Capítulo Diez: Deseo.

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Casi dos meses habían pasado desde que Sergio había llegado a la mansión de Max, prácticamente. Ahora estaba a tres días de organizar una fiesta para Oliver, quién se había negado a festejar su cumpleaños, pero igual que Max y su madre, no le hicieron caso y empezaron a planear cómo la llevarían a cabo.

La relación entre el rubio y él era confusa, demasiado para su gusto. El alfa era cariñoso con él y de vez en cuando le robaba besos en los labios y mejillas, pero no se atrevía a hacer nada más. A diferencia de Sergio, que podía decir fielmente que le gustaba el rubio, quizá no se atrevía a decir que estaba enamorado, pues aún le faltaba por conocer muchas cosas del alfa, cosas que él se negaba a decirle.

Por otro lado, sus amistades eran sinceras. Charles se había vuelto muy cercano a él, igual que Carlos y Lance. Lance había tenido que aceptar que Max se le había adelantado con el omega, y sólo siguió siendo su amigo, aunque sí salieron por un helado después.

Algo no le cuadraba con los gastos de Max, si bien aún faltaban varios meses para terminar la primer fase del curso, había aprendido mucho. El rubio le había comprado una computadora nueva, junto con celular y tablet, metiendo mucha información en ellos, así como aplicaciones y programas. Además, le tenía pagada la suscripción a una especie de escuela virtual, en la cuál Sergio aprendía más de la contabilidad, aparte de su curso.

Checaba tickets de compra junto con las facturas, pero algo le faltaba, tenía un faltante de más de cinco mil euros. Empezó a desesperarse, pensando que se estaba saltando algo importante o estaba dejando pasar algo que debía estar por ahí.
Rindiéndose, suspiró y se levantó a la cocina para conectar la cafetera y preparar café. Casi no estaba tomando desde que estaba con Max, pues el alfa insistía en que necesitaba bajar esa dependencia a la cafeína y estar sin ella, aunque cuando el rubio no estaba, se escapaba a tomarse una o dos tacitas durante el día.

En lugar de volver al despacho con su taza de café en mano, decidió ir a la sala, prender la televisión y mirar una serie o película. Se topó con una serie de motociclistas, donde no podía evitar ver el tonificado cuerpo del protagonista, de nombre Jax. Rubio, ojo azul, le recordaba a Max, aunque el actor tenía un cuerpo más trabajado y el cabello largo. Se entretuvo tanto con la serie, que cuando escuchó el cerrojo de la puerta recibir unas llaves, se apresuró a buscar el control y cambiar el canal, aunque se cayó en el intento. Max entró, mirando directamente a la televisión, donde aún estaba el personaje. Luego miró al suelo, viendo a un Sergio que le sonreía falsamente.

— ¡Hola, Max! Estaba, ya sabes, viendo la televisión —dijo mientras se paraba a recibir el alfa. Le dio un tierno beso en la mejilla y lo abrazó, pero el rubio no respondía a su cariño—. ¿Estás bien?

— Sí, solo estoy cansado. Iré al cuarto a ducharme y a dormir —casi empujó a Sergio hacia un lado. El omega se sentó en el sillón a asimilar, si Max se había molestado por lo que estaba viendo, claro que tenía la culpa, pero sentía que era exagerado.
Escuchó la regadera abrirse desde el cuarto del alfa, y no se movió hasta que escuchó que la cerró. Fue entonces cuando caminó hasta la habitación de él y tocó, sin recibir una respuesta.

— Max, ábreme, algo te pasa, no es normal tu comportamiento conmigo —mencionó el pecoso, pegando sus labios a la puerta.

— Déjame en paz, Sergio... Hoy no, pequeño, por favor, hoy no... —se escuchaba como una súplica. Sergio estuvo a punto de retirarse, pero algo le decía que el rubio no estaba pasando por un buen momento. Su mente empezó a tratar de divagar en cosas que pudieran tener alterado a Max, pero nada. Ninguno de los chicos le había platicado algo malo, o que hubiera pasado algo malo, si así fuera, George hubiera sido el primero en informarle. Así que, tratando de convencer a Max, empujó la puerta con su hombro, dos veces con fuerza—. Demonios, Sergio, ¿qué tratas de hacer? ¿Tumbar la puerta? Ni siquiera yo puedo tumbarla, ve a tu cuarto, mañana hablamos —no hizo caso, volviendo a chocar contra la dura madera, con su hombro ya adolorido.

El Guardián de mi Libertad  | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora