Capítulo Once: Guerra.

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Un olor peculiar a medicina llegó hasta la nariz de Max, quién abrió los ojos lentamente tratando de acostumbrarse a la luz que estaba a su alrededor. Le molestaba mucho despertarse y ver todo iluminado, por algo él en su habitación tenía cortinas negras y colores que no reflejaran mucha luz.

Miró hacia un lado y vio un gran ventanal, luego miró hacia el otro y vio una pared y una puerta. Enfrente de él una pantalla y un pizarrón. No, no era un hospital, pero sí una habitación que imitaba a éste.

Fuera de la habitación estaban Sergio, Carlos, Charles y George, sentados, esperando noticias del rubio, Lance se había quedado en el despacho de su jefe para estar pendiente a cualquier cosa. Pronto se acercó el doctor Wolff, un alfa de unos cincuenta años, muy alto e imponente. Todos lo rodearon para escuchar las noticias.

— ¿Qué le pasó a Max, Toto, ya tienes una respuesta? —preguntó Carlos con clara preocupación.

— Así es, y no te va a gustar. Max trae problemas por el exceso de supresores, Carlos, hace años le dije que los dejara y no hace caso. Aparte, no está tomando nada para sus huesos y su piel, el dolor lo está debilitando más cada día.

— Espera, él nos había dicho que tú le indicaste que podía dejar el medicamento para el dolor de huesos porque le provocaban náuseas —mencionó George, Toto negó—. ¿No le dijiste eso?

— Sí, pero no, le dije que podía estar tomando pausas, ya sea tomarlas un mes sí y un mes no, o como quisiera, pero intercalando tiempos en el uso, si las tomaba tres días, luego tres días no y así, pero los estudios solo arrojan el uso de supresores, nada de medicamento para dolor, tampoco vitaminas como calcio, que es la que más le exijo que tome. Chicos, Max es una persona muy inestable mentalmente, yo diría que lo internemos.

— ¡No! —gritaron en unísono Charles, Carlos y George, asustando a Checo.

— Bien, entonces necesito saber qué emociones desencadenaron ayer ese problema suyo, qué pasó antes de que le diera el ataque de ansiedad, ¿alguno estaba con él?

— Yo estaba con él... —dijo Checo. Todos lo miraron fijamente, esperando una explicación—. No hubo nada que desencadenara el problema, estábamos por lavar ropa —mintió, le daba vergüenza decir que Max y él habían tenido relaciones antes de la especie de ataque que le había dado a Max. El dr. Wolff asintió y apuntó algo en su libreta.

— Bien, tomando en cuenta que no saben qué pudo haber alterado tanto a Max y su corazón, tendremos que tenerlo en observación unas cuantas horas más, quizá incluso un día, aunque esté despierto. Volveré en un rato, pueden pasar a verlo. Carlos, tú sígueme —indicó el médico. Carlos dio un beso en la mejilla a Charles y siguió al doctor hasta su despacho. Ahí donde estaban no era un hospital público, era una especie de clínica privada del mismo Toto Wolff, en la que atendía a conocidos y familiares, en los cuales entraban toda la familia Sainz.

Tenía años atendiendo a Max, sabía la inestabilidad del chico, sus problemas familiares, las cosas que había pasado también. Estaba consciente de que Max abusaba de supresores ya que le daba miedo la idea de sentir naturalmente, y que el pobre rubio había sido trasladado de un punto a otro como si de un juguete se tratara.
Durante un tiempo había insistido a Carlos que lo dejaran ahí internado, como si fuera un centro psiquiátrico, pero Carlos nunca quiso, él sabía que lidiar con Max, su temperamento y sus traumas iba a ser difícil, pero sentía que dejarlo ahí era traicionarlo, rendirse a tratar de apoyarlo, así que nunca aceptó la oferta de Torger.

El primero en entrar a la habitación fue George, mirando a su amigo ya despierto, tratando de platicar con él. Sin embargo, Charles y Sergio se quedaron afuera.

El Guardián de mi Libertad  | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora