Capitulo 45

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El aire en la habitación era espeso, cargado de un presagio oscuro que parecía adherirse a mi piel como un sudor frío. El ambiente estaba tan cargado de tensión que podía sentirlo en mis huesos, un peso abrumador que me presionaba el pecho. Las velas parpadeaban, lanzando sombras inquietantes que danzaban sobre las paredes de piedra, distorsionando las formas hasta hacerlas irreconocibles.

En el centro de la habitación, Helaena estaba de pie, con los ojos desorbitados y el rostro pálido como la cera. Jaehaera y Jaehaerys estaban a su lado, aferrándose a las faldas de su madre, sus pequeños cuerpos temblando. Maelor, demasiado pequeño para entender el peligro, estaba en mis brazos, su carita apretada contra mi pecho mientras sollozaba suavemente.

Frente a nosotros, los intrusos se erguían con una presencia amenazante que llenaba la estancia. El primero, un hombre grande y corpulento, tenía la piel curtida y el rostro cubierto por una espesa barba negra que parecía absorber la poca luz que quedaba en la habitación. Sus ojos eran dos pozos oscuros y vacíos, carentes de toda humanidad. Llevaba una túnica simple, pero su postura y la manera en que sostenía la larga daga en su mano derecha dejaban claro que era un hombre acostumbrado a matar.

A su lado, una figura más pequeña y delgada se movía con una agilidad felina. Este hombre tenía un rostro afilado, casi cadavérico, con una sonrisa torcida que no alcanzaba sus ojos. Su cabello, enmarañado y grasiento, caía sobre sus hombros en mechones desordenados. Sus ojos brillaban con una crueldad sádica mientras recorrían la habitación, deteniéndose en los niños con un interés perturbador.

—Salgan de aquí —exigí con una voz que esperaba sonara firme, aunque sentía que me faltaba el aire. Sabía que eran palabras inútiles, pero las pronuncié de todos modos, con la esperanza desesperada de que, de alguna manera, pudieran hacer retroceder a esos monstruos.

—¿Por qué no lo haces tú, mi señora? —replicó Sangre, el más grande de los dos, su voz como un gruñido bajo—. Este no es asunto tuyo.

Sentí que el miedo se enroscaba en mi estómago como una serpiente venenosa. Pero no podía permitirme sucumbir a él. Los niños, Helaena... Ellos necesitaban que mantuviera la calma, que mostrara fuerza.

—No permitiré que les hagan daño —dije, más para mí misma que para ellos, mientras me posicionaba delante de Helaena, intentando usar mi cuerpo como un escudo.

—Oh, no vamos a matarlos a todos —dijo Queso, su voz suave y serpenteante mientras se acercaba un paso más—. Solo uno. La reina debe elegir. Es la única forma de saldar la deuda.

Las palabras cayeron como una sentencia de muerte. Sentí cómo la sangre se drenaba de mi rostro mientras el significado de lo que decían se asentaba en mi mente. No había escapatoria. Habían venido a cobrarse una venganza, y nada los detendría.

—¡No! —grité, con una fuerza que no sabía que tenía—. ¡Si alguien debe morir, que sea yo! ¡Yo soy quien está delante de ustedes!

El hombre me miró con frialdad, su rostro inmutable ante mi súplica.

—No estamos aquí por ti, mi señora. La deuda es con la Reina Helaena. Y el pago debe hacerse.

Me giré para ver a Helaena, su rostro descompuesto por el horror y el dolor. Sus ojos se encontraron con los míos, y vi en ellos el mismo miedo que me consumía. Sabía que no había ninguna elección justa, que cualquier decisión sería un tormento para ella, un peso que llevaría por el resto de sus días.

—¡Helaena, no lo hagas! —insistí, mi voz quebrada por la desesperación—. No les des lo que quieren. No cedas.

—Pero si no lo hace... —La voz de Queso se arrastraba como una serpiente—, entonces nosotros elegiremos por ella. Y puede que no nos guste la elección.

Survivor [Aemond Targaryen Y Tu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora