Cena.

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—No pensé que comieras estas cosas —admitió Neilan viendo a Angela totalmente enfocada en devorar la hamburguesa.

Comió un par de papas fritas y dió un sorbo a la soda antes de hablar.

—¿Por?

—No sé, las mujeres comen... ¿ensalada?

—Eres una chica linda, Mancuso —dijo la abogada mirando la ensalada insípida que él había ordenado. Neilan la miró serio—. Si no quieres burlas no me des material, querido.

—Ya se te quitó el cansancio —comentó, apoyando los codos sobre la mesa. El cambio era notable, la actitud cínica había regresado; pero debía admitir que le encantaba.

—Así es, herbívoro.

—¿No cuidas de tu figura? —le preguntó con diversión, inclinándose más sobre la mesa que se interponía entre ambos.

—No tanto como tú. Un antojo de vez en cuando no hace daño —concluyó con la boca llena—, hago ejercicio, así que puedo permitírmelo. Deberías intentar.

—No me gusta ese tipo de comida.

—Prefieres las hojas.

—Prefiero comida real, angelo, no esa carne con más químicos que central nuclear —la abogada se carcajeó al escuchar al reservado Neilan atreverse a bromear.

—Que raro eres. Cuando eras niño, ¿a dónde querías que tus padres te llevaran a comer? ¿Al jardín de al lado? —cuestionó divertida— Creo que no. Yo siempre quería hamburguesas y pollo frito; mi hermano igual.

—Mi madre nos acostumbró a la comida casera; no comíamos fuera de casa tan seguido.

Su mirada se enfocó en un punto lejano al fondo del local. Recordó como de niño ni siquiera salía de casa con frecuencia, la escuela era su única visita al exterior y el resto del día lo vivía en la residencia principal. Luego creció, supo con vaguedad a lo que su familia se dedicaba y entendió los motivos de las armas y los hombres callados que rondaban su casa y los seguían a él y a sus padres. Creció más, y la verdad de un futuro predeterminado le fue revelada; empezó a salir, pero no a comer hamburguesas o a jugar al parque, sino junto a su padre y su círculo de confianza para aprender, para ver como funcionaban las cosas y hacerlas funcionar cuando fuera su turno.

Sus hermanos crecieron de un modo muy diferente, más suelto y permisivo. No guardaba rencor a sus padres por hacer esa diferencia, lo entendía. Él fue su primer hijo, tenían miedo e hicieron lo que creyeron era correcto para mantenerlo con vida; al llegar los otros estaban más preparados y todo fue más sencillo.

—...me enseñó a cocinar, pero nunca me gustó, lo que sé lo aprendí en contra de mi voluntad —Angela seguía la conversación sin descuidar su cena y sin saber lo lejos que Neilan estaba para escucharla.

—¿Sabes cocinar?

—Un poco, ¿y tú?

—Otro poco. ¿Cocinarás para mí?

—Por eso no me gusta decirles a los hombres que cocino —refunfuñó dando un largo sorbo al refresco, tanto que arrugó la nariz por el ardor en la garganta. Él sonrió ante su queja.

—¿Eso es un sí?

—Yo empezaré la receta y tu la terminas. ¿Trato?.

—Hecho, bella —la idea de tenerla en su casa despertaba las ansias de su cuerpo. Se encargaría de hacerla cumplir ese trato pronto.

Mientras la veía, una pregunta cruzó su pensamiento. Él supo la oscura faceta de su familia desde una edad temprana, pero ¿y ella?.

—¿Cómo te diste cuenta que tu familia no era como las otras? —preguntó invadido por la curiosidad.

Angela ● abogada de la Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora