Capítulo Nueve: Familia.

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Eran casi las tres de la tarde cuando Max despertó, moviendo su mano hacia el lado de la cama, pero notando que estaba vacía. Tomó su celular de la mesita de al lado y vio la hora, Sergio probablemente estaba a nada de regresar de sus cursos.

Se levantó, sintiéndose mareado por el olor de la habitación. A pesar de que no había pasado nada, olía a sexo, a celo compartido, cosa que no había ocurrido. Abrió la ventana y quitó las cobijas de la cama, yendo hasta la lavandería para poner una en la lavadora.

Salió de ahí para ir a su cuarto, darse una corta ducha y salir vestido con ropa de casa nuevamente, o sea, su pijama de spiderman. Estuvo en su sala hasta que escuchó llegar el carro en el que llevaban a Checo a sus clases. Dudó un momento si tendría la conversación con el castaño, pero tenía que hacerlo, no podían estar viviendo lo de la noche anterior cada semana que el pequeño entrara en celo.

Finalmente, el pecoso entró por la puerta, viendo a un Max serio sentado en el sofá. El rubio le hizo una seña de que se sentara a su lado, Sergio asintió y lo hizo. Ninguno decía nada, claro que Sergio sabía lo que había pasado, despertarse en la mañana con Max al lado, con el cuarto oliendo a todo, le daba una idea, pero como no dolía su cuerpo, ni habían rastros de fluidos sobre la cama, sabía que no habían tenido sexo.

— Sergio, lamento mucho lo que te pasó anoche, sé que es natural sentirse así y que tu casta es más propensa a tener el celo, pero no podemos estarnos arriesgando a esto.

— Max, lo siento, olvidé decirte de los supresores, perdón si te incomodé o dije cosas incorrectas, no pensamos cuando estamos así.

— Justo de eso se trata, ya no quiero que tomes supresores, no quiero que te vuelva a dar el celo así, que sufras por el dolor del vientre y no puedas ni estar tranquilo y sin temblar dos segundos —el rubio miró los ojos de tristeza del castaño, quien bajó la mirada rápidamente—. ¿Cómo puedo ayudarte cuando eso ocurra, Sergio? ¿Necesitas que compre algo para que tengas autocomplaciencia? Puedo hacerlo, no me molesta.

— No, Max, puedo seguir tomando supresores, no hay problema, mientras no los olvide no pasará eso, lo prometo... Y sí, anoche fue muy doloroso e intenso, jamás me había ocurrido, siempre he sido capaz de sobrellevarlo solo, anoche no...

— Pero no quiero que los tomes —el rubio se veía desesperado—. Sergio, no puedo ayudarte si no me ayudas tú a mí, tampoco puedo prometerte que haré lo que sea para aliviar tu malestar, pues me gusta el consentimiento y la lucidez ante él, eso es lo último que tiene un omega en celo. No te estoy regañando, al contrario, quiero ayudarte, y si tuviera que hacerlo... Lo hago —los ojos cafés del castaño se abrieron en sorpresa, realmente el alfa se estaba ofreciendo a hacer... eso, solamente para no tenerlo sufriendo con los malestares. Y viendo cómo era Max, del cual sus amigos se burlaban insinuando que incluso quizá era virgen, lo veía como un sacrificio.

— Max, te doy mi consentimiento —dijo serio el castaño. Un suspiró se escapó de los labios de Max, se escuchaba tan profundo y preocupado, por un momento creyó que había cometido un error, pues el chico no tenía alternativa, ¿quién iría a ayudarlo? Nadie, hasta donde Max sabía, no tenía pareja, todos sus trabajadores eran betas y contacto diario solamente había entre ellos dos. De pronto, una especie de desilución envolvió al rubio. “Sergio está aceptando hacerlo CONTIGO porque no tiene otra alternativa, quizá sea hora de dejar que Lance y él convivan”.

Se levantó del sillón y se fue a su cuarto, abrumado. El castaño se quedó en la sala, con clara confusión por lo que había pasado. Ahora él creía que había cometido un error al dar su consentimiento al rubio, quizá Max esperaba que no lo permitiera, que no fuera tan regalado y fácil como para aceptar ayuda de cualquier alfa en su celo, pero Max no era cualquier alfa.

El Guardián de mi Libertad  | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora