Su cuerpo sufría un dolor insoportable. Una corriente hiriente y gélida le atravesaba el sistema, las venas, los nervios. Se rindió en su intento de no gritar y su voz salió desgarrada, chocando con las cuatro paredes del cuarto oscuro e irónicamente elegante en el que estaba siendo torturado. Rasgó con las uñas los reposabrazos de la silla de cuero que era su sitio de sufrimiento y se contorsionó, víctima del doloroso voltaje que su cuerpo conducía.
El hombre sentado frente a él alzó la mano y todo se detuvo. Su columna volvió a la posición normal, al igual que el resto de sus extremidades. Su respiración pesada era la que resonaba ahora en esa habitación en lugar de sus gritos.
—¿Quién te dió la orden, Acioly? —le preguntó el culpable de su estado lamentable.
El oficial Acioly pretendía avanzar en su carrera al obedecer la orden de un detective de detener al chófer de Angela Demontis, o a la misma Angela, con el objetivo de seguir una línea de investigación de una fuente bastante creíble; nunca quiso, más bien, nunca se imaginó, que esa desición lo llevaría a conocer al propio Neilan Mancuso, hombre que ahora tenía en frente y del cual dependía su vida.
Aún así, no quería contestar. No era un soplón.
—Sea quien sea, no vale la pena morir por él. Es patético —continuó diciendo su captor, mientras cruzaba tranquilamente la pierna y apagaba el cigarrillo en el cenicero sobre la mesa a su lado—. A quien te dio la orden no es a quien quiero. No lo mataré, si es lo que te preocupa. Quiero al informante. ¿Qué buscaban? Eso quiero saber. Dime, ¿qué les dijo el informante? —le preguntó mirándolo a los ojos con una expresión imposible de leer.
—No lo sé —musitó débilmente.
—Mientes, Acioly. No me mientas o soy capaz de alargar esto veinticuatro horas sin permitirte la misericordia de morir.
—No lo sé —repitió bajando la mirada.
Esta vez Neilan no ordenó a su primo que cambiara la ubicación de las pequeñas ventosas pegadas a su pecho y extremidades, fue él mismo quien se puso de pie y avanzó a la silla. Con sus ademanes lentos, puso cuatro de ellas en el vientre del policía, quien incluso sintió alivio de que no las pusiera en otro lugar. Al acabar, se encaminó hacia la pared izquierda, a dos metros de Acioly, donde estaba la palanca que daba paso a la corriente eléctrica, y la bajó de un tirón. El policía escupió un grito roto al sufrir el agudo azote de la electricidad en el abdomen bajo, quiso tomarse el vientre pero era imposible teniendo las manos sujetas a la silla. El heredero lo observó en silencio, con las cejas levemente alzadas, como sorprendido; subió la palanca hasta que consideró que era una dosis de dolor adecuada. El cuerpo de Acioly hubiera caído de no ser por las ataduras. Estaba deshecho. Estaba apunto de romperse, lo que Neilan quería. Vió que temblaba al escuchar el sonido de sus pasos a medida se acercaba de nuevo a él.
—¿Doloroso? —inquirió apoyando una de sus rodillas en el suelo, frente a la silla, consiguiendo un plano perfecto de su rostro bañado por lágrimas—. Sólo fueron cuatro minutos. Cuatro. ¿Cómo crees que se sintió mi mujer soportándolo por tres horas en esa puta sala de interrogatorios? —Bramó. El tono neutro abandonó su voz y esta fue colmada por la ira, ira pura cargó cada sílaba de esa pregunta—. Si tan solo no hubieras cometido la idiotez de obedecer esa orden, mi mujer no hubiera sido lastimada, y tú no estarías aquí —levantó la mano y una segunda ronda de ocho minutos empezó.
Neilan no se movió de su sitio mientras el policía soltaba alaridos escandalosos a centímetros de él. Contempló su dolor sintiendo una satisfacción oscura en un rincón clandestino del corazón.
—¡Perdón! —exclamó Acioly con la voz afónica al pasar el ciclo de dolor—. No sabía que ella era-
—Claro que lo sabías. No me mientas —pronunció amenazante. Asintió a su primo y el suplicio volvió a empezar.
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Angela ● abogada de la Mafia.
RomansNeilan Mancuso es el hijo mayor del actual capo de la mafia italiana. Nació en las profundidades de un mundo inundado de peligro, muerte y traición, y fue criado para ocupar el trono. Cuando el heredero ve a Angela Demontis ajustar cuentas con un t...