Club de campo

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La mañana siguiente, los periodistas dieron rienda suelta a sus mejores titulares para atrapar al lector; algunos con el exagerado morbo que atrae las miradas, otros con serio profesionalismo, pero todos informando del mismo hecho: la masacre de una familia. Claro que cada uno de esos periódicos, amarillistas y veraces, tenían el mismo patrocinador, así que bombardearon al país con artículos que narraban las hazañas delictivas de la familia muerta: sus lazos con la mafia, sus acuerdos con políticos corruptos, el lavado de dinero, extorsión, contrabando...

Los Parisi eran muy malos, mejor que estuvieran muertos, ¿no? Ellos se metieron a ese acantilado oscuro cuyo único final es la muerte o la prisión, y obtuvieron lo esperado.

Lo merecían.

La narrativa tejió una cortina espesa que ocultó perfectamente otro hecho que ningún periodista plasmó en papel: Bruno Mancuso estaba en casa de nuevo.

Y todos esos titulares estaban apilados sobre la mesa en la sala de estar en la que dos viejos amigos jugaban ajedrez como cualquier domingo.

La acostumbrada tarde de juego esa vez cambió de locación: Vicenzo fue a casa de Bruno. El segundo gran contraste era que no contaban con la tranquilidad usual durante su partida, les acompañaban otros cuatro hombres menos inclinados al silencio; pero ningún tema de los que discutían estaba relacionado al derramamiento de sangre que causaron horas antes. No. ¿Por qué se hablaría de algo o alguien que ya no significaba un problema? No tenía sentido pronunciar sus nombres siquiera. La presencia de Vicenzo, la ausencia de Gian y el que Angela estuviera en su oficina trabajando normalmente eran muestra de que la eliminación del obstáculo había resultado más que bien; aquella familia de traficantes ya no existía.

Lo que el grupo de hombres esperaba eran las consecuencias. El revuelo de la prensa era parte del plan trazado por Neilan. En ese mismo instante, mientras ellos se dedicaban al ocio, sentados cómodamente en los sofás de la sala de estar, fumando y bebiendo en una mañana fresca, el jefe de una familia se enteraba del fin de sus aliados y recurría a medidas... desesperadas.

El teléfono de Fontana finalmente sonó. El juego y la charla se interrumpieron, y el consejero del viejo capo atendió la llamada. No dijo gran cosa, escuchó en silencio y luego pronunció un conciso:

—Ahí estaremos.

Lo que causó una complacencia general a sus oyentes.

—Los mediadores llaman a una reunión general mañana —dijo tras colgar el teléfono.

"i mediatori" eran justo lo que su nombre indicaba: mediadores. Un grupo de cuatro individuos imparciales cuyo deber era interceder en los conflictos internos de la institución para lograr un acuerdo justo entre las familias implicadas y conservar la paz... o lo que se definía como paz en un entorno delictivo: no matarse entre ellos. Informalmente se les conocía como "los viejos de la institución", no sin algo de hostilidad; la relación con ellos no era la más amigable por parte de todas las fracciones, pero sabían que esos sujetos eran una molestia necesaria, pues desde la creación de esa inusual mesa de arbitraje las guerras habían disminuido, lo que era conveniente para todos.

Una reunión general tomaba lugar cada cuatro meses por puro protocolo, y últimamente, debido a la calma existente entre las familias, éstas eran simples fiestas elegantes en las que los jefes hablaban de asuntos típicos que no significaban grandes problemas para ninguno: la policía, algunos políticos, algunas leyes... cuestiones menores y comunes. Para que una reunión se anunciara en una fecha extraordinaria, se necesitaba que algo en verdad grave pasara o que algún jefe la solicitara, si se trataba de lo segundo, el nombre del que había pedido tal reunión a los mediadores no era revelado para evitar represalias.

Angela ● abogada de la Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora