Capítulo veintisiete: Pesadilla.

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Max se despertó con su brazo rodeando a Checo, quién aún estaba dormido de frente a él. Le dio un beso en su cabeza y otro en su nariz, para soltarlo poco a poco y sentarse a la orilla de la cama.

La tranquilidad que se sentía en la casa era buena, estaban en paz. Ya habían pasado dos meses desde la muerte de Antonio, y no había ocurrido nada malo después de eso. No habían recibido más llamadas o amenazas, nadie había intentado acabar con sus vidas, todo estaba perfecto.

La mamá de Sergio le había entregado el testamento a Oliver. Después de la muerte de Paola, Antonio había decidido dejar todo a su único hijo alfa que le quedaba, a pesar de que “lo había traicionado”. De esa manera, Oliver decidió, junto con Sergio y Paula, vender la mansión y los autos que habían sido de su padre. Con la cantidad de dinero que tomaron, pagaron una “parte” de la deuda de Antonio a Carlos, quién luego pagó en agradecimiento a todos sus hombres, entre ellos a Max.
Con lo que les sobró se compraron un departamento para dos personas, en el que vivían el pequeño alfa y su mamá. Checo iba a visitarlos, Paula cada vez se portaba mejor con él, pues entre más se enteraba de lo que había pasado, más se quitaba una venda de los ojos, notando por fin que todos eran víctimas de quién había sido su marido. Claro que le dolía la pérdida de él, y el de su hija muchísimo más, pero no iba a darle prioridad a quienes ya no estaban, tenía que aprovechar a sus hijos que aún se encontraban con ella.

En medio de los pensamientos del rubio, su celular comenzó a sonar. Rápidamente lo tomó de la mesita de al lado para contestar y no permitir que el timbre despertara a su novio. Era su mamá.

— Buenos días, mamá, ¿cómo amanecieron Victoria y tú? —preguntó, caminando lentamente por la habitación sin hacer mucho ruido aún, saliendo de ella, cerrando luego la puerta detrás de él.

— De maravilla, hijo, gracias. ¿Tú y Sergio? —la dulce voz de su madre lo envolvía de felicidad, le encantaba haber recuperado todo con ella y su hermana después de lo ocurrido en el pasado.

— Excelente, aún está dormido, ya sabes, anoche nos desvelamos un poco viendo películas y jugando videojuegos, pero estoy aprovechando que no hay mucho trabajo para pasar tiempo con él, ahora que todo está en orden siento que puedo realmente disfrutar de su compañía —comentó el rubio, sintiendo cómo su mamá sonreía a través del aparato.

— Me alegra mucho que estés siendo feliz al fin, Max, y nosotras somos felices por ti y gracias a ti. Oliver llegó hoy temprano, trajo el dinero que nos mandaste y salió con Victoria, Pierre y Yuki a ver un juego de básquet o algo así, yo estoy cuidando al cachorro —comentó la mujer. Max sonrió pensando en la excelente abuela que sería Sophie con sus cachorros... si solo pudiera tener cachorros—. Es muy buen niño, y cada día se parece más a Pierre, solamente los ojos estiraditos de Yuki tiene, es una mezcla perfecta de ambos.

— Ni quién lo dude, la última vez que vinieron lo vi y sí, es identico a mi amigo, y pensar que Yuki fue el que lo cargó tanto tiempo en el vientre y sufrió los dolores al tenerlo. Supongo que así es la vida, mamá. Tengo que dejarte, trataré de hacer un desayuno para mí y para Sergio, te llamo al rato. Dile a Oliver que las cuide mucho, las amo a las dos.

— También te amamos, hijo. Suerte y cuidado —colgó la mujer, permitiendo que Max volviera a la habitación, topando con un Sergio despeinado y con un solo ojo abierto, haciendo una mueca, estirando un brazo sobre su cabeza. Max sonrió y se acercó a él para ofrecerle su mano y ayudarle a sentarse.

— Hola, Maxi, buenos días —saludó el pecoso, levantándose de la cama junto con su alfa, quién se mordió el labio al verlo solamente en bóxer. Ya era una costumbre de ambos, Sergio pasó de usar pijamas ridículas a dormir desnudo igual que su novio, esas conductas aprendidas le daban risa a Max.

El Guardián de mi Libertad  | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora