Capítulo 46 ~ Casi sin alimento

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Maxi había necesitado todo su valor para decirle lo que sentía. A pesar de ello, Riftan no respondió durante un buen rato. Cuando ella levantó la vista, con los ojos llenos de vacilación, lo sorprendió mirándola fijamente con intensidad. Un segundo después, él dejó de mirar la moneda que descansaba sobre su pecho.

Ella se puso tensa, preocupada por si intentaba quitársela de nuevo, pero lo único que hizo fue tocarla antes de bajar la mano para rozar uno de sus muchos moratones. Para su gran mortificación, su estómago eligió ese momento para gruñir. El rostro de Riftan se ensombreció mientras acariciaba el moretón de su costado.

— Todo esto no me hace feliz, aunque sea mentira.

Maxi retrocedió. En un instante, el fuego que había estado ardiendo en sus ojos se desvaneció, dejando sólo un frío vacío.

— Es la segunda vez que casi mueres ante mis ojos — dijo lentamente —. Y ahora estás con hambre y frío, cubierta de moratones en una cueva mugrienta. No quería hacer eso contigo aquí, precisamente aquí.

Maxi sintió que se le calentaba la cara. Por un momento, se sintió irresponsable e insensata por seducirlo en las circunstancias actuales. Su irritación era comprensible. Después de que sus esfuerzos de rescate los hubieran llevado a esta espantosa situación, todo lo que ella había hecho era balbucear sobre lo feliz que era.

— Y-Yo sólo...

Puede que sus acciones fueran poco meditadas, pero en aquel momento necesitaba desesperadamente su calor. Estaba a punto de decírselo cuando él rebuscó en su bolso el paquete de comida. Le tendió las sobras de queso y media barra de pan.

— Primero deberías meterte algo en el estómago.

Maxi se quedó mirando el pan duro. Sólo entonces empezaron a asaltarle preocupaciones más prácticas. ¿Cuánto duraría la ventisca? No había forma de saber cuándo podrían reunirse con los demás. La caza era imposible en esta tierra desolada, y la única comida que llevaba en la mochila era el almuerzo que había preparado para ese día; una hogaza de pan, trocitos de queso y un trozo de tocino del tamaño de la palma de la mano. No era suficiente para alimentar a dos personas durante días.

— Y-Yo no tengo tanta hambre.

Riftan entrecerró los ojos ante su flagrante mentira. Extrajo una daga del cinturón de su espada, que estaba en el suelo, cortó un pequeño trozo de pan y se lo llevó a los labios.

— Come, aunque no tengas apetito. No podrás reponer energías si te mueres de hambre.

— Come tú primero. Y-Yo también lo haré más tarde.

Riftan comenzó a irritarse.

— Déjate de tonterías. Yo puedo aguantar días sin comer, pero tú no.

Aunque ella le dirigió una mirada fulminante, no pudo resistir su obstinada insistencia. Abrió la boca y aceptó el pan. Estaba rancio y desmenuzado, y se sentía como masticar aserrín. Sacudió la cabeza después de tres bocados.

— Ya he tenido bastante.

Riftan tensó la frente y la miró fijamente. Evidentemente, llegó a la conclusión de que sería mejor conservar las provisiones, y colocó el pan restante dentro de la bolsa con un pesado suspiro. Pronto, la combinación de la comida en su estómago; aunque sólo unos pocos bocados, y la fatiga acumulada le produjeron otra oleada de somnolencia. Apoyó la cabeza en su pecho y empezó a cabecear.

Sosteniéndola en brazos, Riftan se tendió sobre la ropa esparcida por el suelo. Se aseguró de envolverla con el resto de la ropa. Tumbada sobre él, Maxi se sumió en un sueño ligero.

Debajo del Roble ~ Libro 08 [Temporada dos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora