Capítulo 52 ~ Los temores de Calto

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Las idas y venidas con el comandante de los Caballeros Remdragon debían de ser especialmente agotadoras, ya que Kuahel parecía harto. Riftan tampoco parecía muy contento. Sin duda había querido llevarse a más de sus hombres con ellos. Sin embargo, con sus limitadas provisiones, se había decidido que el grupo no podría acomodar a más de quince.

Kuahel, que evidentemente prefería aumentar el número de sus Caballeros del Templo, se negó a ceder. Al final, Riftan eligió a Ulyseon y Elliot para ocupar las dos plazas que se le permitían.

— ¿Está de acuerdo con esto? — dijo Garrow —. Podemos intentar ir con...

— No será necesario. — Riftan negó con la cabeza y aseguró su equipaje a la silla de montar —. Tú y el resto de los caballeros deben esperarnos aquí. Y dale esto a Nirtha.

Sacó un pequeño trozo de pergamino de su abrigo y se lo dio a Garrow.

El joven caballero miró de reojo a Ulyseon antes de suspirar resignado.

— Sí, señor. Por favor, manténgase a salvo.

Maxi, que los observaba desde una corta distancia, encorvó los hombros mientras la invadía un extraño sentimiento de culpa.

Ulyseon levantó la vista, inquisitivo, mientras sacaba brillo a su espada.

— ¿Ocurre algo, mi señora? ¿Se encuentra mal?

— N-No. Simplemente... l-lo siento. Si no hubiera aceptado tontamente el desafío de Royald... los tres no tendrían que haber emprendido esta peligrosa misión.

— Eso no es cierto, mi señora — respondió Elliot con su habitual calma. Hablaba mientras ensillaba su semental marrón oscuro —. El comandante iba a unirse siempre a la partida de exploradores, aunque usted no lo hiciera. Si estallaba la guerra, los Caballeros Remdragon también serían llamados a la batalla. Debemos prepararnos reuniendo toda la información posible. Para elaborar una estrategia adecuada, es crucial que conozcamos la fuerza y la naturaleza del enemigo, así como su territorio. — Dirigió su mirada a los Caballeros del Templo que preparaban su equipo de viaje al otro lado —. No podemos dejar una tarea tan importante sólo en manos de los paladines.

Maxi tragó en seco. Parecía que los caballeros ya se estaban preparando para la guerra. Después de recorrer con la mirada la reluciente armadura bajo el abrigo abierto de Elliot y la espada larga que colgaba a su lado, Maxi asintió. Se le encogió el corazón al pensar que les esperaba una guerra terrible al final de esta ardua misión. Sin embargo, si no lograban derribar esta ciudad de monstruos, los habitantes del Continente Occidental tendrían que vivir con el temor de una invasión toda su vida.

Su rostro se tornó de grave determinación. Ya que se había llegado a esta situación, decidió dar lo mejor de sí misma. Después de todo, esta misión podía determinar el resultado de la guerra. Apretando los dientes, aseguró sus pertenencias a la silla de Rem. Justo entonces, una voz familiar sonó por encima de ella.

— ¡Max!

Levantó la cabeza y abrió mucho los ojos. Sidina bajaba lentamente por la pared rocosa, arrastrando una bolsa que parecía tan grande como ella.

— ¡Max! ¡Me alegro tanto de que estés bien! — gritó la chica, saludando con la mano.

Alborozada por ver a su amiga, Maxi corrió hacia ella. En cuanto Sidina aterrizó ágilmente en el suelo, agarró las manos de Maxi y sus palabras brotaron en un suspiro.

— ¡Perdóname por huir y dejarte atrás! ¡No tienes ni idea de lo agitada que me quedé cuando me enteré de que te habías caído por el acantilado!

Debajo del Roble ~ Libro 08 [Temporada dos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora