Lucía no podía recordar exactamente cuándo comenzó todo. Las noches que antes le ofrecían un escape de las presiones diarias, un refugio para descansar, ahora se habían transformado en un campo de batalla. Dormir se había vuelto peligroso, y despertar cada mañana se sentía como una victoria temporal, un breve respiro antes de que las sombras la reclamaran de nuevo.
Esa noche no fue diferente, o al menos eso creía al principio. Tras horas de vueltas en la cama, con el suave brillo de la luna colándose por la ventana, sus ojos finalmente cedieron al cansancio. El sueño la atrapó con una rapidez inesperada, como si sus párpados hubieran sido pesados desde el momento en que tocó las sábanas. Pero lo que esperaba del otro lado de la vigilia no era paz.
Era él.
El aire en su sueño era espeso, casi palpable, y a diferencia de la leve niebla que a menudo envolvía sus sueños recientes, esta vez todo parecía vívido, más real. Estaba en su habitación, o al menos en una versión de ella. El cuarto estaba oscuro, iluminado solo por una luz difusa que provenía de alguna fuente indeterminada. Las sombras bailaban en las paredes, formando figuras que no podía identificar. Todo parecía como si se hubiera distorsionado ligeramente, como si un filtro de irrealidad cubriera el ambiente, pero con una claridad que hacía todo más aterrador.
Se levantó de la cama sin entender por qué. Sus pies descalzos tocaron el frío suelo de madera, y un escalofrío recorrió su espina dorsal. Algo la llamaba, algo más allá de lo tangible. No podía escuchar ningún sonido, pero el vacío mismo parecía tener una vibración que la empujaba a moverse, a seguir adelante.
Frente a ella, la puerta de su habitación estaba entreabierta. Había una oscuridad tan profunda al otro lado que parecía una boca abierta, esperando devorarla. Una parte de ella quería retroceder, quería refugiarse en las sábanas y esperar que el sueño cambiara, que esa pesadilla se disipara. Pero, como en las ocasiones anteriores, sentía esa atracción incontrolable, esa extraña seducción que la empujaba hacia el abismo.
Cruzó la puerta.
Al otro lado, la casa no era la misma. Era como si se hubiera adentrado en un lugar entre lo real y lo imaginario, un espacio que recordaba la estructura de su hogar pero que había sido transformado por una energía oscura, malevolente. Las paredes estaban cubiertas de sombras que parecían tener vida propia, ondulando suavemente como si respondieran a su presencia. El aire estaba cargado, denso, y cada paso que daba parecía resonar en la oscuridad, como un eco que viajaba por un vacío insondable.
A medida que avanzaba, Lucía sintió que su corazón comenzaba a latir con más fuerza. No era solo el miedo lo que la impulsaba, sino una anticipación inquietante. Sabía que algo estaba allí, esperándola. Cada fibra de su ser le gritaba que se diera la vuelta, que corriera, pero sus pies se negaban a obedecer. Había una fuerza invisible que la mantenía en marcha, como si estuviera bajo un hechizo, incapaz de escapar.
Finalmente, llegó al salón, pero no era el mismo espacio acogedor donde solía pasar las tardes. El ambiente estaba impregnado de una oscuridad palpable, como si las paredes mismas hubieran sido devoradas por las sombras. En el centro de la habitación, una figura se destacaba en la penumbra. Al principio, parecía ser una parte de la oscuridad misma, indistinguible de las sombras que la rodeaban. Pero entonces, se movió.
Lucía sintió cómo el aire a su alrededor se congelaba.
La figura dio un paso adelante, emergiendo de la negrura, y lo primero que notó fue su forma humana. Era un hombre, o al menos lo parecía. Su silueta era alta, esbelta, pero había algo extrañamente etéreo en su presencia, como si estuviera hecho de la misma sustancia que las sombras que lo rodeaban. Lucía no podía ver sus facciones claramente, pero sí distinguió sus ojos. Esos ojos. Eran pozos de oscuridad, profundos e insondables, y brillaban con un fulgor tenue, casi imperceptible, como si alguna energía arcana se escondiera detrás de ellos.
El hombre no dijo nada al principio. Simplemente la observaba, y aunque no había ningún sonido en la habitación, Lucía sintió un susurro en su mente, una vibración sutil que parecía provenir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. No eran palabras que pudiera entender, pero su significado se le insinuaba en las capas más profundas de su psique.
"Lú-cia..." El sonido era más una sensación que una voz. Le invadió la mente con una familiaridad inquietante, como si la figura supiera todo sobre ella, cada rincón oscuro de su alma.
Ella quiso hablar, pero su garganta se cerró. Sus labios temblaron, pero ningún sonido salió de ellos. Su cuerpo se había tensado, congelado por el miedo, pero también por algo más profundo, una atracción inexplicable que hacía que su piel se erizara. La figura dio otro paso adelante, y Lucía pudo ver más detalles. Su piel era pálida, casi translúcida bajo esa luz tenue, y sus facciones eran angulosas, perfectamente esculpidas, pero inhumanas en su perfección.
El íncubo.
No había ninguna duda en su mente. Esta criatura, esta presencia que había sentido durante semanas, ahora estaba frente a ella, tangible y real. Lo que antes había sido una sensación fugaz, un susurro en la oscuridad, ahora estaba manifestado ante sus ojos. Pero incluso mientras su mente luchaba por procesar el terror de la situación, su cuerpo respondía de una manera que no entendía. Una parte de ella quería correr, pero otra parte, más profunda, se sentía atraída hacia él, como un imán que no podía resistir.
El íncubo alzó una mano, y aunque no la tocó, Lucía sintió una oleada de energía que la atravesó. Fue como si su cuerpo reaccionara instantáneamente a su presencia, cada célula de su piel despertando a una realidad que no había conocido hasta ahora. El miedo seguía allí, clavado en su pecho, pero estaba acompañado por algo más: una fascinación oscura, una curiosidad morbosa.
"Lucía", dijo el íncubo, esta vez en voz alta. Su voz era suave, aterciopelada, pero con un filo afilado que la hizo estremecerse. "Has venido".
Ella abrió la boca para responder, pero su voz no salió. Las palabras parecían atascadas en su garganta, como si su propio cuerpo se resistiera a lo que estaba ocurriendo. La figura la miraba fijamente, y aunque no se movía, Lucía sintió que estaba siendo desnudada, no solo en lo físico, sino en lo más profundo de su ser. Sentía cómo él leía cada emoción, cada pensamiento reprimido.
El íncubo avanzó un paso más, ahora lo suficientemente cerca como para que ella pudiera sentir el frío que emanaba de él, aunque la temperatura en la habitación no parecía haber cambiado. El aire alrededor de Lucía se volvió más denso, como si hubiera entrado en un espacio que no seguía las mismas reglas que el resto del mundo. Sus sentidos estaban hiperactivos, y cada detalle, cada movimiento, parecía amplificado.
Finalmente, Lucía reunió el coraje para hablar. "¿Qué... eres?", susurró, su voz apenas un hilo.
El íncubo sonrió. Fue una sonrisa pequeña, casi imperceptible, pero cargada de intención. "Sabes quién soy", respondió, su voz como un eco en su mente.
ESTÁS LEYENDO
Sombras en la Noche: El Llamado del Íncubo
TerrorSombras en la Noche: El Llamado del Íncubo: es una novela oscura y envolvente que combina terror psicológico con elementos sobrenaturales, narrando la historia de Lucía, una joven atrapada entre el mundo real y un universo de sombras y pesadillas. T...