro: Convivencia.

1.6K 236 32
                                    

Max no había tenido mucho trabajo, supuestamente tenían que ir él y Sainz a comprar municiones, armas y chalecos antibalas para una misión un poco arriesgada que harían en esos días, sin embargo, no iba a ser necesario, el hombre al que tenían que sorprender para acabar con él y sus trabajadores, se había ahorcado a sí mismo en su hogar, dejando cartas y cheques con el dinero que ellos ya ni siquiera iban a cobrar.
En lugar de eso, se encontraban en el despacho de Carlos, bebiendo un poco de whisky, leyendo las cartas y haciendo cuentas con los cheques de ese hombre. Si, aún les quedaba debiendo una parte pero estaban contentos, mínimo habían recuperado algo de los préstamos.

— Charles anda muy raro —dijo de repente el moreno. Max sólo levantó la mirada y la ceja, sin soltar la hoja que tenía enfrente. No preguntó nada, suponía que su amigo seguiría hablando, lo cual así fue—; no quiere que hagamos el amor, tampoco ha querido dormir conmigo, su aroma está más intenso pero también más insoportable...

— Está embarazado —dijo Max, viendo al pelinegro, que pronto se había quedado callado y palidecía. El rubio no pudo evitar reírse fuerte—. ¿Qué? ¿Hay una posibilidad? Vamos, hombre, lo dije de broma.

— Claro que hay posibilidad, Max, desde que lo conozco jamás nos hemos cuidado.

— ¿Ya lo marcaste? —el pelinegro negó—. Bueno, ¿mínimo lo has hecho en el celo de él? Hay más posibilidades si él estaba en celo —ahora hablaba serio. El pelinegro se mordía las uñas y suspiraba, su pierna se movía debajo de su escritorio.

— Creo que sí, pero no recuerdo cuándo, las cuentas no me cuadran Max. ¿Y si lo está pero no es mío? Si tiene menos del mes es imposible que sea mío, te digo que no ha querido que follemos.

— ¿Y si solo es idea tuya y el pobre chico está celoso de que tengas a un omega trabajando como secretario? Lando es un zorro, no me digas que no has visto como mueve el trasero y como saca el pecho cada vez que llegas aquí, o como suelta su dulce aroma cuando entramos cualquiera de tus amigos.

— Lando no me interesa, Max, amo a Charles y lo sabes.

— Si lo amaras, estarías con él en estos momentos tratando de ver qué tiene, ya le habrías pedido matrimonio y también lo hubieras marcado ya. Cuando me dijiste que estabas con él, asegurabas que tu alfa lo había reclamado y que el omega de él te había reclamado de vuelta, ¿por qué la piensas tanto?

— Tengo miedo, Max, tengo miedo de meterlo en esta vida y arriesgarlo. ¿Y si está en cinta? Ese o esos cachorros están destinados al peligro —las feromonas del pelinegro ahora mostraban una tristeza profunda. Max entendía a lo que su amigo se refería, estiró la mano y el pelinegro la tomó, rodeando el pulgar de su amigo en un amistoso saludo que le demostró que el rubio estaba ahí con él ante todo y por todo.

— Lo sé, Carlos, sé perfectamente a lo que te refieres. Pero es tu pareja, es el amor de tu vida, te ha aceptado con esta vida, practicamente él está dentro ya, y te ama aún con este trabajo de mierda, ¿quién dice que él no esté igual de preocupado por eso? Quizá tiene miedo a tu reacción.

— Si le tiene miedo a mi reacción, ¿por qué sería? Él sabe que lo amo, y yo estaría feliz de que él llevara a mis cachorros en su vientre, sólo que pienso que es muy pronto y me da miedo.

— Esto no me lo tienes que explicar a mí, amigo, sino a él. Te apoyo, acércate y pregúntale, quizá solo es una de esas mierdas de cambio de celo y demás cosas que le ocurre a los omegas, y si está en cinta, lo superaremos, amigo, nadie hará daño a tus cachorros ni a tu futuro esposo, porque vas a pedirle matrimonio —eso sonaba a un regaño consistente. Carlos rió, su amigo era tradicional en ese aspecto, no le gustaba la idea de marcar y preñar a un omega si no tenían mínimo una relación seria y cercana, o de plano estuvieran cerca a casarse. Dieron juntos un trago a su vaso de whisky y continuaron haciendo cuentas. Después de un rato, Sainz estiró un sobre hacia Max. Era su pago. Max ni siquiera lo contó, sólo lo tomó y lo guardo en su gabardina, tenían la confianza suficiente como para no hacerse daño o traicionarse entre ellos, eran como hermanos de distinta madre, y Max no trabajaba para Carlos por el dinero, todo era de lealtad, aunque al principio no fuera así.

El Guardián de mi Libertad  | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora