Capítulo Ocho: Dolor punzante.

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Un aroma a cítricos despertó a Sergio, notando diferencias en el cuarto en el que se encontraba; no era el suyo. La pared tenía un diseño ligeramente diferente y un color un poco más oscuro.
No tardó en sentir una punzada en su cabeza, restregando sus ojos para tratar de adaptarse a la luz que entraba por unas cortinas negras de la ventana de al lado.

Se giró sobre sí mismo al otro lado y no pudo evitar sorprenderse. Max estaba ahí, dormido tranquilamente, con sus labios poco abiertos y su pelo revuelto, con una expresión de paz en la cara. Sergió miró sus labios, y notó por primera vez un lunar que estaba en la orilla del labio superior, le daba un toque... interesante.

Pero entonces, su mente empezó a dar vueltas. No recordaba nada, lo último que tenía en ella era a él hablando con Charles y felicitándolo por su compromiso con Carlos, de ahí a después no había nada. Levantó un poco la cobija y vio que tenía su pantalón puesto, pero sus zapatos, calcetines y camisa no. Luego, miró a Max, levantó un poco la manta de lado de él y le sorprendió toparse con Max vestido de pijama, era como un evento histórico.

Salió con cuidado de la cama, preguntándose qué hacía en la habitación de Max y cómo había llegado ahí, pero entonces su cuerpo reaccionó en su contra, provocando un malestar en la boca del estómago y sintiendo cómo salivaba muchísimo.
Corrió hasta el baño del rubio, llegando apenas al excusado, expulsando todo lo que había comido y bebido la noche anterior. ¿Qué estaba pensando? Él no estaba acostumbrado a tomar tanto y menos alcohol tan fuerte como el tequila, era obvio que iba a pasar eso.

Levantó la mirada e identificó a Max viéndolo, aún con su cabello revuelto y sus ojos entrecerrados.

— Mierda, déjame te traigo agua —mencionó, saliendo rápidamente del cuarto. Sergio volvió a vomitar, y una vez se sintió satisfecho, bajó la tapa y accionó la palanca. Se sentó sobre la misma taza del baño, suspirando con fuerza. Max volvió con un vaso de agua potable y unas pastillas—. Toma, te quitará el malestar y las ganas de volver a vomitar.

— Gracias, Max —dijo el pecoso, tomándose la pastilla, bebiendo agua y luego haciendo gárgaras con otro trago, que luego escupió sobre el lavabo—. Perdón por despertarte así, apenas me levanté de la cama y sentí las náuseas, no estoy acostumbrado a beber tanto, no sé por qué lo hice.

— Ja, ja, porque así es esto, para todo hay una primera vez —dijo el rubio en tono de burla. Le ofreció a Sergio un cepillo de dientes nuevo que sacó de la parte trasera del espejo, y una pasta. Salió del baño para darle privacidad al pecoso, que salió cinco minutos después—. ¿Listo?

— Sí, gracias.

El rubio asintió y salió del cuarto, para dirigirse a la habitación de invitados, topándose a Lance sentado en la orilla de la cama, con las manos en sus piernas, cómo analizando lo que habia hecho.

— Buenos días, bello durmiente —le dijo Max. Lance lo miró y sonrió, no se veía tan jodido como Max pensaba que estaría.

— Buenos días, maléfica. Hoy no te vomité nada, felicítame, desgraciado, o aquí mismo me provoco el vómito —amenazó Lance. Max levantó una ceja y caminó hasta el baño, solo para corroborar que, en efecto, ahora el alfa que siempre le hacía desastre, no había provocado nada malo.

— Bien, te debo dos mil euros por la última apuesta que hicimos. Felicidades, Lancy.

— Excelente, así me gusta, aunque me los das después, ya tengo que irme —el castaño se levantó de la cama, se colocó sus zapatos y corrió fuera del cuarto, topándose a Sergio a mitad del comedor—. Holi y adiós, Checo, queda pendiente lo del helado —y sin más, desapareció por la puerta principal. Max y Sergio se miraron fijamente. El omega quería reírse por la pijama que traía el alfa, era de spiderman, lo que lo hacía ver tan juvenil y tierno.

El Guardián de mi Libertad  | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora