Capítulo 21: El Santuario de los Perdidos

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El eco de los pasos de Lucía resonaba en la vasta oscuridad que la rodeaba, apenas rota por destellos esporádicos de luz que iluminaban fragmentos del sendero que tenía delante. Estaba exhausta, tanto física como emocionalmente, después de haber enfrentado las tentaciones más aterradoras y complejas de su vida. Sin embargo, su espíritu no se quebraba, sino que seguía impulsado por la determinación y el deber que la habían traído hasta este punto. Sabía que la lucha contra el íncubo había sido solo el preludio de una prueba aún mayor: el acceso al Santuario de los Perdidos.

Este lugar, envuelto en misterio y leyendas antiguas, era un dominio prohibido, oculto entre los velos de la realidad y los sueños. Aquí, las almas errantes, aquellos que habían sido consumidos por las sombras o perdidos en los confines del olvido, vagaban sin rumbo, buscando redención o venganza. Lucía había escuchado sobre este lugar en historias susurradas, pero nunca había imaginado que algún día tendría que entrar en él. Ahora, después de tantas pruebas, se encontraba al borde de lo que sería el enfrentamiento definitivo: la confrontación con las almas perdidas que custodiaban el santuario y, tal vez, la última pieza del plan del íncubo.

El portal que se abría ante ella era un arco antiguo, tallado en piedra negra, cuyas inscripciones arcaicas brillaban tenuemente bajo la luz espectral. Cada símbolo parecía pulsar con una energía oscura y vibrante, como si advirtiera a aquellos que osaran cruzar su umbral de los horrores que aguardaban. Lucía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero no había vuelta atrás. Sabía que debía enfrentarse a lo que fuera que la esperaba del otro lado.

Con un último vistazo al camino que había recorrido hasta ahora, tomó una respiración profunda y dio un paso adelante. Apenas había cruzado el umbral, la atmósfera cambió de inmediato. El aire era denso, cargado de tristeza y desesperanza, y los sonidos que la rodeaban parecían distantes, como si provinieran de otro tiempo. Al frente, una vasta neblina lo envolvía todo, difuminando las formas y distorsionando la realidad.

La primera alma que apareció ante ella fue un hombre alto y desgarbado, cuya figura apenas se distinguía entre la niebla. Su piel estaba pálida, casi translúcida, y sus ojos, vacíos de vida, la miraban con una mezcla de anhelo y resentimiento. Se acercó lentamente, flotando a unos centímetros del suelo, y cuando habló, su voz era un susurro apenas audible.

"¿Por qué has venido aquí? Este es el lugar de los condenados, de aquellos que ya no pertenecen ni a la vida ni a la muerte."

Lucía no vaciló en su respuesta, su voz firme pero serena. "He venido a buscar respuestas. He venido a liberar a aquellos que han sido atrapados en este limbo y a detener al íncubo que ha traído el caos entre los mundos."

El alma dejó escapar un sonido que podría haber sido una risa o un gemido, una mezcla de desesperanza y burla. "No hay redención aquí, solo sufrimiento eterno. Nos hemos perdido en los susurros de nuestros propios pecados, y no hay salvación posible."

A medida que el hombre hablaba, otras almas comenzaron a aparecer entre la niebla, sus rostros distorsionados por el dolor y la tristeza. Todos se acercaban lentamente a Lucía, rodeándola en un círculo espectral, susurrando verdades amargas sobre su propia condena. Sus voces se entrelazaban, creando un coro de desesperación que intentaba quebrantar su voluntad.

Lucía sintió cómo la tristeza y el arrepentimiento de esas almas comenzaban a afectarla, hundiéndola en una sensación de desesperación que la hacía cuestionar su propia misión. Era como si cada una de sus palabras fuera una cadena invisible que intentaba arrastrarla hacia el abismo. Pero recordó lo que había aprendido a lo largo de su viaje: las sombras solo tenían poder si se lo permitía. Y estas almas perdidas no eran sus enemigas, sino víctimas de una fuerza mayor.

Sombras en la Noche: El Llamado del ÍncuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora