Capítulo 30

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CASSIA

—Cassia, por Dios. Al fin respondes el teléfono. Estaba preocupada.

—¿Beth? —frunzo ligeramente el sueño. Aún ensimismada por la siesta que acabo de tener—. ¿Qué pasó?

—¿Qué te pasó a ti? —pregunta alertada—. En el hospital están diciendo que Dalton te golpeó. Dicen que te vieron por la calle con la mejilla lastimada y un ojo morado.

—¿Eh?

—Escuché cuchicheando a las enfermeras —aclara—. Dijeron que ocurrió en el colegio. ¿Estás bien?

—Estoy perfecta —afirmo con tranquilidad—. Hubo un altercado y me lastimé, pero Dalton no tuvo nada que ver.

—¿No?

—No, Beth.

—También murmuran que ustedes se están volviendo cercanos. Ten cuidado, Cassia.

Sonrío como tonta. Es cierto. Este último tiempo Dalton y yo nos hemos vuelto cercanos. Sin querer. Casi por casualidad, como si el destino hiciera que nos encontremos una y otra vez de maneras inesperadas. Debo admitir que me causa una especie de curiosidad desesperante el preguntarme si el universo tiene algún plan para nosotros. Algo que nos está esperando.

Me gusta creer que sí.

—Descuida. Dalton siempre ha sido un caballero conmigo.

Él es una buena persona. No tengo dudas. Lo siento a través de todo mi cuerpo.

—Bueno, me alegra que estés bien. Tengo que dejarte o mi jefe me matará por distraerme en mi turno.

Dejo el móvil sobre la mesita de noche. Salgo de la cama, ingreso al baño y me observo en el espejo. Aún tengo la tirita que me colocó Dalton cuando terminó de limpiar la herida. La repaso con los dedos, recordando lo magnético que se sintieron sus manos, su respiración rozándome la piel y el modo en que descubrí detalles en su apariencia que nunca había notado. La herida no duele tanto, aunque la mejilla continúa inflamada por la bofetada.

Fue horrible.

Esa mujer tenía tan naturalizada la violencia que me causó escalofríos. Me golpeó con tanta ímpetu y decisión que es evidente que lo hace a menudo. Frankie es una de mis mayores preocupaciones, aún es menor de edad y necesita de un adulto responsable que pueda encargarse de él. Por otro lado, el pedido de Dalton continúa haciendo eco en mi interior. «Tienes que denunciar», dijo. Suena lógico. Es lo que corresponde. La directora, Margaret, envió un mensaje pidiendo que hiciera lo mismo. Ella también se encargará de dar aviso a los organismos correspondientes. Sin embargo, en este preciso instante, me pregunto cómo seguiré oculta de mi familia. Tendré que contarles, tarde o temprano se enterarán —es peor si lo hacen de la boca de alguien más—.

En cuánto llegué a casa, me las ingenié para no toparme con nadie. La suerte estuvo a mí favor. Rhys no se encontraba, mi padre tampoco, ni siquiera Debra que usualmente está rondando por los espacios. Pero el tiempo pasó mientras dormía. Compruebo a través del ventanal que el sol se escondió y mi estómago ruge como si no hubiera probado un bocado en años.

En pijama, bajo la escalera de forma sigilosa.

Solo un poco más.

Ya casi estoy cerca.

Las heridas que sanamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora