De cara a la traición

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La seguridad que la familia traidora sentía respecto a la futura liquidación de los Mancuso fue mucho más evidente cuando la ubicación de la reunión fue en su propia casa. Gian era escoltado, junto a Guido, por el corredor de la Mansión Parisi hacia la habitación en la que Dante y el jefe de la fracción que buscaban averiguar, les esperaban.

Demontis tenía en mente un par de apellidos y rostros que posiblemente se encontraría al cruzar la puerta, uno en especial sería el ganador más obvio de sus apuestas mentales; pero la respuesta no podía ser tan sencilla, ¿cierto? La institución tenía un historial de choque de intereses, guerras por venganza, repartición desigual de ganancias... cualquier entramado complicado de sucesos pudo ser el motor de todas esas acciones conspirativas, cualquier otro grupo inesperado pudo sentir ese impulso de codicia germinar dentro de sí y deseó llevarlo a cabo hasta las últimas consecuencias.

Sin embargo, sucede que a veces la vida no es tan complicada, y la posibilidad más obvia resulta ser correcta; eso aprendió Gian ese día cuando entró al pequeño salón en que se desarrollaría el encuentro, y quien le saludó desde una silla céntrica entre esas cuatro paredes fue un fantasma, el fantasma de un pecado que perseguía a los Mancuso desde hace décadas y que ahora regresaba a hacerles pagar.

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—¿En verdad harás guardia en mi oficina por si Riccardo vuelve? —cuestionó con burla Angela a Neilan al verlo apoyado en su auto a primera hora de la mañana frente a su despacho.

Era su turno de abrir la oficina, por eso su llegada tan temprana; y lo que menos esperaba encontrarse a una hora en la que las calles comúnmente estaban vacías, era a Mancuso, a quien ni siquiera le había dicho que estaría más temprano en su trabajo. Ya había contado más de una "coincidencia" en la que Neilan aparecía en el momento y lugar adecuados, ¿le puso un chip y no se dió cuenta? ¿Envió alguien a que la vigilara? Recordó de pronto que la única persona a la que le comunicó su horario de ese día era su chófer, chófer que el generoso hombre frente a ella le había recomendado. Muy curioso.

—Hola, angelo —la saludó él ignorando sus preguntas, como era costumbre.

Fundió su boca con la de ella, regalándole el calor de su aliento al abrigar su lengua con suavidad. El contacto entre sus bocas abiertas creaba un pequeño verano ardiente en medio del frío que flotaba en el aire de ese día gris. Dejó un par de besos cortos sobre sus mejillas teñidas de manchas rojizas y luego en su nariz fría.

—Te estás congelando —susurró calentando la gelidez de su cara al posar las palmas abiertas sobre sus mejillas que le helaron el tacto—. ¿Por eso te vestiste así hoy?

Esa mañana era especialmente fría por algún fenómeno climático que se anunció en los noticieros; y las amigas habían decidido una noche antes que el viernes de pijama sería mejor un miércoles de pijama. Por lo que Angela estaba bien calentita vistiendo su ropa de dormir más abrigada: un conjunto de camisa manga larga y pantalón, hecho de tela esponjosa y gruesa color lila; junto a un par de calcetines blancos y unas pantuflas con cara de gatito color rosa. Había modificado su agenda muy bien para no tener que salir en toda la jornada, así que estaba muy motivada con la idea de pasar el resto de su día laboral sentada en su cómoda silla, revisando papeleo sencillo mientras bebía una dañina dosis de café.

El heredero la veía con la diversión ondeando en sus ojos oscuros. Ella dejó salir una risa sonora, metiendo las manos en el saco negro, abrazando su torso para calentar sus manos frías en el vapor corporal que él emanaba.

—¿No me veo bien? —le preguntó cerrando los ojos, la temperatura tibia de sus manos se sentía muy bien sobre su rostro helado.

—Te ves hermosa.

Angela ● abogada de la Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora