Malas intenciones.

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Era un jueves temprano en la mañana y Angela estaba frente al espejo del aburrido baño de la habitación de Neilan; a ese diseño minimalista plagado de tonos marrones oscuros le hacía falta personalidad.

La mayor parte de la semana se la había pasado sumida junto a él en una dimensión en la que el trabajo y las responsabilidades se esfumaron, ya era momento de volver a poner los pies en la tierra firme, así que se levantó a la hora de siempre para ir a la oficina. Recién salía de la ducha, una bata negra ajena que le quedaba gigante a su cuerpo la cubría y una toalla envolvía su cabello mojado mientras aplicaba con golpecitos suaves las gotas de un hidratante en su rostro. Sonrió involuntariamente al recordar un momento adorable hace unos días, cuando descubrió todos los productos de su rutina de piel colocados en la pequeña repisa junto al espejo. Él los había comprado para ella. Las mejillas se le colorearon de rojo sin necesidad del rubor de su maquillaje, tan sólo con pensar en esas acciones atentas que él le prestaba sin necesidad de pedírselo. Era muy tierno y al mismo tiempo era ardiente; le encantaba tener esas dos facetas opuestas y complementarias, una combinación armoniosa entre el cariño y el deseo que la empujaban más y más a acabar perdidamente enamorada.

—¿En quién piensas que sonríes así, mm? —la cuestionó una voz desde la puerta. Su rubor natural no hizo más que avivarse y su sonrisa se expandió.

—En mi amante —susurró con esa voz sedosa que sabía que a él le encantaba.

Lo vió acercarse a ella a través del espejo. Llevaba el pantalón usual que facilitaba todo cuando no estaban en la cama. Sus manos enmarcaron su cintura y su rostro descendió a la curva de su cuello, donde inhaló profundamente causándole cosquillas. Percibió como su boca se curvaba contra su piel.

—¿A dónde vas? —le preguntó en un susurro.

—A trabajar —respondió prosiguiendo con su rutina a pesar del hombre que la rodeaba.

—¿Por qué?

—No lo sé, alguien decidió que ser bonita no fuera suficiente para pagar las cuentas, y aquí me tienes —suspiró.

—Para mí es suficiente, angelo —escuchar eso le robó una risa—. Quédate.

—Mmm, tentador, pero no.

—¿Debo tentarte más? —preguntó mirándola fijamente por medio del reflejo. Las intenciones que se leían en esos ojos oscuros aflojaron la fuerza de sus piernas.

No era una cobarde, menos un ser que se dejaba dominar por los impulsos, pero con Neilan todos esos límites de su carácter se difuminaban. Se transformaba en otra cuando él le ponía las manos encima. Su voz era la melodía a la que su voluntad danzaba. Sabiendo eso, era mejor no arriesgarse o su oficina acabaría como un edificio abandonado.

—No —farfulló con una sonrisa, luchando por esconder los nervios—. Ya es tarde, con permiso-

Neilan dejó caer la mano en la superficie de mármol que había bajo el espejo, bloqueando así su camino a la puerta. Hizo lo mismo con la otra mano, atrapándola entre sus brazos.

—Neilan... —pronunció en tono de advertencia, pero a él poco le importó. Dió ese último paso que les separaba, desapareciendo el espacio entre sus pechos y pegando su espalda al lavabo.

—¿Qué debo hacer para que te quedes?

Aquella pregunta encendió las cenizas que sobraban de la noche anterior. Se encontró deseando que todo se repitiera, y por la sonrisa ladina que bailaba en los labios de él supo que deseaba lo mismo. Le mostró un gesto travieso y colocó las manos sobre su pecho desnudo, bajo sus palmas lo sintió temblar ligeramente, lo que ensanchó su sonrisa.

Angela ● abogada de la Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora