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—¿No has cogido bañador?

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—¿No has cogido bañador?

—Sí.

—Ven. Creo que no has visto lo mejor de esta casa.

Entramos por la cocina y sigo sus pasos. Unas escaleras negras a la izquierda me invaden de curiosidad y bajamos por ellas. 

Recuerdo de inmediato dónde estamos. 

Pasamos por el lado del gimnasio y nos acercamos a una zona desconocida. Michael me abre las puertas para que pase primero y rápidamente le doy las gracias. 

Unas impresionantes luces amarillas como si fueran estrellas invaden el techo del spa junto una piscina gigante con cinco tumbonas térmicas color rojo y blanco de piedras cuadradas. 

De seguido, me fijo en una luz tapada impresionante con duchas térmicas de colores y otras escocesas. 

Mike se mete de cabeza en la piscina. Mientras yo me quedo con la boca abierta. 

Me doy cuenta de que a mi derecha hay más spas redondos con luces amarillas a sus lados. Me acerco, levanto la vista y desde arriba me veo transparente. Me doy la vuelta y me asusto al tenerlo a mi lado cayéndole gotas por su pelo castaño, mojándome los zapatos blancos.

Me quedo mirándolo y contemplo sus ojos color miel, seguidos por sus tatuajes mojados, sus abdominales marcados y sus bíceps. 

No es de esos típicos hombres que tiene todo el cuerpo marcado de una manera exagerada. Él los tiene diferentes. 

No puedo evitar no fijarme en sus bonitos ojos. 

Respiro hondo y doy dos pasos hacia atrás, dándole la espalda. 

Cada vez que quiero alejarme de aquí, mi padre me obliga a venir. Lo entiendo, él no sabe nada de esto. Sin embargo, cuando más lejos quiero estar de aquí, más cerca me siento y esto es lo que yo no quiero. 

Sé que mi padre quiere que me lleve con esa familia, porque gracias a él, ahora estamos mejor, pero me siento obligada a tener que llevarme bien con ellos.

—¿No te bañas? —me pregunta cerca de mí con voz baja.

Ladeo la cabeza lentamente hasta darme la vuelta por completo. 

Muevo la cabeza negando, para que sepa mi respuesta. 

Él, frunce la boca y me coje de la cintura hacia arriba. Cómo está todo mojado, me baña toda la cintura del vestido y me acerca a su hombro derecho con un solo brazo.

—¡No me tires! —exclamo tapándome las piernas para que no se me vea nada de lo normal—. ¡Michael!

—Ponte el bañador o te tiro con ropa—me ordena con un tono frío—. Te he avisado.

—Suéltame —susurro.

Se lo piensa dos veces y me hace caso. 

Me deja en el suelo lentamente y me suelta la cintura. 

El amor por el dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora