Prólogo

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La noche siempre había tenido un lenguaje propio, un murmullo sutil que hablaba a quienes estaban lo suficientemente atentos para escuchar. Lucía nunca lo había entendido, hasta que las sombras comenzaron a susurrarle. Era un murmullo débil al principio, casi imperceptible, como el roce del viento entre las hojas o el eco de una voz perdida en la distancia. Pero pronto, esos susurros se volvieron más claros, más insistentes. No eran simples sonidos, sino palabras. Y no cualquier palabra: su nombre.

Era en el crepúsculo, justo cuando el sol se ocultaba y las primeras estrellas aparecían tímidamente en el cielo, cuando Lucía comenzaba a sentirlo. Esa ligera presión en el aire, ese cambio apenas perceptible en la atmósfera de su apartamento. Lo que antes era una simple sensación de soledad nocturna, pronto se convirtió en algo más: una presencia, una sombra que la observaba desde las esquinas, desde los espejos, desde los rincones de su propia mente.

Al principio, lo atribuyó al cansancio, a las largas jornadas de trabajo, al estrés acumulado. Pero las noches se hicieron más largas, los sueños más vívidos, y esa sombra—ese algo—empezó a ocupar más espacio en su vida. Se manifestaba en los márgenes de su realidad, en las esquinas de su visión periférica. Estaba allí, siempre acechando, pero nunca del todo tangible. Hasta que una noche, el susurro cruzó la barrera entre sueño y vigilia. Ya no era un eco lejano; era una voz, clara, profunda y cargada de una seducción peligrosa.

"Luuucía..." la voz se arrastraba en su mente, impregnándola de un miedo que, para su propia sorpresa, estaba mezclado con una atracción innegable. No podía verlo, pero lo sentía cerca, tan cerca que su piel se erizaba cada vez que caía la oscuridad. Era como si el aire mismo estuviera cargado de esa presencia, como si la habitación en la que dormía se volviera más pequeña, más densa, cada vez que las luces se apagaban.

Lucía intentó ignorarlo, convencerse de que era solo su imaginación, un truco de su mente cansada. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que había algo más. Algo antiguo, algo oscuro, algo que había estado esperando en las sombras durante mucho tiempo. Esa presencia, esa figura que solo aparecía en sus sueños, no era un producto de su imaginación. No, lo que la llamaba por su nombre venía de un lugar más oscuro, un lugar más antiguo y peligroso que cualquier rincón de su mente.

Y entonces, una noche, lo vio.

No era una simple sombra, sino una figura esculpida en la penumbra misma. Sus ojos, dos pozos de oscuridad insondable, la miraban fijamente, consumiendo todo lo que encontraba a su paso. Sus labios, apenas esbozados, susurraban promesas en un lenguaje que no necesitaba palabras. Y aunque Lucía sabía que debía huir, que debía alejarse de esa criatura, algo la mantenía anclada en su sitio. Una parte de ella, más profunda y primitiva, quería quedarse. Quería escuchar lo que él tenía que decir. Quería sentir lo que él prometía.

El tiempo parecía detenerse cuando esa presencia llenaba la habitación. El miedo luchaba con el deseo, y la atracción con el terror. Era como estar suspendida entre dos mundos: uno de luz, donde la lógica y la razón gobernaban, y otro de oscuridad, donde los miedos más profundos y los deseos más prohibidos tomaban el control. Lucía se encontraba al borde de ese abismo, sintiendo cómo su voluntad flaqueaba con cada noche que pasaba.

Los días se hicieron más pesados, y las noches más largas. Sus sueños, antes meros fragmentos de recuerdos distorsionados, ahora eran campos de batalla entre su razón y su alma. Y cada vez que despertaba, sentía el eco de esa presencia más cerca, más real. Sabía que estaba perdiendo el control, pero, al mismo tiempo, no podía dejar de sentirse atraída por esa oscuridad.

Había algo en ese susurro, en esa voz, que despertaba algo en su interior, algo que había permanecido dormido durante años. Un deseo que no quería reconocer, una parte de sí misma que había mantenido oculta incluso de su propia conciencia. Y ahora, ese deseo estaba siendo desenterrado, arrancado de las profundidades de su alma por esa figura que la llamaba desde las sombras.

Esa noche, la noche en que lo vio por primera vez, marcó el inicio de algo que no podría detener. Algo que cambiaría su vida para siempre. Porque una vez que las sombras te llaman, no puedes ignorarlas. Y una vez que cedes a su susurro, no hay vuelta atrás.

Lucía había oído el llamado. Y ahora, el íncubo no descansaría hasta tener lo que buscaba.

Sombras en la Noche: El Llamado del ÍncuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora