Capítulo 5: La Advertencia

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El aire de la noche estaba frío y denso, envolviendo la casa de Lucía como una neblina espesa. La oscuridad parecía más profunda que de costumbre, como si las sombras mismas estuvieran vivas, moviéndose con una intencionalidad inquietante. Afuera, apenas se escuchaba el canto de los grillos; el mundo estaba en un extraño silencio. Dentro de la casa, Lucía no podía quitarse de la mente lo que acababa de hacer: el pacto de sangre con el íncubo. Esa unión indescriptible con la entidad demoníaca había sido poderosa, casi embriagadora, pero ahora, cuando la adrenalina comenzaba a desvanecerse, sentía una inquietud creciendo en su interior.

Se encontraba sentada en su sala de estar, mirando hacia la nada. Las luces estaban apagadas, y las únicas fuentes de iluminación eran las velas que aún ardían desde el ritual anterior. La habitación estaba bañada en un parpadeo suave y ominoso, reflejando la tensión palpable en el aire. Las palabras del íncubo resonaban en su mente, una advertencia tácita: "Todo poder tiene un precio".

Lucía se pasó una mano por la frente, tratando de ordenar sus pensamientos. Había sentido el cambio en su interior desde el momento en que su sangre había sellado el pacto. Una parte de ella se sentía más fuerte, más aguda. Podía percibir cosas a su alrededor de manera diferente, como si hubiera despertado a una realidad que antes había estado oculta. Pero esa sensación de poder venía acompañada de un temor persistente, como si algo oscuro la estuviera acechando desde las sombras, esperando el momento oportuno para revelarse.

De repente, el sonido de un golpe suave interrumpió su concentración. Lucía se sobresaltó, volviendo la vista hacia la puerta principal. El ruido era tenue, casi como si alguien estuviera tocando con los nudillos suavemente, pero a esa hora de la noche, cualquier sonido extraño era motivo de alarma.

Con el corazón acelerado, se levantó lentamente, intentando no hacer ruido mientras se acercaba a la puerta. Al mirar por la mirilla, no vio a nadie. Solo el oscuro paisaje del jardín se extendía frente a ella, iluminado tenuemente por la luz de la luna. Su respiración se volvió más superficial, preguntándose si tal vez había imaginado el sonido. Sin embargo, el golpe suave se repitió, esta vez un poco más fuerte.

Una sensación de inquietud se apoderó de ella. El íncubo, ¿podría estar jugando con su mente? ¿Era otra manifestación de su presencia, probando sus nervios? Respiró hondo y decidió abrir la puerta, aunque con precaución.

Cuando la puerta se abrió, la noche la recibió con un frío viento, y ante ella, una figura se destacaba entre la penumbra: Sofía. Su mejor amiga estaba allí, envuelta en un abrigo largo, con el rostro iluminado por la luz lunar. Pero algo en su expresión hizo que el corazón de Lucía diera un vuelco. Había algo distinto en Sofía, una seriedad en su mirada que nunca antes había visto.

"Sofía, ¿qué haces aquí tan tarde?", preguntó Lucía, sorprendida de ver a su amiga fuera de hora. Sabía que algo estaba mal.

Sofía la miró por un momento, como si estuviera midiendo sus palabras. Su voz, cuando finalmente habló, era grave y cargada de una preocupación que parecía ir más allá de una simple visita nocturna. "Lucía... algo no está bien. He estado sintiendo cosas raras últimamente, y no sé cómo explicarlo. Pero necesitaba verte. Creo que hay algo que no me has dicho, y si no hablamos ahora, podría ser demasiado tarde."

La mente de Lucía se aceleró. Sabía que había estado ocultando lo sucedido, primero por miedo, luego por incertidumbre, y finalmente porque no quería involucrar a su amiga en algo tan peligroso. Pero ahora, la seriedad en el rostro de Sofía le decía que quizás ya no podía mantenerla al margen. De alguna manera, Sofía sabía que algo oscuro estaba ocurriendo, y Lucía no podía seguir negándolo.

"Está bien, entra", dijo, abriendo la puerta de par en par.

Sofía entró rápidamente, cruzando los brazos sobre su pecho como si intentara protegerse del frío, o tal vez de algo más. Lucía cerró la puerta tras ella y se dirigió hacia la sala, donde las velas aún lanzaban sombras en las paredes. Sofía se detuvo un momento al ver la escena. Sus ojos recorrieron las velas, la sal en el suelo y el cuenco de sangre seca que aún estaba en el altar improvisado. Su rostro palideció ligeramente, y Lucía pudo ver cómo la preocupación en sus ojos se transformaba en un temor silencioso.

Sombras en la Noche: El Llamado del ÍncuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora